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EL AMOR ETERNO DE DIOS

 

(Jeremías 31:3)

 

Muchas veces hemos leído en la Biblia, hemos escuchado en las prédicas y también hemos leído en los libros de teología, acerca del gran amor de Dios. En la Biblia encontramos numerosos textos acerca de este amor de Dios. En las prédicas solemos escucharlo en demasía, y aún con testimonios, sobre su gran amor para con nosotros. En los libros de teología se encuentra una gran cantidad de escritos sobre este asunto. En muchos casos, se suele hacer mención de este amor sublime de Dios que sobrepasa nuestro entendimiento. Incluso, se pone como ejemplo este amor de Dios el cual debe ser practicado por todos los seres humanos aquí en la tierra. Ahora bien, muchos han considerado que este amor de Dios es un sentimiento difícil de imitar y practicar. Las limitaciones humanas, hacen pensar que el amor es un sentimiento natural, transitorio e imperfecto. De ahí, la carencia de un verdadero amor de muchas personas hacia los demás. Como es un sentimiento natural, entonces depende de nuestra capacidad, de nuestra disposición, para practicarlo; si es un sentimiento transitorio, éste se acaba, se marchita, cuando ya no hay ese sentimiento; finalmente, si es imperfecto, entonces no puede haber un amor sin errores, sin equivocaciones, y sin rencores. Por lo tanto, el amor humano es finito, transitorio e imperfecto. Por lo cual, es imposible practicar un amor perfecto. El profeta Jeremías nos revela en su escrito, que el Señor le dijo que su amor por Su pueblo era un amor eterno y por eso su misericordia. Ahora bien, sería bueno preguntarnos ¿Qué es el amor eterno? ¿Es solo una cualidad de Dios, o también es una cualidad del ser humano?    

 

Este concepto de amor eterno por parte de Dios, muy poco se ha reflexionado. Siempre se hace mención que el amor de Dios es: incondicional, Dios ama a todos sin condiciones, sin mirar los muchos pecados de las personas (Proverbios 8:17); infinito e ilimitado, es decir, no tiene límites (Juan 3:16-17); santo, puro y sin mancha (1 Juan 1:5); bueno, el amor, la misericordia y el favor de Dios son inseparables (Romanos 8:31-21; Juan 3:16-17); eterno, su amor es trascendente a la mente humana y por siempre (Jeremías 31:3); fiel y justo, es decir, si confesamos nuestros pecados, Él nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1:9). Como lo hemos dicho, muy poco se ha reflexionado acerca del amor eterno de Dios. Debemos tomar nota que el amor de Dios se da a pesar de nuestros errores, equivocaciones, negaciones y contradicciones. Israel siempre fue amado por Dios, a pesar de sus grandes equivocaciones y negaciones. Por amor a Su pueblo, Dios levantó profetas, jueces y reyes, para que dieran a conocer su gran amor por ellos y por la humanidad. A pesar de la desobediencia de Su pueblo, Dios no escatimó esfuerzo alguno para dar a conocer su misericordia y perdón. El amor de Dios, a pesar de todo ello, no se terminó, no dejó de ser, no fue rencoroso, no dejó de cumplir su promesa. El amor de Dios es por siempre, es eterno, es incondicional. No es como muchas personas, que toman la actitud de no amar, si ya no son amadas o han sido traicionadas. Todas ellas practican un amor condicional. Todos estamos llamados a tener y practicar este mismo amor de Dios, amor eterno. Jesús, en muchas de sus enseñanzas enseñó acerca de este tipo de amor, tanto para con Dios, como para con los demás (Marcos 12:28-34). ¡Es el gran mandamiento para todos los creyentes e hijos de Dios! Por lo tanto, este amor eterno debería verse reflejado en nuestra vida cotidiana. Este es el gran problema en nuestra sociedad actual, cada quien ama a su manera y como puede.      

 

De ahí, que, a la falta de este amor eterno en las personas, el amor se convierte en un sentimiento natural, transitorio e imperfecto. No es extraño, entonces, ver tanto odio, maldad, violencia, guerras, esclavitud, marginación, crímenes, violaciones, indiferencia, pobreza, miseria, y corrupción. ¿A qué se debe? La respuesta es una: por la falta de un amor eterno entre las personas. Tampoco nos debe extrañar, ver la opulencia y riqueza desmedida de pocas personas; los monopolios de grandes empresas, la explotación laboral, la usura como sistema financiero de las entidades bancarias y financieras, países con grandes riquezas, y países que viven en la miseria, tráfico y contrabando de alimentos. Otra vez, la pregunta, ¿A qué se debe? Sin duda que la respuesta es una: falta de amor eterno. Siempre habrá excusas para justificar la ausencia de este amor eterno entre las personas y en los sistemas sociales. Lo peor de todo, es que, en todos estos casos, el amor de Dios está ausente, tanto a nivel espiritual como a nivel social. Si en verdad se practicara este amor, que venimos señalando, muchas situaciones, cosas y problemas se resolverían.   
 

¿Qué podemos hacer ante esta situación? Según las estadísticas, la mayoría de los habitantes de este mundo, creemos en Dios, conocemos Su palabra, por lo tanto, este amor debe darse en todos los que creemos en Dios. Sin embargo, hay un gran problema serio , muchos son oidores de la Palabra, y pocos hacedores de la misma (Santiago 1:22). El apóstol Santiago en su carta hace una seria crítica a los que dicen amar a Dios y no aman a su prójimo. El Señor Jesús, estableció Su iglesia para que, a través de su misión, diera a conocer el gran amor de Dios y lo pusiera en práctica en favor de los demás, en especial a los pobres y a los marginados de la sociedad. Lamentablemente, la Iglesia muy poco ha hecho realidad este mandato de Jesús. Actualmente, la Iglesia está subsumida en sus propios problemas internos y en la búsqueda de su supervivencia en este mundo.

 

Ante tal situación, se debería dar mayor importancia en la enseñanza de la palabra de Dios, en especial acerca del amor eterno de Dios, su misericordia, y su perdón.  Que el Señor nos ayude a ser sus instrumentos y poder llevar Su palabra a toda criatura, para enseñarla y ponerla en práctica. Sólo así, habremos dado un gran paso trascendental en la solución de los problemas que vive nuestra humanidad. Amén. 

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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