EL VIAJE.
Somos hojas, que el viento del frígido tiempo desliga de un árbol caído
sobre un río de aguas turbulentas que, implacable, fluye hacia el inmenso mar.
Nos arrastra con él su torrente, hasta el fin de un camino sin claro sentido,
y, al llegar, el sabor que nos deja es tan fuerte que nunca se puede olvidar.
La cuestión en letargo despierta al final: lo que nace, ¿por qué ha de morir?
Mas, blandiendo su sable, la muerte implacable contesta sin dar la respuesta.
No es su golpe certero al que aflige a quien duele, que debe con ella partir:
es quien solo se queda el que gime después, con su cruz remontando su cuesta.
¡Oh, dolor! Yo te canto con fiebre y con llanto, fulgente en mis labios resecos,
y le pido a la Muerte que nunca su suerte me rapte del ser que me ama.
Si alguien solo se queda, yo quiero ser ése, que el aire devuelva mis ecos
y que el cierzo me barra e, inclemente, el desierto me abrase en su ignómina llama.
¡Oh!, dirán, Cómo grita ese loco, que asusta y molesta a la gente que pasa.
Y vendrán los doctores curando mi cuerpo con lentos y dulces venenos.
Morderán los dolores mi fiel corazón, tal vez nadie sabrá qué me abrasa,
mis delirios nocturnos resucitarán unos labios ausentes y senos.
En mi cruel e infernal calentura me consumiré retorciéndome en llanto,
creerán mitigar mi tortura amarrando mi cuerpo con cinchas y hebillas,
pero yo rodaré a muchas millas por despeñaderos que causan espanto
y mi espíritu en guerra arrasado será hasta cenizas, y polvo, y astillas.
Soñaré que no sueño, que sólo la vida es mi arcana y letal pesadilla,
que mi cuerpo no existe, que vuelo perdido en un cielo de nubes sin fin.
Que mi carne de fuego y mirada de acero hundirán a Luzbel en su silla,
gritará de terror ofreciéndome el árbol de vida en Edén, el jardín.
Cortaré una mañana una tersa manzana, jugosa, encerada y rubí,
partiré hacia Occidente, con paso tranquilo y el rostro sereno y sonriente.
Al ocaso veré, florecientes, las cruces que crecen en Getsemaní,
al llegar donde duerme mi amada su sueño, a ofrecerle mi dulce presente.
Sangrará, en corazón convertida, la fruta prohibida por ella mordida,
de sus labios de nuevo destilará miel, manará de sus senos el vino.
Sus mejillas purpúreas se iluminarán, atizada su llama de vida,
y en la noche una estrella otra vez marcará que busquemos a Oriente el destino.