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Por el Hermano Pablo
EL MENSAJE DEL FUEGO
Quizá fue una colilla de cigarrillo que, descuidadamente,
los hombres arrojaron encendida. Quizá fue una chispa que
saltó de su automóvil. Quizá fue una brasa
que quedó rojeando bajo las cenizas. O quizá fue
un poco de viento que, sin rumbo específico, levantó
el vuelo. Pero el resultado fue la quema de trescientas mil hectáreas
de bosque en el noreste de China.
El fuego, que parecía interminable, duró veinte
días. El daño hecho no tenía medida. Doscientas
personas murieron en el siniestro incendio. Al hacer las investigaciones
del caso, la policia china arrestó a cuatro hombres. Ellos,
en efecto, habían sido los culpables. Era descuido más
que todo, pero estos cuatro hombres jamás pensaron que
ese descuido daría origen al incendio más grande
de los tiempos modernos.
¡Cuánta sabiduría encierran las palabras
de la Biblia! El apóstol Santiago, en una pequeña
frase, da todo un mensaje poderoso. He aquí sus palabras:
"¡Imagínense qué gran bosque se incendia
con tan pequeña chispa!" (Santiago 3:5). Una diminuta
brasa, una pequeña chispa, puede originar un fuego gigantesco
que devora bosques, casas y personas, y convierte riquezas en
cenizas. Las pasiones del alma son así como el fùego.
La ira es fuego que abrasa la voluntad. El rencor es fuego que
quema el corazón. El odio es fuego que consume el alma.
Y la codicia es fuego que reduce a cenizas la conciencia. Los
placeres sensuales son otro fuego destructor. Una vez que se apoderan
de un hombre, de una mujer, forma una hoguera donde queda aniquilada
la personalidad entera. Más gente se ha perdido por estas
pasiones descontroladas y desorbitadas que por ninguna otra cosa.
¿Qué hacer para prevenir estos incendios destructivos
que consumen cuerpo, mente y alma? El gran error humano es creer
que esas pasiones bullen descontroladas dentro de nosotros, que
somos victimas de algo que nos consume y que nada podemos hacer
para prevenirlo. Lo cierto es que no hay ser humano que no tenga
voluntad propia. Todos hacemos lo que queremos. Si queremos, podemos
prevenirlo. Lamentablemente los placeres sensuales, así
como el fuego, consumen todo lo que tocan, y ese libertinaje que
nos permitimos nos destruye. Busquemos de Dios su fuerza divina.
Comencemos pidiéndole perdón por nuestros pecados.
Jesucristo nos dará a cada uno la fuerza para ser la persona
digna que en nuestro fuero intemo deseamos ser.
Él nos dará libertad y nos hará victoriosos.
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