LA CONFERENCIA. Dos premios Nobel, ocho doctorados honoris causa de Universidad, ni él mismo recordaba de sus títulos el nombre ni la edad. Bastante obeso, conoció amoríos en su tiempo viril. Diez veces divorciado, no se olvidó de líos después de contar mil: contra la senectud en su porfía, por mostrarse un Apolo todavía, tiró a su vieja y se buscó una amada con quien compartir... ¿vicios?, de sus dientes de oro enamorada, joven y guapa, obsequio de una marca de detergente por pagar paquete, aunque Caronte en barca te haya pasado ya, y la momia seas de aquel Tutankamón de los egipcios, y ya casi no veas, ni puedas digerir cualquier filete. Habla que te hablarás, fue por las ramas y el pálido doctor al tema de la muerte sacó escamas de ex cathedra valor: -Es que, señores, más allá se acaba la vida de verdad, y es inútil que busquen cualquier traba a esta cruel realidad. Al fondo de la sala, un campesino un poco borrachín, con evidentes síntomas de vino gritó, sin mucho fin: -Dime, ¿cómo lo sabes, camarada? ¿Acaso fuiste allá? No pudo el profesor replicar nada, que en un instante aprovechó el enredo un pícaro estudiante que escuchara pacientemente desde su lugar, y así decía, mientras con el dedo daba al fofo ponente en señalar: -¡Y no lo va a saber..! ¿no veis su cara? Si es que está muerto ya. |
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