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    LOS OTROS DONES ESPIRITUALES

 

(2 Reyes 6:16-17)

 

En la Biblia encontramos una lista de veinte dones espirituales que son dados por el Espíritu Santo. Los dones o carismas espirituales, son regalos especiales que otorga el Espíritu de Dios en forma individual al creyente, y los da para el bien de la comunidad de fe, en este caso, la iglesia. Sólo el don de lenguas se da para el beneficio particular del creyente, es decir, para edificarse a sí mismo (1 Co. 14:4a). Los dones espirituales fueron profetizados en el Antiguo Testamento (Is. 28:11s; Jl. 2:28); confirmados por las promesas de Cristo (Mr. 16:17s; Jn. 14:12; Hch. 1:8); e impartidos por el Espíritu Santo después de Pentecostés (1 Co. 12:11).  

 

Los propósitos de los dones espirituales son dos: la edificación espiritual de la iglesia (1 Co. 12:7; 14:12; Ef. 4:7-12) y la conversión de los incrédulos (1 Co. 14:21-25). Como lo hemos dicho antes, existe una lista de veinte dones espirituales, de los cuales, todo creyente recibe por lo menos, un don del Espíritu (1 Co. 12:7; 1P. 4:10); pero, no quita que se pueda recibir más de uno de ellos.  En tres cartas de Pablo, se pueden analizar dichos dones (Ro. 12:3-8; 1 Co. 12:4-11,28-39; Ef. 4:7-12). Sin embargo, aparte de estos dones espirituales, considero que hay otros tres que debemos considerarlos en la lista. Estos son: tener ojos y oídos espirituales, además, de poseer una sabiduría espiritual.

 

En el caminar diario en la vida cristiana, nos encontramos, que, a pesar de tener algún don espiritual, muchas veces, necesitamos tener ojos que vean más allá de lo evidente, más allá de la realidad, más allá del horizonte. Ver la presencia de Dios, ver aquello que nos es oculto, por la limitación de nuestros sentidos naturales. Tener una visión más allá de la realidad natural, es posible, si tenemos el don de poseer ojos espirituales. En la Biblia, encontramos muchos casos de personajes que han podido ver más allá de lo evidente, ver visiones, y ver la gloria de Dios. Un ejemplo, es el caso del profeta Eliseo, cuando despertó y encontró que el ejército sirio tenía rodeada su ciudad con caballos y carros. Su criado estaba asustado y preguntó a Eliseo qué se iba a hacer ante esta situación. Eliseo le dijo que no se preocupara, diciéndole estas palabras: “No tengas miedo, porque son más los que están con nosotros que los que están con ellos” (2 R. 6:16). El criado no tenía idea de lo que el profeta estaba hablando; él no podía ver más allá de lo que veía. Sin embargo, Eliseo vio batallones de ángeles dispuestos a presentar batalla por el pueblo del profeta. Entonces Eliseo oró al Señor para que abriera los ojos del joven, y él miró; y he aquí, que el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego alrededor de Eliseo (2 R. 6:17). Si nosotros, no tenemos desarrollado este don espiritual, estamos ciegos completamente. Podemos tener ojos, y no ver realmente lo que está a nuestro alrededor. Bien sabemos, que sólo el Espíritu Santo, puede darnos este don. Hoy en día, está sucediendo muchas cosas a nuestro alrededor, y en muchos casos, somos incapaces de darnos cuenta de lo que está ocurriendo. O en otros casos, podemos tener la presencia de Dios a nuestro lado y no la podemos ver. De ahí, la necesidad de tener ojos espirituales, para ver aquello que Dios nos muestra en nuestro caminar, y poder desarrollar mejor la misión. 

 

Lo mismo, sucede con el oír. Vivimos en mundo ruidoso, los ruidos están por todas partes, hay todo tipo de ruido, que no nos deja escuchar la voz de Dios, la voz suave de algún familiar, la voz de un amigo, o la voz de alguien que nos pide una ayuda. Hay muchas quejas, llanto y dolor por todos lados, y muchas veces, somos incapaces de oírlos, debido, a nuestros limitados oídos naturales. Hay momentos en que Dios nos está hablando, y no escuchamos su voz. Con tanto ruido por doquier, la voz de Dios, quien tiene un mensaje importante para nosotros, no la escuchamos. Peor, si caminamos por la calle, en medio de tanto ruido, no escuchamos el clamor o el dolor de los que sufren. Pero, a veces, aún en nuestro propio hogar, no escuchamos a los que nos hablan, ya que estamos en otras cosas. Tenemos oídos, pero no escuchamos. Para poder escuchar, más allá de nuestros sentidos naturales, necesitamos tener oídos espirituales, que nos permitan escuchar la voz de Dios, la voz de nuestros seres queridos, las voces de los pobres, de los que sufren, en medio del barullo cotidiano. En la Biblia, encontramos personajes que pudieron escuchar la voz de Dios y fueron bendecidos. Dos ejemplos tenemos: uno, es el de Samuel. Dios llama a Samuel por tres veces y Samuel escucha. Al comienzo no sabe quién lo está llamando, hasta que Elí le dice que es el Señor, quien lo está llamando. Elí le aconseja a Samuel que responda al llamado del Señor. Samuel responde a la voz de Dios y es bendecido (1 S. 3:1-10). El otro ejemplo, es el de Isaías. Él escuchó una voz del Señor en el templo, que preguntaba a quién enviaría. Entonces Isaías respondió que él iría (Is. 6:6-8). Otros, escucharon el clamor de los pobres y de los que sufren, y pudieron ayudarles.

 

Por último, un don espiritual, muy importante, es la inteligencia espiritual. Sucede que, todos los días ocurren hechos, que no alcanzamos a comprender. No comprendemos racionalmente, algunos hechos que suceden a nuestro alrededor. No sabemos el por qué suceden. Ocurren fenómenos naturales y extra naturales, lejos de nuestro entendimiento. Quisiéramos tener una explicación natural y no es posible. Nuestra mente finita, no alcanza descifrar lo que sucede a nuestro alrededor. No comprendemos cuál es la voluntad de Dios, no podemos explicar algún milagro de Dios, no sabemos encontrar una solución a alguna dificultad. Todo se hace complejo, no hay respuestas racionales. Es ahí, cuando necesitamos una inteligencia espiritual, que nos ayude a entender los misterios de Dios y sus manifestaciones, aquí en la tierra. ¿Cómo saber, qué va a pasar a futuro? Solo Dios lo sabe, y solo Él nos puede decirlo. La ciencia se afana por encontrar respuestas a una serie de fenómenos extra naturales, no lográndolo, en la mayoría de casos. Al contemplar el universo, nuestra imaginación vaga, sin comprender la verdadera dimensión del cosmos, ni las leyes que lo rigen. Nuestra sabiduría es limitada. El rey Salomón, en un momento, pide sabiduría a Dios para juzgar al pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo (1 R. 3:3-15). Solo Dios nos puede dar a conocer su voluntad, presente y futura. Solo Él puede darnos entendimiento de los hechos que suceden y que no logramos comprenderlos. Este es el rol de la sabiduría espiritual. En la Biblia, hay muchos casos en que Dios ha dado conocer su voluntad y la debida explicación a sucesos ocurridos.

 

Bien sabemos, que Dios es el que imparte los dones espirituales conforme a su gracia; éstos no pueden ser adquiridos por mérito humano. Dios no está limitado a los deseos humanos. Los dones no están limitados a ningún creyente. Esto, es importante tenerlo en cuenta, ya que hoy en día, muchos creyentes están muy preocupados por saber qué dones han recibido del Espíritu Santo, o cómo lograr tenerlos, y, por último, cuán espiritual se es al tener varios dones espirituales. Recordemos que los dones tienen un fin, estar al servicio de la iglesia para que pueda seguir cumpliendo su Misión. No son pues para lucimiento personal o de jactancia alguna. Si tenemos dichos dones espirituales debemos ser agradecidos al Señor por habérnoslo dado y ser humildes al ejercitarlos.

 

Por otro lado, debemos tener muy en cuenta que nosotros los creyentes, al ser parte de la iglesia, constituimos todo un tesoro valioso, al poseer diversos dones y talentos. Cada hermano y hermana, es muy importante en el seno de la iglesia, ya que Dios ha dado a cada quien un don en particular. Muchas veces descuidamos este detalle y sólo nos fijamos en el hermano o hermana, ya sea por su aspecto personal o condición social, y no por lo valioso que es en sí, como persona, criatura de Dios.

 

Que el Señor nos provea los dones necesarios para el cumplimiento de la Misión, en especial, el tener ojos, oídos, e inteligencia, espirituales. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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