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EL LEGADO DE LOS QUE MUEREN EN EL SEÑOR

 

(Apocalipsis 14:13)

 

Juan, el visionario del Apocalipsis, escribe que un ángel le ha dicho que escriba que bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor, porque descansarán de sus arduos trabajos y sus obras les seguirán. Esta visión que tiene más de dos mil años, nos lleva una reflexión ante los que mueren en el Señor en estos tiempos. Sin duda que, ante la muerte de un ser querido, un amigo, o algún conocido, nos lleva a tener un sentimiento de dolor y pena. Jesús mismo, cuando murió su amigo Lázaro, tuvo un sentimiento de dolor, que lloró ante su tumba (Juan 11:35). Sin embargo, esta tristeza fue transitoria, ya que, Lázaro iba a volver a la vida, es decir, a resucitar. De ahí, que, cuando muere alguien, nuestra tristeza debe ser pasajera, ya que, ahora descansa en el Señor, y eso nos debe llevar a un gozo y alegría inefable. Más, aún, si somos creyentes en el Señor, nuestra alegría es mayor, ya que, no solo están en la patria celestial con el Señor, sino que sus obras quedarán como un legado de su labor. No todo se termina con la muerte. El legado de sus obras queda con nosotros, como testimonio de una vida consagrada al Señor. Ese legado es invalorable, tiene dimensiones en todos los niveles de la vida. Se da en la familia, en la sociedad, y en la iglesia. Una persona consagrada al Señor, durante su permanencia en este mundo, realiza una serie de acciones que son fruto de su fe en el Señor y de su amor por el prójimo. Por ejemplo, recién escuché el testimonio de un pastor que decía que una hermana de la iglesia, durmió en el Señor a los noventa y tres años, y que dejaba como legado, toda una familia consagrada al Señor. Sus hermanos, sus hijos, sus nietos y bisnietos, todos estaban consagrados al Señor y sirviéndole en todo momento. ¡No fue en vano su esfuerzo por enseñar la palabra de Dios a su familia y amigos! Ahí está el resultado de su labor. Ese es el legado más preciado que puede haber dejado.

 

Si uno hace un recuento sobre el legado que dejaron siervos y siervas del Señor, tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento, y a lo largo de nuestra historia humana, sin duda, que encontraremos miles de testimonios. Ahí están, los siervos y siervas, anteriores a los patriarcas, los patriarcas, los jueces y juezas, los profetas, los discípulos de Jesús, los apóstoles, los padres de la Iglesia, los cristianos y cristianas que dieron su vida al proclamar las Buenas Nuevas, en medio de las persecuciones, en tiempos antiguos; cristianos y cristianas que son perseguidos y perseguidas, perdiendo la vida en manos de sus perseguidores, hasta el día de hoy. Como se verá, no han sido en vano sus acciones. Han dejado un legado invalorable para la Iglesia. Gracias a ese legado, miles siguen escuchando la palabra de Dios y aceptan al Señor, como su Señor y Salvador. La muerte no nos debe llevar a una situación de angustia, dolor, desesperación, o sufrimiento. Todo ello debe ser transitorio, sabiendo que la partida de un creyente nos deja un gran legado, que nos lleva a continuar con la labor realizada.        

 

Lamentablemente, esta perspectiva de la muerte, nos es entendida en aquellos que no tienen fe o una experiencia con Dios. Al morir una persona, ya sea un familiar o amigo, el corazón se llena de dolor inconsolable, la tristeza cunda por todo su ser, parece que todo se acaba, que no hay esperanza de una vida en el cielo, que el alma de dicha persona vagará por el cosmos, sin algún rumbo seguro, o que irá a un purgatorio, a pagar por sus pecados, o iniciarán un viaje a la eternidad, tal como lo imaginaban los egipcios, y otras culturas. La actitud de muchas personas ante la muerte, es ponerse de luto por un año, tener las cenizas en un cofre para conservarlas en la casa, o ponerlas en un cementerio, o echarlas a mar, o en otros casos, depositar los restos en una fosa. Después de un tiempo, se realiza una celebración de cuerpo presente, para recordar la vida de la persona o pedir por su alma, para que descanse en paz. Por otro lado, se construyen grandes criptas para depositar los restos, como memoria de su vida. Para estas personas, la muerte es el fin de la vida y ya no hay nada que hacer. No tienen esperanza de una vida eterna en la patria celestial. El recuerdo de la persona que murió está constantemente presente. La familia vive en constante tristeza y dolor. Ignoran de una vida eterna y de la resurrección.     

 

Gracias a Dios, la Iglesia tiene un sin número de testigos y testigas, que ya han partido a la presencia del Señor, duermen en Él, pero, han dejado un legado valioso para la humanidad. Podemos citar algunos personajes y sobre sus acciones, como actos de amor y misericordia por los más necesitados, palabras de salvación a muchos que vivían en pecado y una vida miserable, descubrimientos científicos que han mejorado las condiciones de vida de las personas, los nuevos aportes a la cultura, los valiosos escritos bíblicos y teológicos sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras y el accionar de Dios en el mundo. En fin, sería larga la lista del legado de dichas personas, que dieron testimonio de su fe en el Señor, y dejaron un valioso aporte para la sociedad y la Iglesia. Damos gracias a Dios por la vida de cada uno de ellos y ellas. Sabemos que no han sido en vano sus acciones realizadas. Duermen en el Señor, pero su legado queda con nosotros para desafiarnos a vivir en santidad, cumplir con la misión, y esperar hasta cuando el Señor nos llame a su santa presencia. Esa es nuestra esperanza y alegría. 

 

Qué el Señor nos permita tener una perspectiva bíblica sobre la muerte. Que podamos tener el gozo y la alegría de que la persona que muere en el Señor, descansará en paz en sus brazos, y que nos deja un legado muy valioso. Amén.  

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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