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CUANDO EL SEÑOR NO CONTESTA NUESTRA ORACIÓN

 

(Isaías 1:10-20)

 

Hay un momento en la vida del creyente en Dios, que siente que el Él no responde a las oraciones. Entonces, surgen una serie de preguntas, como estas: ¿Por qué el Señor no me responde? ¿Será que se ha olvidado de mí? ¿Será que no he obedecido su Palabra? ¿Será que ya no soy su hijo o hija? ¿Qué habré hecho mal para que Dios se enoje conmigo? Sin duda que son preguntas, difíciles de responder de inmediato. En esta oportunidad, el profeta Isaías nos da a conocer por qué Dios no nos responde oportunamente. A veces, olvidamos que Dios es Justo, y que establece su justicia en función a nuestra fidelidad con él. No siempre todo lo que pidamos al Señor tiene que ser respondido de inmediato, la respuesta de él será según su voluntad y su misericordia para con nosotros. En muchos casos, la respuesta puede tardar, pero, no es que Dios se haya olvidado de nosotros. Hay un refrán que dice: "Dios tarda, pero nunca olvida" Veremos lo que dice el profeta Isaías al respecto.    

 

En estos versículos del capítulo uno, del libro de Isaías, el profeta se dirige a los jefes de Israel para decirles que oigan y presten atención a la palabra de Dios. El Señor a través del profeta les pregunta: ¿Para qué me sirve la multitud de vuestros sacrificios? Luego les dice que está harto de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiere sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. Él nunca ha pedido que traigan esos animales cuando vienen a adorarlo; sólo vienen para ensuciar su templo y burlarse de él. Deben irse de su templo. Por otro lado, esas ofrendas no tienen ningún valor. Ya no deben traerlas, ni ofrecer incienso porque ya no las soporta. Para Dios, las fiestas de sábado, las reuniones de gente malvada, no tienen sentido, y todo eso, le es molestoso. El Señor sigue hablando a los jefes: "Cuando extiendan sus manos, yo esconderé mi rostro de ustedes; y aun cuando multipliquen la oración, yo no oiré; llenas están de sangre sus manos" El Señor les pide que dejen de pecar, que se arrepientan, y aprendan a hacer lo bueno, que ayuden al maltratado, que hagan justicia al huérfano, y defiendan a la viuda. En resumen, podríamos decir que Dios no puede aceptar los sacrificios por manos llenas de sangre inocente. En esas condiciones, Dios no escucha las oraciones.  

 

Sin embargo, Dios siempre da una oportunidad al que se arrepiente. La Sagrada Escritura dice: "Misericordioso y clemente es el Señor; lento para la ira, y grande en misericordia. No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo" (Sal. 103:8-9). El Señor les invita a venir a él, luego del arrepentimiento, para hacer un trato: si sus pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Entonces comerán de lo mejor de la tierra; pero si siguen siendo rebeldes, morirán a espada. Esto se cumplirá de todas maneras, porque así lo ha dicho el Señor. Esta parte del relato, es muy importante tenerlo en cuenta. Nos habla de la actitud de Dios frente a su pueblo y a los creyentes que no obedecen Su palabra y cometen una serie de pecados, desde los más simples hasta los más graves. Como decíamos antes, Dios es Justo, y su justicia se hace realidad en la medida en que seamos fieles a Él y seamos solidarios con los que sufren, con los que son marginados y maltratados. Dios no avala el pecado y la injusticia. El profeta ha hablado claro a los jefes de Israel para que dejen de seguir pecando y se arrepientan. Dios aborrece la hipocresía y la maldad. Mientras exista esa situación de pecado, Dios no oirá la oración y ningún clamor. Nosotros, los que somos de este tiempo, no somos ajenos a esta actitud del Señor. De ahí que, de alguna manera las preguntas que nos hacemos con referencia a la no respuesta de Dios a nuestra oración o súplica, tienen sentido. Algo debe estar mal en nuestra relación con Dios.       

 

Por otro lado, el relato nos da a conocer la misericordia de Dios por su pueblo y por nosotros. Él nos da la gran oportunidad de arrepentirnos, de dejar de pecar, de volver a su santa presencia. Solo así, podremos gozar de sus bendiciones, de su misericordia, de su perdón. Entonces, nuestra oración y súplica serán escuchadas por el Señor y él responderá a su debido tiempo. Al restablecer nuestra relación con Dios, al hacer siempre lo bueno, el ayudar a nuestro prójimo que está en desgracia, las puertas del cielo se vuelven abrir, y Dios nos escuchará. Su respuesta será oportuna. Esta es la promesa que Dios nos hace. No en vano Dios envió a su Hijo Jesucristo para decirnos lo mismo en persona, y ya no a través de algún profeta, sino por Su palabra. Él pagó el precio de nuestros pecados y rebeldías en la cruz, y su sangre nos liberó de todo pecado y maldad, haciéndonos libres para siempre. ¡Esa es nuestra fe y esperanza!       

 

Esta debe ser nuestra confianza y seguridad, de que Dios es misericordioso, no es vengativo. Solo pide que volvamos a él, que dejemos de pecar, que hagamos lo bueno. De esa manera las bendiciones del Señor serán una realidad en nuestras vidas. Este es el mensaje que debemos proclamar al mundo entero. Todo cambiará, nuestra tristeza, nuestro dolor, nuestra enfermedad, nuestra pobreza, nuestra angustia, y toda otra cosa que nos hace daño, si nos mantenemos firmes en la fe y seamos fieles al Señor. De esto, felizmente hay muchos testimonios que podamos dar a los que no conocen al Señor. Nuestra vida restaurada es el mejor testimonio de la obra y gracia del Señor.

 

Roguemos al Señor para que nos libre de la tentación de dudar de Su misericordia. Que podamos vivir en santidad y siendo solidarios con los que sufren y no conocen al Señor.  Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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