DE LA PARÁLISIS A LA ACCIÓN
(Marcos 2:1-12)
El relato que tenemos como reflexión nos presenta a Jesús y a un hombre paralizado por el pecado. En el desarrollo de la historia bíblica veremos cómo el pecado tiene poder para paralizar el cuerpo. El pecado es más triste que el dolor. Despoja al hombre y a la mujer de su íntima integridad y de su respeto propio. Destruye las relaciones humanas, dividiendo a amigos y familias. Corrompe la sociedad, generando conflictos y guerras. El pecado separa al ser humano de Dios, haciéndole sentirse como un huérfano abandonado en un universo que lo condena.
Lo más importante de esta historia son
las primeras palabras de Jesús: "Hijo mío, tus pecados quedan perdonados", como
respuesta a la fe del grupo de amigos del joven paralítico. Seguramente en todas
las caras se vio una expresión de sorpresa. Algunos se preguntarían qué tenía
que ver la mención del pecado con alguien que había sido traído buscando la
sanidad física. Jesús percibió lo que estaba pasando en ese momento y lo que
estaban pensando y preguntó: "¿Por qué piensan ustedes así?" Luego afirmó que
era más fácil perdonar los pecados que sanar al paralítico. Y para probar su
autoridad para perdonar, dijo al hombre impotente: "Levántate...y anda" Y éste
lo hizo, y se fue de prisa a su casa, llevando la camilla la cual lo
habían traído, para contar a los suyos las maravillosas nuevas de su sanidad.
Esta sencilla y conmovedora historia encierra una importante verdad. La verdad es que el espíritu y la carne están estrechamente vinculados y que a veces las enfermedades del cuerpo tienen sus raíces profundas en la mente y en las emociones. De ahí que la curación del espíritu opera la restauración de las fuerzas físicas. Jesús sanó al paralítico porque veía la personalidad humana en su totalidad. Él puede afectar los últimos rincones de nuestra personalidad.
Hoy más que nunca aumentan las evidencias de la gran cantidad de enfermedades que tienen sus raíces en la mente y el espíritu. Por ejemplo: el director de un gran hospital sostuvo que recientemente que el 50% de los pacientes revelan que el origen de sus enfermedades está en la mente. La ansiedad, la preocupación, la culpa, el resentimiento, la ambición desenfrenada, las relaciones infelices entre esposo y esposa, todo repercute sobre el cuerpo. La etimología de la palabra "salud" tiene relación con la de la palabra "salvación". En otros términos, la relación de un hombre o una mujer con Dios tiene mucho que ver con su salud. De ahí que la santidad de vida puede significar: salud.
Jesús, penetrando con su mirada en la vida del joven que le traen para que lo sanara, vio que el pecado no perdonado estaba causando la parálisis de los miembros. Detrás la impotencia de su cuerpo yacía un sentimiento de culpa. Actualmente, el pecado está destruyendo muchas vidas. La culpa, es consecuencia del pecado, está haciendo estragos en el bienestar personal. Un siervo del señor ha dicho: "Gran cantidad de personas en el mundo tienen hoy algo así como un complejo reprimido de fracaso moral. No confiesan sus pecados ni a Dios ni a persona alguna, pero están tranquilos e insatisfechos consigo mismos y con lo que han hecho con su vida moral". Es decir, hay soberbia en sus corazones. La culpa tiene el poder de destruir la personalidad. Hoy los hospitales se están llenando de personas con casos mentales. Y la mitad de éstos están allí por un sobrecargado sentimiento de culpa. El director de un manicomio dijo en una oportunidad que podría dar de alta a la mitad de sus pacientes si alguien pudiera asegurarles de que sus culpas les serían quitadas.
La culpa paraliza el cuerpo. Hay muchas contrapartes del relato del paralítico que fue traído a Jesús. Éste fue curado por la pronunciación de la palabra "perdón", mediante la eliminación del paralizante sentido de culpa. Tal vez algunas de las personas que yacen impotentes en el lecho, o están prisioneras de una silla de ruedas, se levantarían y caminarían, si solamente pudieran creer y aceptar el perdón de Dios.
La culpa paraliza el espíritu humano. El gozo y la culpa no pueden existir juntos. La culpa destruye la creatividad, fosilizando nuestro espíritu que nada nuevo puede crear. Así, la culpa nos aleja de Dios, y sin Dios la vida no vale la pena ser vivida.
La culpa paraliza el matrimonio. En estos últimos años podemos ver con asombro el tremendo poder de la culpa que surge de la irregularidad de la vida sexual antes y después del matrimonio. Vemos hogares deshechos por causa de la infidelidad de la pareja, por el sentido de culpa por la falta de castidad anterior al matrimonio. Como pastores tenemos que enfrentar los problemas del adulterio y el aborto y su efecto en las relaciones entre un esposo y su esposa. Sin el perdón de Dios y luego el perdón mutuo, no hay esperanza alguna. Con la aceptación del perdón se quita un gran peso y termina la parálisis de un matrimonio. Qué alegría se siente cuando un matrimonio enfermo se sana, la pareja renueva gozosamente sus votos mutuamente y delante de Dios. Se cumple el antiguo milagro en su secuencia de, primero, perdón; luego sanidad. Y Jesús dijo: "Tus pecados quedan perdonados. ¡Levántate... y anda!".
Ahora bien, ¿cómo se pasa de oír la voz de la conciencia a recibir la palabra de perdón? ¿Cómo llegamos al punto en que, habiendo confesado nuestros pecados, "aceptamos nuestra aceptación"? ¿Cómo alcanzamos la certeza del perdón de Dios? Jesús pudo ayudar al paralítico, llevándolo de la culpa, mediante el perdón, a la sanidad, porque él podía pronunciar con autoridad las palabras: "Tus pecados quedan perdonados". Este es el secreto de la historia, el poder de Jesús para producir el milagro del perdón.
El ser humano no puede perdonarse a sí mismo. Por más que repita que su pecado no es grave, éste sigue acosándolo. Debe recibir una palabra fuera de él mismo, para tener la paz del corazón, la única paz que existe. Esta palabra es la de Dios. Existen aún personas que pretenden acallar su conciencia haciendo algunas obras de caridad, asimismo, hay quienes acuden a los psiquiatras, esperando que con sus técnicas los liberen de la tortura de escuchar la voz de su conciencia. El asunto es más que una cuestión de hacer obras de caridad o un asunto de técnicas. Es la palabra, la palabra viva, liberadora, redentora; que las buenas obras y las técnicas humanas no pueden hacernos llegar. Sólo Dios puede liberarnos de esa situación pecaminosa y nadie más.
Hay un solo lugar en todo el mundo en el que podemos quedar absolutamente convencidos de que nuestros pecados pueden ser y son perdonados. Es la presencia de Jesús. El mundo de la naturaleza no produce convicción. Nuestra propia conciencia nos condena, pero nunca puede darnos perdón, el cual necesitamos con urgencia. Esa palabra la dice Jesús. Él trae convicción. En los días de su ministerio terrenal, hizo que la gente creyera que tenía poder para perdonar pecados. Los adúlteros creyeron en él, los extorsionadores creyeron en él, el ladrón creyó en él, la prostituta creyó en él, el paralítico creyó en él, sus discípulos creyeron en él, sus enemigos creyeron en él, y todos ellos lograron la salvación eterna.
Si retornamos a la historia podemos comprobar ¡Un cuadro de verdadera amistad! Cuatro amigos trajeron al paralítico a Jesús. Estaban decididos. Hasta subieron a la azotea y, con mucho ingenio, lo bajaron hasta los pies de Jesús. Grande debe haber sido la fe de ellos, porque Jesús la vio y la honró. Su fe desempeñó un gran papel en el perdón y la sanidad que consiguieron. ¿Cuánto de nosotros creemos lo suficiente para traer a nuestros amigos a Jesús para que reciban el toque de su poder? ¿Lo hacemos? ¿Cuánto ha pasado desde que oramos por nuestro familiar; por el amigo? ¿Cuánto pasado desde que tratamos de llevar a algún conocido a la iglesia para que pueda escuchar alguna palabra de salvación? ¿Cuán decididos estamos? ¿Hemos hecho alguna vez algo parecido como los cuatro que subieron a una azotea por amor a su amigo?.
Que el Señor nos permita traer a muchos a los pies de Jesús para que sean perdonados y sanados. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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