LA BELLEZA ESCONDIDA EN NOSOTROS
(Filipenses 1:6)
Muchas veces guardamos muebles viejos o algún artefacto viejo, con la esperanza de que algún día podrán ser restaurados. De pronto, se nos viene las ganas de repararlos, empezamos entonces a comenzar la tarea. Es todo un proceso, la restauración, no es fácil ni sencillo hacerlo. Al empezar a quitar la capa que cubre la base del mueble o del artefacto, sentimos la sensación de que se está perdiendo el tiempo, que mejor sería tirarlo a la basura. Pero, a medida que avanzamos, se va descubriendo una belleza escondida.
Este hecho nos lleva a pensar que muchas veces tenemos una actitud similar con personas de nuestro entorno, incluso, con nosotros mismos. Las apariencias son engañosas, creemos que algo que se ve mal ante nuestros ojos, ya no sirve, y hay que tirarlo a la basura. Eso mismo, hacemos con las personas, que, por su apariencia externa, no las valoramos, las marginamos, no les damos la importancia debida, porque no están a nuestro nivel. Las consideramos como un mueble viejo, que hay que tirarlo a la basura.
Por muchos años esta actitud ha predominado en nuestra sociedad. Cuando Jesús vino a estar entre nosotros, se encontró que mucha gente era despreciada, marginada, no eran tomados en cuenta, eran ciudadanos de segunda clase, por su condición social de suma pobreza, de pecado o de ignorancia. Los pobres, los enfermos, los pecadores, los extranjeros, los gentiles, estaban catalogados como personas sin valor algunos, que había que desecharlos. No tenían lugar en el reino de Dios. Sin embargo, Jesús, empezó a pulir a esas personas, encontrando una belleza escondida en ellos. Ya restaurados, ahora eran personas útiles para la sociedad y para el reino de Dios.
El resultado fue que muchas de esas personas, al ser restauradas sus vidas por el Señor Jesús, empezaron a dar lo mejor que tenían, en favor del reino de Dios. Ahora eran sus discípulos y discípulas. Razón tiene el apóstol Pablo, al decir, que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día que venga Jesucristo. Esto mismo, también hemos experimentado en nuestras propias vidas. En un momento considerábamos que no valíamos nada, que éramos personas sin valor alguno ante el Señor, nos sentíamos demasiados pecadores, que ya no teníamos el aprecio de Él. Hasta que, un día, el Señor vino a nuestras vidas, tuvo compasión de nosotros, nos perdonó, y nos restauró, haciéndonos personas útiles para el reino de Dios. Más aún, nos llamó para ser sus discípulos y discípulas.
Lo bueno de todo, es que Dios no nos deja a un lado hasta que se le ocurra restaurarnos. Él, apenas oye nuestra súplica, nuestra oración, pidiendo salvación, sanidad, restauración, inmediatamente acude a nuestro pronto auxilio (Salmo 46:1-3). La belleza escondida de nuestras vidas sale a relucir, cuando el Señor empieza su tarea de restauración en nosotros. Lo que el mundo no ve en nosotros, Dios ve nuestras heridas, aprecia lo hermoso y valioso de nuestro ser. Gracias a Él somos personas útiles para Su reino y para nuestra sociedad. Somos personas restauradas, podemos sentir la alegría que el Señor nos libera de todo trauma, o sentido de culpa y nos invita a ser parte de Su iglesia, para ser amigos de Él, ser sus discípulos y discípulos.
Qué el Señor de la vida siga puliendo nuestras vidas para seguir sirviéndole, en doquiera estemos. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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