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GUARDAR SILENCIO

 

(Job 2:11-13)

 

La historia de Job tiene muchas enseñanzas. Una de ellas, es el saber guardar silencio ante el dolor o la desgracia. Los amigos de Job, Elifaz temanita, Bildad suhita, y Zofar naamatita, al oír del mal que le había sobrevenido a su amigo, decidieron ir a verlo, cada uno lo hacía desde su lugar, para luego juntarse con él, tal como lo habían convenido, para condolerse de él y para consolarle. Ellos a la medida que se acercaban a la casa de Job, no le conocieron y empezaron a llorar a gritos. En señal de lamentación, cada uno rasgó su manto, echándose polvo sobre sus cabezas hacia el cielo. En esa actitud, se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande. Muchas veces, cuando vemos a alguien sufriendo o pasando por una desgracia, solemos hablarle de Dios, de la Biblia, de la fe, de la esperanza, y muchas otras cosas más. Es decir, nos las pasamos hablando y hablando. Y llega un momento en que nuestras palabras abruman a la persona en dolor o desgracia. A veces, el silencio es necesario para reflexionar a solas, para entender lo que está pasando, o saber esperar la voluntad de Dios. Los amigos de Job se mantuvieron en silencio por una semana, acompañando a su amigo en el dolor. Cuántas cosas pasaban por sus cabezas, seguro que se preguntaban, cómo entender la fe de su amigo, cómo aceptar la voluntad de Dios. El guardar silencio fue una decisión sabia ante la desgracia. El consuelo en silencio puede ser el mejor regalo para quien está de luto o está triste.

En la Biblia encontramos que el silencio, muchas veces es una pausa en nuestro dolor, sufrimiento, angustias o preguntas. No siempre estamos listos a hacer una pausa en situaciones similares. Queremos la respuesta inmediata. Queremos que Dios nos responda ya. El  rey David en su Salmo 37, 7 nos dice que después de haber puesto nuestros caminos en las manos de Dios y confiar en él, debemos guardar silencio y esperar. No alterarnos si vemos que otros prosperan, siendo malvados. Hay que saber esperar en silencio. Dios mismo muchas veces guarda silencio ante nuestras oraciones, clamores o pedidos. En la historia salvífica podemos ver el silencio de Dios, muchas veces se ha dado. En Egipto, el pueblo hebreo  en esclavitud, pasó cuatrocientos años en esa situación, pensaron que Dios se había olvidado de ellos. De pronto surge Moisés y los libera definitivamente. Es bien claro que Dios no mora en medio del pecado, la corrupción y la idolatría. No sería la primera vez que el pueblo de Israel cayera en esa situación, ya antes lo había hecho y había recibido el castigo de Dios. ¡Cuántas veces Dios perdonó sus pecados! En la Biblia se registra muchos silencios de Dios. El salmista clama: “Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni estés quieto” (Salmo 83:1). Por siempre Israel clamó a Dios y él les respondió, pero muchas veces guardó silencio ante su desobediencia y corrupción, pero jamás se olvidó de ellos. Toda la Escritura está llena de esta realidad divina.

Ahora bien, esto mismo nos puede pasar a nosotros hoy en día. Hemos aprendido a escuchar siempre a Dios y en otros casos a aguardar Su respuesta en medio del silencio. A veces ese silencio nos ha parecido eterno, en un mundo turbulento, de tantos ruidos que no nos permite escuchar la voz de Dios, y de respuestas rápidas. Sin embargo, muy poco valoramos que en ese tiempo de silencio, breve o largo, Dios nunca nos ha olvidado, ni nos ha fallado. Él ha sabido venir a nuestro pronto auxilio en esos momentos. La verdadera realidad es que no estamos educados para tener momentos de silencio, menos de espera. Queremos todo, ya. Si se nos pidiera un momento de silencio, no sabemos qué hacer con el silencio. Si sentimos que Dios no nos responde, debemos examinar nuestra relación con Él y nuestra obediencia.

Por último, en ocasiones cuando la pena es demasiado profunda para consolar con palabras, con solo estar junto a la persona basta. Es una compañía solidaria en silencio. Los días de silencio y de consuelo le ayudaron a Job procesar y lidiar con su tristeza, a la vez que recibía el apoyo que necesitaba. Hay ocasiones en que sentimos que no podemos consolar a una persona que está sumida en un gran dolor porque no sabemos qué decir, pero en los tiempos difíciles, acompañar en silencio es un buen recordatorio para nuestros prójimos de que son amados.

Recordemos que toda bendición de Dios es una respuesta a nuestras necesidades. No neguemos la presencia de Dios cuando no nos contesta de inmediato. Él sabe cuándo y cómo responder. ¡Es en Su tiempo, no en el nuestro! Que el Señor nos de la paciencia para saber esperar su respuesta, mientras vamos haciendo su voluntad. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

                                 


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