A LOS PIES DE JESÚS
(Marcos 7:24-30)
Este relato bíblico nos muestra a Jesús en plena acción, anunciando las buenas nuevas del Señor y haciéndolas realidad, a través de diversos milagros. Jesús después de discutir con los fariseos y algunos escribas, en Jerusalén, se dirige a una región lejana de Jerusalén y de prácticas paganas. Esta región es Tiro y Sidón. Ya en el lugar, Jesús no quería que nadie supiese de su presencia. Sin embargo, al entrar a una casa a escondidas, una mujer del lugar lo vio y entró en la casa. Esta mujer era griega y sirofenicia, según los fariseos, pagana y gentil. Es decir, no tenía nada que conversar con Jesús. Sin embargo, el relato bíblico nos dice que esta mujer tenía una hija poseída por el demonio, que ella había oído de él, seguramente de sus milagros. Lo que llama la atención es que, siendo una mujer pagana, viene a Jesús y se postra a sus pies, en señal de humildad. Vino a pedirle que echase al demonio que estaba en el cuerpo de su hija. Es muy probable que haya implorado sanidad a sus dioses por la vida de su hija, pero no había logrado nada de ellos. Ella al escuchar de Jesús, de que era el Hijo de Dios, que ha venido a salvar a los pecadores, a sanar, a liberar del pecado a toda persona que creyera en él, de pronto sintió la necesidad de buscar a Jesús y pedirle un milagro. Tenía fe que su hija podía ser sanada por el Hijo del Dios verdadero. En muchas ocasiones, esta mujer se asemeja a nosotros, cuando estábamos perdidos en el mundo, creyendo en otros dioses, practicando rituales paganos. De pronto, un día escuchamos de Jesús, Hijo del Dios verdadero, que había venido a rescatar lo que se había perdido, a sacarnos de las tinieblas a su luz admirable. Vinimos a él con nuestras cargas, dolores, enfermedades, miserias, problemas y tantas otras cosas negativas; nos pusimos a sus pies para implorar su misericordia y ayuda. Vinimos a Él por fe.
Ahora bien, el relato da cuenta de la reacción de Jesús ante esta mujer. Él, en principio, le da a entender que la misericordia era para los judíos, el pueblo de Dios, haciendo alusión al pan que no debe echarse a los perros. Sin embargo, esta mujer, que es una madre buena, y había venido temblorosa a Él para interceder por su hija, le dice que hasta los perros comen de las migajas de ese pan, debajo de la mesa. ¡Cuánta fe de esta mujer! Jesús, no solo había venido para los judíos, había venido para salvar al mundo (Cf. Juan 3:16-17). Ahora manifiesta su misericordia para con ella y para con su hija. Jesús nunca abandona a nadie que venga a sus pies. Él muestra su compasión por los pecadores humildes, que miran a él como el pan de vida. Mientras que los fariseos y escribas se muestran reacios y orgullosos en recibir este pan de vida, hay pecadores que vienen a Jesús por el pan de vida. De ahí, que, Jesús al ver la fe de esta mujer, le dice que ya el demonio ha sido sacado de la vida de su hija y que vaya confiada a su casa, Ella al llegar a su casa comprobó que efectivamente el demonio había salido de su hija. Es muy probable que ella diera testimonio de su fe y de las maravillas de Jesús, a sus vecinos de la población. De ahí que podemos afirmar que Jesús sigue salvando a los que se han perdido.
Este relato merece una reflexión sobre nuestras actitudes y la actitud de Jesús. Muchos conocen al Señor y no hacen su voluntad y viven una vida en pecado. Orgullosamente dicen ser salvos porque fueron bautizados en la fe Cristo, sólo es una fe nominal, más no una experiencia genuina con Dios. Aun así, se critica a los que no son creyentes y pecadores, a los que no son parte de la iglesia. Pero, la Biblia nos dice que Jesús vino para salvar a los pecadores, no importando el color, la raza y el lugar. Cuánto de nosotros éramos como esta mujer del relato bíblico. Sin embargo, un día escuchamos de Jesús como Salvador y venimos a sus pies, tal como éramos, pecadores. Jesús tuvo misericordia de nosotros y nos perdonó y nos liberó de las ataduras del pecado. A partir de esa fe, en Jesucristo, hemos recibido bendición, sanidad, prosperidad, paz, alegría y gozo. Señales de una nueva vida y vida en abundancia. Por eso, nuestro testimonio de la redención de Jesús, debe ser dado a toda criatura, en todo momento y lugar.
Este hermoso relato de la misericordia de Jesús para con los pecadores, nos debe desafiar a seguir dando nuestro testimonio de salvación. Nosotros en otro tiempo no éramos pueblo de Dios, ahora somos Su pueblo. Ahora hemos alcanzado la misericordia de Dios (1 Pedro 2:9-10). Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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