Su verdadero nombre era Bernardo Araya Pérez, y nació en los Mantos de Punitaqui, Provincia de Limarí.
Realizó sus estudios en Punitaqui y Ovalle, y después, en Valparaíso y Santiago, donde siguió la carrera de Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.
Se le considera miembro de la generación literaria conocida como "Veteranos del 70".
En los años 80 desarrolló una fructífera carrera literaria en Santiago. Al respecto la escritora Carmen Gaete Nieto del Río declaró en una entrevista por María Teresa Pérez: "En los ’80 quiero destacar sí, que a mí me gustó mucho un poeta de la Serena, Tristán Altagracia. Nos hicimos amigos y él me visitaba mucho en los años 1987 y 1988 hasta que nos perdimos de vista. Un gran poeta, no dejes de mencionarlo por favor".
Sus últimas actividades estaban dedicadas a colaborar con la gestión cultural de la Municipalidad de La Serena.
El poeta fue quien dirigió el encuentro cultural, en dependencias del edificio consistorial, con la exhibición del video denominado “Versos para las flores mágicas”, escritos de su autoría que además adornan las gráficas de la escultora Federica Matta, que el municipio de La Serena sacó a la luz pública.
Pocos días antes de su fallecimiento participó en el lanzamiento de las “Postales mágicas de La Serena”, tertulia literaria que contó con varios creadores de la zona.
Parte de su obra, además, figura en un gran número de antologías poéticas nacionales.
En la tarde del viernes 15 de septiembre de 2006 fue encontrado su cuerpo sin vida al interior de su casa, en el sector de Villa La Florida de la ciudad de La Serena.
De acuerdo con el presidente regional de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), Luis Aguilera, lo más probable es que haya fallecido a causa de una peritonitis, aproximadamente a las 9.00 de la mañana.
Sus restos fueron velados en la Iglesia de Lourdes, en La Serena, tras habérsele practicado la autopsia de rigor. El domingo 17 se realizó la misa fúnebre, para luego ser enterrado en el Cementerio General serenense.
Notas periodísticas:
El Observatodo
Revista Diario El Día
Al salir yo una mañana maldiciendo a los muertos que no pueden defenderse y después sentir un olor a viejas lluvias, escuché que alguien me dijo:
¡Oye!, ¿Te importaría dejar de mirarme con ojos de ángel ciego?, ya que si continúas buscando a tu pueblo perdido y no te agregas al dolor de su sueño, todos los que moran en este valle sin tener voz, te mirarán a la cara y creerán que no eres tú.
—No sabes cómo lo lamento, pero aquí no hay gran cosa que ver, le contesté— entonces sus ojos se volvieron de humo y nunca se le vio el resto del cuerpo, al ir volando en contra del Río Atascadero.
Me imagino que debió creer que yo le mentiría, porque a la distancia, desde su extraño resplandor, dejándose ir en el viento -agregó-: "Hazme caso, si lo haces, yo te dejaré aparecer en mis sueños, siempre que me permitas aparecer en los tuyos. Debes saber ahora, en este valle tan vivos como tú y yo están nuestros huesos".
Cuando al Alba decidí echar un vistazo, en un estado de blancura permanecían los huesos y eran nuestros verdaderos huesos, los que se habían secado al sol. Se secaron hasta que la palabra vida entró en ellos. Hubo allí entonces un gran ruido y los huesos se juntaron cuando el caserón de vidrios chorreantes vino desde los cuatro vientos del desierto, y nuestras caras se cubrieron de brotes y subimos y rodamos hasta que se abrieron las flores en las cuencas vacías donde antes habían estado nuestros ojos. Así tu alma y la mía despertaron con el terral diciéndole a los caminos: "Voy a lo que voy".
Y entonces la ventolera dijo: "Estos hombres se hicieron de aire hace mucho tiempo, y así como se eleva el cielo sobre la tierra, se elevarán los caminos, y las aguas del Pacífico arderán en llamas y sus huesos reverdecerán como la yerba.
De ahí viene el que yo me preguntara: ¿Puede acaso una palabra de mi boca decirle a estos huesos que mañana estarán vivos?. ¿Puede mi fuerza, aunque se hayan hecho polvo, desde la tierra levantarlos?. ¿Quién de todos estos huesos desea besarte madre?. ¿Cuál de todos será el que implorando averigüe si es él o son ellos los que de alegría están locos?.
Poder ser tú, que no te mata la muerte, le dije con mi voz trémula al intentar impresionarlo. Vuelto de espaldas con sus ojos de humo metido entre las zarzas, continuó diciendo: ¿Por qué tiemblas en la oscuridad?. ¿Acaso no conoces bien tu propia patria?. Por lo tanto, no hay que excitarse ni te preguntes de qué manera pondré carne sobre tus huesos. Ponte a la luz y sana tus roturas, fue lo último que le escuché decir al ir encumbrándose hasta donde nace el aire.
Sé que allí respiré hondo antes de salirme de la vida vieja gritando: ¡Devuélvanme otra vez la juventud!. Y entonces me vi correr a campo traviesa, sin zapatos, sin camisa, pintado de colores en medio del esplendor del viento y del espejismo que somos; barro con ojos iluminados por una conexión misteriosa, hallada y perdida entre la palabra y el mundo, donde voy desde este mismísimo instante a vivirme.
Publicado en Punitaqui y el Desierto Florido (Lectura de poesía y Video, Sala de las Américas - Biblioteca Nacional)
Santiago, viernes 19 de junio de 1998.
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