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La Palestra de EuterpeJosé Benito Freijanes Martínez  

LLANTO POR CHERNOBIL.

Vieja Ucrania: ¿acaso tu pecado
ha sido tan oscuro y tremebundo
cual para merecer haberle dado
la voz de entrada del infierno al mundo?

Solitaria te dejan, como a joven
a quien la lepra ajó en sus años mozos.
No temas, no, que, hermosa, de ti roben
el agua limpia de tus claros pozos.

La Muerte en tus sembrados cabalgó,
hizo de ellos su campo de batalla.
Sólo Luzbel o el hombre imaginó
destruir al Bien de forma tan canalla.

La Muerte, postrimera meretriz,
junto a un tercio del mundo fue yaciendo.
A cualquier Gran Ramera, en aprendiz
con esta hazaña cruel fue convirtiendo.

¡Chernobil, Chernobil! Sólo tu nombre
trae un eco de Ajenjo en lo lejano,
que vuelve en hiel al agua, en sal al hombre
y nada ensucia, y todo vuelve insano.

¿Qué hay que cantar en ti? ¿Terror, o muerte?
¿Las dos? Con una, ¿no era suficiente?
¿Por qué te canto, entonces? ¿Porque el verte
en tal desastre, invita así a mi mente?

Chernobil: nadie más que Apocalipsis
podría haber descrito tu desgracia.
¡Pudiera bien de excepcional elipsis
el buen Dios en la Historia hacerte gracia!

Una Piedra nos dio la contraseña
y en ella se fundó esta iglesia oscura.
Aquella piedra se transmutó en peña...
después, nos aplastó, pesada y dura.

¿Dónde está aquel San Pedro que nos trajo
-una Piedra, una Piedra, ¿lo recuerdas?-
aquel fuego robado hasta aquí abajo,
desde aquel Cielo que pulsó sus cuerdas?

¿Por qué, cual Prometeo, fue a la sima
y sujetó el peligro entre las manos?
¿No bastó Lot, que fuimos a Hiroshima
a remedar a Dios, pobres humanos?

Ucrania: en ti no se atascó el arado,
ni rebeló el honrado campesino:
el aire, con su soplo envenenado
cercenó antes de tiempo su destino.

Ucrania: en ti no se olvidó el muchacho
de caminar puntual hasta su escuela,
ni el profesor de abrirle su despacho:
robó sus vidas la fatal secuela.

Ucrania: en ti la huelga del obrero
no fue la que cerró la factoría,
fue cada padre que, en dolor sincero,
por lo que trabajar ya no tenía.

Ucrania: en ti no fue el ardor o el celo
de pederastas o de enterradores,
que la ceniza que cayó del cielo
llenó las tumbas de infantiles flores.

Ucrania: en ti las armas no llegaron
a dispararse hermano contra hermano.
Si en ti las divisiones se diezmaron,
que yo diga por qué ya es ahora vano.

No fue, Ucrania, Montesco o Capuleto
quien impidió a dos jóvenes amarse
y robó a su ilusión todo amuleto:
fueron los hijos que pudieran darse.

El rostro del honesto labrador
ante el parir monstruoso de sus vacas
mostró lo inexplicable de su horror,
y al ver el trigo que llenó sus sacas.

Veo el otro de aquella madre fiel,
junto a la cama donde yace el hijo.
Veo muchas heridas en su piel,
y cada ojo, de fiebre ardiente y fijo.

¡Cuán suave, qué invisible, mas qué cierta,
cual de los primogénitos la plaga,
por el nimio resquicio en cada puerta
entró la Parca con su suerte aciaga!

Como divina maldición, su espada
su apetito no hartó con tal herida:
marcó en las frentes seña malhadada
hasta generación desconocida.

La selva secular y lujuriante
de la mitad de nuestra vieja Europa
ofrece, tentadora y susurrante,
la sangre que Caín vertió en su copa.

Suma perversidad, terrible duda:
la hermosa flor y apetecible fruta
son veneno más fuerte que la ruda
por la fuerza infernal que los transmuta.

¿Quién fue el culpable, Chernobil sangriento,
de aquel fuego fatal, de los terrores
que en la noche el Dragón llevó en su aliento?
¿Qué hay de nuestros humanos sucesores?

¿Cómo nos juzgarán? Fatal pregunta,
¿Cómo serán? Pregunta espeluznante.
Divina fuerza con la humana junta,
mezcla letal que al Universo espante.

Así es el hombre, hambriento por su pieza,
ser voraz que no aprende ni al errar,
devorador de la Naturaleza,
cáncer que al mundo habrá de suicidar.

Y una vez más, la infame flor primera
lo pútrido mostró de la hermosura:
los corazones se adueñó, señera,
del egoísmo la viciosa y dura.

Mientras los niños, a la lluvia fría,
jugaban con el llanto de la Muerte,
abandonaba todo quien sabía...
¿Que cambiará en cien años de su suerte?

Y esa ceniza que los sepultaba
en las amargas lágrimas pluviales,
será la misma que su tumba cava
en las humanas mentes terrenales.

Mas, Chernobil, tú fuiste la tragedia
donde, otra vez, la fuerza de unas almas
venció la cobardía de la media
y consiguieron alcanzar sus palmas.

¡Gloria para ellos, gloria! No se olviden
jamás sus nombres hasta el infinito,
porque las almas con obrar se miden,
no con palabras, para ser contrito.

presenta

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