¿SOMOS OVEJAS DE SU PRADO?
(Juan 10:22-30)
El relato nos describe a Jesús en pleno Jerusalén, justo en el momento cuando están por celebrar la dedicación del templo, fiesta que había sido renovada en los tiempos de Judas Macabeo (165 a. C.) después que éste había sido profanado por Antíoco Epífanes (cf. Dn. 9:27; 11:31). Era el templo un lugar consagrado a Dios.
Jesús ha tenido una discusión previa con las autoridades judías sobre su condición de Hijo de Dios, y ahora ha decidido dar un paseo por el pórtico de Salomón, en una época de invierno, para estar un rato a solas. Sin embargo, otra vez los judíos lo abordan para seguir preguntándole sobre su identidad. En estas líneas hay símbolos que es bueno descifrarlos para una correcta interpretación del texto bíblico: Jesús representa el nuevo templo que ha de ser consagrado; el pórtico de Salomón nos recuerda su ascendencia del rey David; por último, el invierno nos señala que el ambiente que predomina en Jerusalén y en el templo es de muerte y desolación. En esta parte, el autor quiere mostrar a Jesús y a su nueva comunidad como el lugar de la vida (Jn. 11:25, 44).
La discusión con los judíos no termina, el enfrentamiento no tiene fin, para ponerle término, Jesús reafirma su condición de Mesías y a la vez precisa quiénes son sus verdaderos seguidores. Ya no debe haber más dudas al respecto, Jesús es el Hijo de Dios, el consagrado por el Padre por medio del Espíritu para una misión salvadora. Sus credenciales son sus hechos salvíficos, igual a los de su Padre.
Precisar quiénes son sus verdaderos seguidores, pone en tela de juicio a los mismos dirigentes, ya que en la práctica no lo son, no son de sus ovejas, porque no responden a su llamado, que es la del Padre. Ellos nunca han escuchado la voz de Dios, por eso no escuchan la de Jesús. Como no conocen su voz, no pueden reconocer sus actos, porque son ladrones y bandidos que explotan al pueblo (Jn. 10:1,8), por eso no son de Jesús.
Sin embargo, Jesús les presenta a sus verdaderos seguidores, ellos si escuchan su voz, le siguen, dan buen testimonio de una nueva vida, se comprometen con él y con su prójimo. La recompensa es la vida eterna, ya no hay muerte. Nadie podrá arrebatarlos de la mano de Jesús, ya no habrán ladrones, porque Él es el pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida (Jn. 10:11).
Finalmente, todo el relato bíblico nos presenta dos situaciones. Por un lado, nos presenta a un Jesús que es el nuevo santuario, el Padre está presente y se manifiesta en su persona. No hay nada que Él haga que esté fuera de la voluntad de su Padre y del poder del Espíritu. Él representa al Padre, cualquier rechazo o crítica a su persona, lo hacen a Dios; la oposición a él es oposición a Dios. Por otro lado, describe la condición de sus verdaderos seguidores.
La reflexión final nos lleva a meditar acerca de la condición de ser ovejas de su prado y de qué manera estamos oyendo su voz y haciendo su voluntad. No basta decir que somos sus ovejas y no hacer su voluntad; es reconocerlo como el Señor del Rebaño y seguirle.
Para reflexión:
- ¿De qué manera reconocemos a Jesús como el Señor de nuestras vidas?
- ¿Somos sus ovejas que siguen fieles a su voz y hacemos su voluntad?
- ¿Cómo damos testimonio al mundo de que somos verdaderos seguidores del Señor?
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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