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 ¡DEJAD ENTRAR AL SEÑOR EN VUESTRO CORAZÓN!

(Lucas 19: 28-44; Apocalipsis 3:20)

El evangelista Lucas nos informa que Jesús después de realizar su ministerio en Galilea decidió ir a Jerusalén, la capital de Israel, el centro del poder de Palestina. Ahora este es el nuevo escenario de su ministerio, que sin duda será diferente y dificultoso.

Jesús quiere conquistar esta capital a la manera de un rey, investido de poder y acompañado y de un gran ejército. Sus armas son poderosas y destructoras. Veamos cómo es este rey, que proclama ser el Rey de reyes. Todo rey en la antigüedad estilaba ingresar a la ciudad, montado en un gran corcel, señal de poderío. Este rey llamado Jesús hace lo contrario a los reyes paganos, era la costumbre hebrea, ingresar montado sobre un burro, como señal de humildad. Salomón lo hizo en su tiempo, pero ya el profeta Zacarías había profetizado desde hace mucho tiempo que el Mesías ingresaría de esa manera: " ¡Alégrate mucho, ciudad de Sión! ¡Canta de alegría, ciudad de Jerusalén! Tu rey viene a ti, justo y victorioso, pero humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una burra".

No vamos a detenernos en los detalles secundarios del texto, sino en los principales. Jesús al ingresar como rey, lo hace en razón de que él es el Rey de reyes, el Mesías prometido, el Hijo de Dios, su poder y autoridad emanan de Dios y no de los hombres. Su gran ejército lo compone todos aquellos humildes de corazón, los que no tienen ningún poder social o político, los marginados y desplazados de la sociedad, los que creen en Jesús como Señor y Salvador. Sus únicas armas son la fe y el amor, con ellas conquistará a esta ciudad rebelde e infiel, asimismo, a todas las naciones del mundo.

Es sorprendente la gran cantidad de gente que le acompañaba cuando entró a Jerusalén, muchos de ellos eran peregrinos que lo venían siguiendo a Jerusalén para celebrar la tradicional Pascua y otros eran personas que seguían a Jesús por los grandes milagros que hacía. Son ellos los que expresan su júbilo al saber que Jesús es el Mesías del Señor. Exclaman con la fuerza de sus gargantas: " ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!". Son ellos los que no podrán callar nunca, si lo hacen, las piedras gritarán.

Al ver esta actitud de la multitud y la indiferencia de la población citadina, Jesús lloró por Jerusalén, ya que ésta desperdiciaba la gran oportunidad de encontrar la verdadera paz.

De alguna manera, hoy Jesús también se acerca a nuestras vidas tocando nuestras puertas para cenar con nosotros, para hablarnos al corazón, a la mente y al espíritu. Nos ofrece gratuitamente su salvación. Él quiere ingresar a nuestro proyecto de vida como Rey y Señor.

Él está a la puerta esperando que le abramos y le invitemos a ingresar, no con violencia sino como un Rey humilde, dispuesto a escucharnos, a perdonarnos, a curarnos de nuestras dolencias físicas y espirituales (Apocalipsis 3:20). Todo depende de nosotros mismos para alcanzar nuestra salvación y gritar como esa multitud alegre y agradecida a su Señor. De lo contrario seremos como esa Jerusalén indiferente que perdió la gran oportunidad.

¿Estás dispuesto, hoy, a abrir tu corazón al Señor, o éste está trancado con llaves y candados? .

Si es así, que el Señor te bendiga y te acompañe por siempre. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                                         


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