MI BARCO.
Precipitado en pos de las sirenas,
como un Ulises tardo y sin mesnada
he llegado hasta aquí, solo y sin nada,
y en solitario yazgo en las arenas. No sé cómo olvidar mis crueles penas,
pues no traigo ni el oro ni la espada,
ni Troya, legendaria y alejada,
es ésta misma, ni su sombra apenas.
Allá, en la proa de la vieja Europa,
donde el fin del ocaso se desgrana,
he visto ríos vaciar su copa.
Y aquí, a este lado de la diosa arcana,
ocupo el camarote de la popa,
bajo la tibia luz de la mañana.