VOLVIENDO A LOS ORÍGENES: LA COMUNIDAD DE FE SIN TEMPLOS
(Hechos 2:42-47; 4:32-37)
En los tiempos de la iglesia primitiva no había edificios que albergaran a la comunidad de fe. La comunidad de fe, la Iglesia, celebraba la Comunión o Eucaristía reunida en los hogares de los creyentes. Los cristianos de aquel tiempo se consideraban la Iglesia y el lugar donde se reunían era la casa de algún hermano o hermana. Pablo en sus cartas da cuenta de este hecho. Por ejemplo, saluda a los cristianos de Corinto, dando cuenta de los saludos de las iglesias de Asia. Además, menciona que Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, también envían saludos en el Señor (1 Corintios 16:19). Es evidente que la iglesia no necesitaba de un lugar sagrado para reunirse y alabar al Señor. Los lugares sagrados no estaban en la arquitectura, sino en la presencia de los congregados: la comunidad de fe que se reunía para recibir la Comunión o Eucaristía, en los signos del pan y el vino. Este hecho nos obliga a revisar nuestras a nuestras iglesias o comunidades de fe, que en su mayoría tienen un lugar físico para reunirse, mientras que otras no poseen un lugar físico, sino que se reúnen en casas. A estas comunidades, hoy en día, se les conoce como Grupos de Pacto o Células.
Según los descubrimientos arqueológicos en Corinto, las casas podrían albergar hasta cuarenta personas. Los dueños se las arreglaban para dar lugar a los creyentes que venían para tener el ágape o fiesta del amor. Esta costumbre se había extendido por todos los lugares, donde se establecía la iglesia. Tal como lo describe el Libro de los Hechos, los creyentes perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Todos estaban juntos, y tenían en común las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Participaban en el templo, y partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, tenían la estima del pueblo. Finalmente, el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:42-47; 4:32-37). En verdad, esta vivencia de la comunidad de fe, da mucho que pensar en nuestros días. Era una comunidad con mucha fe en el Señor, obediente a Su palabra, solidaria y misionera.
Hay un refrán que dice: "No hay mal que por bien no venga". Este refrán emite un mensaje optimista ante aquellas situaciones, que, en principio, no son buenas, pero que, a futuro, pueden generar resultados positivos. Teniendo en cuenta este refrán, bien aplicarlo a la pandemia que estamos sufriendo en este siglo y que está generando mucho dolor, muchas muertes, crisis económica, cierre de lugares públicos, prohibiciones de reuniones públicas, y la prohibición de reuniones de la comunidad de fe para realizar ceremonias religiosas. Esta situación se ha convertido, para la comunidad de fe, la iglesia, en una oportunidad para volver a sus orígenes: las reuniones en las casas. Gracias a Dios, esta experiencia primitiva, hoy adquiere gran relevancia, en estos tiempos de pandemia. Hoy, los templos se han cerrado, pero, la comunidad de fe, la iglesia, se sigue reuniendo de manera virtual, a través de las redes sociales y medios de comunicación virtuales. La Iglesia sigue predicando la palabra de Dios, evangeliza y discipula, es solidaria con los enfermos y necesitados, se tiene momentos de oración, y se celebra la Comunión o Eucaristía. La Iglesia no ha desaparecido, sigue vigente, aún sin tener un espacio físico para reunirse. Alabado sea el Señor.
Esta forma de ser iglesia, no es reciente. Ya desde hace muchos siglos, ha habido movimientos de cristianos que han querido vivir a la manera de la iglesia primitiva. En tiempos de persecución y represión, la iglesia ha sabido mantenerse firme y fiel al Señor. No debemos olvidar la experiencia de la iglesia de las catacumbas, de la iglesia subterránea, de los grupos de pacto o sociedades que implementó el metodismo en el siglo XVIII, de la iglesia en las cárceles, de la iglesia doméstica, de la iglesia celular. En todas estas experiencias de ser comunidad de fe, iglesia, podemos ver la acción de Dios y de Su espíritu, cuidando de ellas, animándolas a cumplir con la misión, y protegiéndolas de todo peligro. Una experiencia que no debemos olvidar y dejar de lado.
Lamentablemente, hay cristianos que se resisten a vivir esta realidad. Quieren reunirse en un templo. No conciben la idea de ser una iglesia virtual, se prefiere ser templarios. Es decir, que todo gire en torno al templo, que las reuniones se realicen en el templo, que las actividades se hagan en el templo, que el culto de adoración se lleve a cabo en el templo, los talleres de capacitación en el templo, la oración y las vigilias se desarrollen en el templo. El templo se ha convertido en el centro de la comunidad de los creyentes, la iglesia. De ahí que, muchos críticos de la iglesia, señalan que el no crecimiento de la iglesia se debe a esta actitud templaria de los creyentes. Prefieren quedarse en el templo y no salir hacia los demás. Una vez más recordamos, que los primeros cristianos se reunían, en su mayoría de veces, en las casas y no en el templo. El templo era para reunirse para adorar al Señor (Cf. Hechos 2:46). El quehacer cotidiano se daba en las casas y en las calles, en medio de las persecuciones y matanzas. Esta cultura de ser templarios y no discípulos, es el gran problema de la mayoría de las iglesias contemporáneas.
Oremos al Señor para que, en este tiempo de pandemia, la comunidad de fe siga siendo la iglesia del Señor, que predica Su palabra en todo tiempo y lugar, más allá, de tener o no, un espacio físico para reunirse. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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