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EL FINAL DE TODO

 

(Eclesiastés 12:13)

 

Leer el libro de Eclesiastés es llenarse de sabiduría. Este libro reflexiona existencialmente sobre la fugacidad de los placeres, la incertidumbre que rodea al saber humano, la recompensa de los esfuerzos y bienes de las personas, la caducidad de todo lo humano y las injusticias de la vida. Es un libro sapiencial, escrito por el rey Salomón, quien nos invita a reflexionar sobre la incertidumbre de la existencia. Este tema es el meollo del libro. Sabiamente nos invita a disfrutar de la vida, pues nunca podemos estar ciertos de qué nos deparará, y también nos dice que las alegrías de este mundo son un don de Dios. Se nos recomienda aceptar con serenidad las desgracias y la adversidad, pues también ellas serán tan pasajeras como lo es todo en la vida del ser humano. La injusticia que con frecuencia domina lo humano, el valor de la sabiduría a pesar de sus inevitables límites, lo inútil de todo afán del ser humano que necesariamente concluye con la muerte, son algunos de los temas principales. Vale la pena tener en cuenta sus palabras finales: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Eclesiastés 12:8) y "El fin de todo discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre" (Eclesiastés 12:13).

 

Para nuestra reflexión tomaremos lo dicho en el capítulo doce, versículo trece. Salomón en todo su libro nos dice que todo es vanidad, pero al final de su libro nos dice una gran verdad, que lo único que si tiene propósito en esta vida es temer a Dios y cumplir sus mandamientos. Esto no es vanidad. Las cosas de este mundo (el trabajo, la escuela, el placer, etc.) no han sido diseñadas para el verdadero propósito del ser humano. El verdadero propósito y el final de todo, es temer a Dios y obedecer sus mandamientos. No hay otra cosa bajo el sol. Es interesante reflexionar que quien dice estas sabias palabras, es el rey Salomón, a quien Dios le dio una gran sabiduría entre todos los hombres, y que ahora, con toda su experiencia vivida, nos declara esta gran verdad. Es bueno tener en cuenta que Salomón fue designado rey de Israel para gobernar con sabiduría, con temor a Dios y obedeciendo sus mandamientos. Lamentablemente él se apartó de Dios e hizo lo que a él parecía bien, sin tener en cuenta el verdadero propósito de Dios para con él. Bien sabemos que reinó por un período de cuarenta años y que terminó mal ante los ojos del Señor. De ahí que, esta experiencia le lleva a escribir el libro de Eclesiastés para aconsejar a otros a que no siguieran su ejemplo. Ahora, puede expresar: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad"

 

Sin duda que esta afirmación de Salomón, sigue siendo vigente para nosotros hoy en día, que vivimos en mundo lleno de vanidades. Es muy cierto que el ser humano vive afanado en los placeres, desea tener riquezas y poseer propiedades, gozar de buena reputación, vivir la vida en desenfreno, tener un trabajo seguro, estar libre de toda desgracia o adversidad, gozar de la prosperidad, vivir la vida tal como venga, no tener en cuenta a Dios y sus mandamientos para nada. Ahora, el ser humano es el centro de todo lo creado y de todas las cosas, todo lo puede, nada hay que no esté a su alcance y que ya no hay nada imposible, nada hay oculto en el cosmos. El ser humano es dueño de su destino y de su futuro. Sin embargo, en medio de todas estas cosas vanas, surge la incertidumbre de la existencia, del mañana y del futuro. Ante esas circunstancias, surge la pregunta: ¿Dónde está Dios? Para mucha gente, Dios no existe, o en todo caso, está lejano a la realidad del ser humano. De ahí que, se considera que el ser humano puede por sí mismo, resolver cualquier dificultad con todos los recursos que posee. Esta es la vanidad de vanidades a que se refiere Salomón. ¡Nada ha cambiado!    

 

De ahí que, al reflexionar estas palabras del rey Salomón, nos debe llevar a considerar que muchas veces la vanidad nos invade y que al final de cuentas, no nos lleva a nada bueno. Por el contrario, nos lleva a la incertidumbre, a la angustia, a la frustración, al no alcanzar lo que queremos por nuestra propia cuenta. La experiencia de Salomón nos debe servir de lección, mientras era el rey de Israel, se llenó de vanidad, se sintió poderoso, conquistó pueblos, tuvo toda la riqueza del mundo, tuvo mujeres por doquier, adoró a diversos dioses, se hizo grande entre los reyes paganos, toda su fama y gloria la atribuía a su inteligencia y capacidades. Pero, bien sabemos en qué acabó toda esa vanidad de Salomón. Despreció el propósito de Dios para con él, ser un rey sabio, que administrara justicia, y que reconociera a Dios como el Rey de reyes y Señor del universo. Él prefirió vivir la vida a su manera. Dios no estaba en nada. Fingía una fe que no era verdadera. Después de haber fracasado como rey, llega a la reflexión de que todo el final de las cosas es el temor de Dios y el guardar sus mandamientos (Eclesiastés 12:13). Estas palabras sabias de Salomón es la conclusión de toda su vida. Hoy en día, debemos tener en cuenta este consejo sabio, en medio de un mundo que vive la vida a como venga y lejos de Dios. El temer a Dios y obedecer su Palabra, es la garantía que toda nuestra vida está segura en las manos de Dios, y que nada, ni nadie nos podrá hacer daño. Nuestro presente y futuro está asegurado, y que no hay nada que temer. ¡Esa es nuestra confianza y seguridad! 

 

Esta reflexión y enseñanza debemos compartirla a toda criatura. Como creyentes en Dios estamos en la obligación de llevar a la reflexión a todos aquellos que consideran que todo lo pueden y que no necesitan de Dios. Dar nuestro testimonio de vida, de cómo el Señor nos bendice en todo lo que hacemos, que somos temerosos de Dios, que temer a Dios no significa sentir un terror u horror, más bien es admiración, estima, confianza, entendimiento, obediencia, consagración, amor, así como adoración. Por ejemplo, al leer el Libro de Job, se nos dice que Job temía a Dios y se apartaba del mal. Triunfó sobre las tentaciones y los ataques de Satanás, se mantuvo firme en su testimonio y, por lo tanto, recibió las bendiciones de Dios. Así pues, eso mismo es lo que nos sucederá si somos temerosos de Dios y obedecemos sus mandamientos. ¡Este es el final de todo!

 

Que el Señor nos ayude a confiar en él y a guardar sus mandamientos. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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