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DEL ORGULLO A LA SANIDAD

 

(2 Reyes 5: 1-14)

 

Este relato sobre el encuentro de Naamán y Eliseo, es bueno tenerlo en cuenta, debido a que se trata de un general asirio y un profeta de Israel. El relato tiene varios sucesos, pero la reflexión será sobre la primera parte, la sanidad de Naamán. Este general del ejército asirio era un gran personaje, muy valeroso, y el rey lo tenía en alta estima. Sobre él existen algunas versiones, según los rabinos, Naamán fue el arquero que hirió de muerte a Acab, rey de Israel. Los comentaristas sostienen que Naamán era vanidoso y altivo, por lo que fue herido de lepra, pero otra versión sostiene que enfermó por tomar a una doncella israelita y convertirla en la sirvienta de su esposa. La lepra alcanzó su cuerpo y este mal no lo dejaba vivir en paz. Durante ese tiempo de enfermedad, unos vándalos se llevaron cautiva a una muchacha de la tierra de Israel, quien pasó a ser la sirvienta de la esposa de Naamán. La sirvienta al ver a su amo con la enfermedad de la lepra, dijo a su señora que su esposo podría clamar al profeta que está en Samaria, y él lo sanaría. En este relato hay dos contextos diferentes, por un lado, Naamán y su esposa son paganos; por otro lado, la sirvienta y el profeta son creyentes en Jehová. ¿Era esta sirvienta, mensajera del Señor? Dios muchas veces envía a personas para darse a conocer. Hoy en día, este hecho se sigue dando.

 

Naamán, obedece a su mujer, va donde el rey de Asiria para contarle lo que ha dicho la muchacha de la tierra de Israel, sobre el profeta y su curación de la lepra. El rey le manifiesta que vaya en busca del profeta. El rey enviará cartas de presentación al rey de Israel. Con esta autorización, Naamán sale en busca del profeta, llevando regalos, y las cartas de su rey. Las cartas decían al rey de Israel que él está enviando a su siervo Naamán para que lo sane de su lepra. Cuando el rey de Israel leyó las cartas, se sorprendió y rasgó sus vestidos, preguntándose: ¿acaso era Dios para que sane a un hombre de su lepra? El rey de Israel consideró que esto era una excusa del rey de Asiria para ir contra él. El profeta Eliseo estaba cerca y escuchó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, y le pregunto al rey, por qué lo había hecho. Le pide al rey que lo envíe a él, y así sabrá que hay profeta en Israel. Naamán fue en busca de Eliseo, con todo su séquito. Eliseo, al saber que Naamán esta en las puertas de su casa, envió un mensajero, para decirle que vaya al río Jordán y se lavara siete veces, para que su carne sea restaurada y quede limpio. Naamán reacciona en forma negativa y enojado, diciendo que esperaba que Eliseo saliera a su encuentro e invocando el nombre de Jehová sus Dios, alzaría sus manos tocando el lugar de la lepra y ésta sanaría.     

 

Para Naamán, esto era una afrenta hacia su persona, que, siendo una persona muy importante en Asiria, Eliseo no lo haya recibido de acuerdo a su rango. El orgullo de Naamán aflora, preguntándose si los ríos Abana y Farfar de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel. Considera que, si él se lavara en ellos, sería limpio. Con todo su enojo decide alejarse. Él no puede aceptar tal humillación. Su orgullo es muy fuerte frente a Eliseo. No acepta que Israel sea tierra de sanidad. Muchas veces sucede que no estamos listos a aceptar otra realidad que no sea la nuestra. Sin darnos cuenta que de pronto esa es la voluntad de Dios. Los criados de Naamán lo convencen para que se lave y sea limpio. Él entonces descendió y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; de pronto su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. ¡El milagro estaba hecho!

 

Este hecho milagroso, nos muestra cómo Dios puede hacer grandes maravillas, aún con personas que no son de su pueblo. Dios no hace acepción de personas. Dios ve el corazón de la persona y esto es suficiente para Él. Naamán dejó su orgullo, y obedeció lo que el profeta Eliseo le había dicho, para dar paso a la sanidad de Dios. Este es un gran ejemplo para nosotros hoy. Si mantenemos nuestro orgullo y no somos humildes ante Dios, él no obrará en nuestras vidas. Jesús mismo se humilló hasta lo sumo, en obediencia a Su padre (Filipenses 2:5-8).

 

Esta enseñanza nos debe ayudar en nuestra evangelización con personas que no creen en Dios. Decirles que de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:16-17). Esa es nuestra tarea, nuestra misión, hacer ver a los que no creen, que hay un Dios misericordioso, que no hace acepción de personas para la salvación, o para recibir una bendición de parte de Él.

 

Que el Señor nos ayude a alcanzar a muchos que aún no conocen el amor de Dios. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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