SELVA DE PIEDRA.
Ya conozco toda mi ciudad,
las sinuosas entrañas de sus calles,
siempre tan distintas
pero siempre tan iguales,
en el mundo de su singularidad. Hace largo tiempo me extravié
entre su laberinto de recuerdos
y, al carecer del hilo
de la Ariadna de mis sueños,
mi mirada a las estrellas elevé.
Los nombres de las calles no leía,
en un lenguaje extraño para mí,
y al borrarse los astros
a la incierta luz del día,
nada en todo aquel lugar reconocí.
Tantas vueltas he dado desde entonces
que creo haberla visto entera ya,
estoy tan confundido
que he olvidado hasta mi nombre;
la esperanza pronto me abandonará.
Pero aquella lejana sensación
de la primera plaza en que me vi,
íntegra y virgen guardo
dentro de mi corazón,
porque creo que jamás allá volví.