¡SOMOS INJERTOS DEL SEÑOR!
(Romanos 11:17)
Leyendo el Aposento Alto, encontré esta reflexión de la Sra. Karline Fischer (California, EE.UU.): "Una vez mi padre injertó una rama de árbol de pera en un árbol de manzana. Primero, cortó una rama de nuestro árbol de manzana, creando una superficie plana en el tronco. Luego cortó una ranura en la superficie plana y colocó la rama de pera en la ranura. Por último, la cubrió con alquitrán para adherir el injerto. Al final, el injerto produjo un fruto que parecía manzana con sabor a pera. Después de ver este proceso, comprendí el versículo de Romanos 11. Cuando llegamos a la salvación, el Señor nos separa de nuestra antigua forma de vida y nos injerta en la familia de Dios. La muerte de Jesús abrió la puerta para poder ser adoptados en la nueva familia. Recibimos el sello del Espíritu Santo y somos añadidos a la iglesia de Cristo (Ver Hch. 2:47) —una familia espiritual que nos proveerá el cuidado, el compañerismo y la responsabilidad esencial para un crecimiento saludable y de mucho fruto. Cada uno de nosotros necesita formar parte de una comunidad de fe. Si somos creyentes nuevos o nuevos en una congregación particular, puede que tengamos dificultades al principio. Sin embargo, el Señor nos injertará en la familia de la fe si somos pacientes en el proceso. A medida que crecemos, vamos a producir el amor, la alegría, la paciencia y otros frutos del Espíritu. (Ver Gal. 5:22)"
Esta reflexión me hizo pensar sobre el injerto, ya sea en la planta o en situaciones de la vida real. Si bien es cierto que es más fácil entender el injerto en las plantas, no lo es así en las situaciones diversas de la vida. Cuando uno ha nacido en una familia, sociedad, o país, de alguna manera conlleva el germen natural de ambas realidades. En muchos casos la realidad no es siempre favorable, existen problemas, dificultades, pecado, pleitos, envidia, chismes, insultos; es decir, un mundo en tinieblas. Llega un momento que uno se acostumbra y se adapta a esa realidad. No se conoce otra realidad alternativa que sea diferente. Pero cuando, en algún momento de nuestra vida escuchamos el Evangelio, que nos habla de Jesucristo, y éste penetra a nuestros tuétanos, nos provoca una reacción para ser diferentes, de dejar todo aquello que no nos es favorable, hasta el punto de llegar a nuestra conversión. Es ahí donde somos esa ramita que puede ser injertada a una comunidad de fe, para dar frutos buenos y diferentes. Jesucristo, nos llama a ser sus discípulos y luego nos invita a pertenecer a una iglesia o comunidad de fe, para ser incorporados, injertados, y producir frutos en abundancia. Esta experiencia de ser injertados, incorporados a la iglesia, no siempre es fácil, al comienzo hay recelo, incomprensión, marginación, de parte de los hermanos, hasta que poco a poco el proceso de incorporación va dando sus resultados. Este hecho nos recuerda al apóstol Pablo luego de su conversión. Al comienzo nadie quería aceptarlo, incorporarlo, injertarlo, a la comunidad de fe cristiana, por todos sus antecedentes; sin embargo, Jesucristo facilitó el proceso de incorporación.
El Señor siempre está dispuesto a injertarnos a Su Iglesia, para ser nuevas criaturas. Nos saca de una realidad adversa para incorporarnos a una comunidad de amor, donde el fruto del Espíritu Santo sea una realidad (Gal. 5:22). Por eso debemos dar gracias a nuestro Señor que nos permitió ser injertados a Su iglesia.
Roguemos al Señor para que muchas personas que viven en situaciones adversas puedan ser injertadas a Su iglesia, tal como una rama se injerta en una planta para nutrirse de la savia. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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