LA GRAN MISIÓN
(Juan
21:15-19)
El Señor Jesús después de haber
demostrado que él resucitó de entre los muertos y haberles dado el aliento
necesario para seguir adelante y estar firmes en la fe, se dispone a encargar a
uno de sus discípulos, Pedro el líder del grupo, la tarea de cuidar del rebaño
de creyentes que él ha formado. Jesús es el buen pastor (Jn. 10:10). Para tal
fin, el Señor pregunta por tres veces a Pedro:¿me amas más que éstos?. Esta
pregunta del Señor es bien directa, sin rodeos. La respuesta de Pedro no se hace
esperar: Sí, Señor; tu sabes que te amo. A partir de esta afirmación de Pedro,
el Señor Jesús le encarga el cuidado de Su rebaño.
¿Por qué Jesús hizo esta pregunta
a Pedro? ¿Qué pretendía lograr? ¿Avergonzar a Pedro delante de sus demás
compañeros?. Parece que la única intención del Maestro era reivindicar a Pedro
antes sus compañeros, después de haberlo negado tres veces. Él no va hacerlo de
una forma intuitiva, sino quiere que de los mismos labios de Pedro salga su
confesión personal.
Jesús al oír la respuesta de Pedro
quiere hacerle ver que ese amor a su persona incluye ponerse al servicio de los
demás. Pedro recibe la misión del Señor: cuidar y alimentar a Sus corderos y
ovejas. Ellos constituyen ahora su nuevo rebaño. Desde este momento Pedro debe
hacer que hombres y mujeres encuentren vida y la felicidad. Para lograr eso debe
estar dispuesto a entregar su vida hasta el final. Él es primero en recibir esta
misión, le seguirán luego los otros discípulos. A través de los siglos el Señor
ha seguido llamando a hombres y mujeres para cuidar de Su rebaño, la Iglesia,
cada vez más numeroso. El enemigo acecha el rebaño, está a la puerta buscando
que robar o matar a un cordero u oveja. No descansa día y noche.
Hoy el Señor nos pregunta a ti y a
mí: ¿Me amas? ¿Qué le responderíamos? ¿Cómo amar al Señor en este siglo?. Ahora
más que nunca que no hay tiempo para mantener una relación espiritual con el
Señor. Ya no hay tiempo para orar, para leer la Biblia, para reflexionar a solas
con Dios, menos para ir a al templo. No hay tiempo para lo trascendente, tampoco
para servir al prójimo que va por nuestro caminar. Vivimos materializados en
muchos aspectos de la vida. El concepto de ofrendar y diezmar ha cambiado, ya no
se separa con gozo y alegría la parte que corresponde al Señor.
¿Cuán grande es nuestro amor por
el Señor Jesucristo? ¿Cuán grande es el amor de Dios por nosotros? ¿Hasta dónde
estamos dispuestos a dar nuestra vida por Él? ¿Seremos capaces de cumplir la
Misión sin tener amor por el Señor? ¿Es posible ser creyente sin tener fe en
Cristo Jesús? ¿Es posible ser miembro de la Iglesia sin cumplir nuestros votos
de fidelidad? Sólo el Señor Jesucristo sabe cuánto es nuestro amor por Él y su
Iglesia. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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