UN MANTO DIVINO DE AMOR
(Jeremías 31:3; Ezequiel 16:8)
Leyendo el texto bíblico del profeta Jeremías, se aprecia que el amor de Dios es permanente y eterno. El profeta da testimonio de que Dios le ha manifestado que desde hace mucho tiempo lo ha amado con Su amor eterno y que Su misericordia será prolongada a favor de él. Se puede inferir que el amor de Dios es como un manto eterno sobre nosotros que nos protege, hoy y siempre. Este amor de Dios, según las Escrituras, se manifiesta desde el comienzo de la Creación y en toda la historia de la humanidad. Siempre el Señor ha querido lo mejor para nosotros. Nos lo ha hecho saber a través de sus ángeles, siervos, patriarcas, jueces, profetas y discípulos. Más aún, en Juan 3:16-17 se nos dice que de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. Esta afirmación bíblica ratifica una vez más el gran amor de Dios por Su Creación. ¿Cómo entender este amor eterno de Dios? ¿Cómo sentir este amor eterno de Dios en nuestras vidas? ¿cómo dar testimonio de este gran amor eterno de Dios? Puede que haya una serie de respuestas, pero considero que la única manera de comprender la presencia de este amor eterno de Dios es con la representación de un manto, que nos cubre y nos protege.
El profeta Ezequiel menciona que Dios se puso frente a la ciudad de Jerusalén y la miró, en el tiempo de amor, le extendió su manto de amor, la cubrió, realizó un juramento e hizo un pacto con ella (Ezequiel 16:8). El manto de Dios es la acción de cubrir y proteger a quien él ama. Su amor eterno alcanza a su Creación, ciudades y personas. Esta representación del manto es una figura simbólica del amor de Dios que cubre y protege a sus siervos. Bien sabemos que este amor de Dios siempre se ha dado en todo momento y de este hecho hay miles de testimonios de personas favorecidas y aún de ciudades protegidas. Aun nosotros mismos, somos testigos de este gran amor eterno de nuestro Dios. Si uno hace una mirada retrospectiva de nuestra vida, veremos que estábamos en una situación de pecado, alejados de Dios, íbamos de tumbo en tumbo en nuestro diario caminar. De pronto, la misericordia y gracia de Dios nos alcanzó y logramos salir de ese valle de tinieblas. Ahí pudimos ver cómo el amor de Dios se empezó a mostrar en nosotros. Cambiamos nuestra situación y de pronto sentimos su protección, se nos abrió nuevos caminos, nuevas oportunidades. En un momento dado, se nos presentó a Jesús como nuestro Señor y Salvador y llegamos a aceptarle, para ser parte de Su pueblo.
Esta protección eterna de Dios sobre su Creación y su Pueblo, en muchas personas pasa desapercibido o no es una realidad. Se ignora que Dios cuida de nosotros, que su Pacto y amor es eterno y para todos. Para eso vino Jesús, para dar a conocer el gran amor de Dios y por eso entregó su vida en la cruz. El asunto es que para eso, Jesús estableció su Iglesia para cumplir la Misión. Esta es la tarea eterna de la Iglesia, dar a conocer a todos el gran amor de Dios. Poner en práctica ese amor de Dios con aquellos que viven en las tinieblas, son marginados y despreciados, que viven en la miseria, son perseguidos, necesitan ser sanados y restaurados. Es necesario que sepan y experimenten que el amor de Dios no es algo meramente espiritual, sino que es real y se da en todas las personas. Que Dios no hace acepción de personas, su amor en grande y eterno, que es lento para la ira y grande en misericordia. Que todos podemos acceder a este gran amor de Dios, que solo basta creer en Jesucristo, su Hijo, y aceptarle como su Señor y Salvador. Nosotros que somos sus hijos, debemos demostrar ese amor de Dios, que el manto de Dios nos protege y nos cuida de toda asechanza del diablo.
Pidamos al Señor nos permita dar a conocer a todos el gran amor eterno de nuestro Dios, siendo nosotros sus testigos de ese gran amor. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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