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CRUZANDO EL HORIZONTE

 

(Filipenses 3:13-14)

 

Cuando estamos en la orilla de la playa, vemos un mar inmenso, sea de color azul o verde, las inmensas olas que vienen y se van, gaviotas y pelícanos revoloteando el inmenso mar, buscando peces para comer. De pronto, levantamos la mirada hacia el horizonte, y éste es tan lejano y difícil de alcanzar. El cielo y la tierra parecen juntarse. Pareciera que ese horizonte ante nuestros ojos es como un ideal a alcanzar. Si queremos alcanzarlo, éste se aleja cada vez más de nosotros. Solo el sol, la luna o alguna estrella, pueden estar en ese lugar al atardecer. De pronto, aparecen nubarrones y nos quitan la visión de ese horizonte. Entonces, nos queda una sensación de impotencia, de frustración, no poder cruzarlo, y ver qué hay en su seno. Lo más triste es quedarse con las ganas de cruzarlo y la frustración de no alcanzarlo. Esta experiencia nos recuerda, que así hay muchas cosas en la vida que queremos alcanzar, pero al no lograrlas, se nos viene la sensación de tristeza y de frustración. Y así, nos vamos quedando con esa sensación en nuestro interior, al ver que no podemos alcanzar nuestro horizonte cotidiano, sin las posibilidades o perspectivas por lograrlas. 

 

En esa lontananza, podemos reflexionar acerca de nuestro futuro, de nuestra relación con Dios, acerca de la vida eterna, la idea del infinito. En tiempo de Navidad podemos meditar de cómo Jesús cambió el horizonte de muchas personas, incluyendo las nuestras. El horizonte que Jesús trajo a este mundo, es un horizonte de libertad, de felicidad, de una vida plena, de una fe en el Dios verdadero. Antes, Dios estaba lejano a nuestra vida, parecía imposible alcanzar alguna bendición de parte de él, pero ahora, el Emmanuel con nosotros, ese horizonte se ha acercado a nosotros y está accesible en todo momento. Dios se hace presente, se acerca a nosotros, y también nos acercamos a Él, al leer Su palabra. Es como si el horizonte y nosotros se encuentran en un punto de encuentro, que es Jesucristo. Este encuentro nos permite reflexionar como el apóstol Pablo acerca de proseguir el blanco: "Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:13-14).

                  

Ahora bien, la adversidad siempre se presenta en nuestro camino en el intento de alcanzar el horizonte, aparece de pronto, generando diversas reacciones: enfrentarla, negarla, huir de ella, etc., la tentación más común es volver atrás, dejar nuestros sueños, claudicar en nuestro intento de alcanzar lo que está por venir, es decir, tirar la toalla en nuestro caminar. Pero, gracias a Dios, podemos decir como el apóstol Pablo: "Prosigo el blanco" La palabra de Dios nos anima a tomar la decisión de no volver atrás, a seguir nuestro camino hasta lograr lo que queremos. Hay que esforzarse por lograrlo. Sin embargo, hoy en día, hay muchas personas que tienen grandes talentos, pero no logran grandes metas, les falta perseverancia y fe. La perseverancia nos lleva a vencer la adversidad, el desaliento, la frustración, el querer volver atrás. Pablo es un ejemplo de perseverancia, estuvo firme hasta el final, confió en Dios para lograr lo que quería. No hay que detenerse en los recuerdos que han quedado atrás y que hoy no nos es útil, como heridas, ofensas, maltratos, abusos, desordenes de la vida pasada, desengaños, traiciones, etc. Todas esas cosas no nos hacen bien, si queremos alcanzar el horizonte. No debemos imitar a Israel en el desierto, camino a la Tierra Prometida, hacia la conquista de un nuevo horizonte, que se detuvo para murmurar: "En el desierto, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón. Los hijos de Israel les decían: -Ojalá hubiéramos muerto a manos de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos ante las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos, pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud" (Éxodo 16:2-3). Eran recuerdos y anhelos de lo profundo del alma, que expresaban su deseo de volver atrás.

 

De ahí que, la perseverancia es necesaria en el reino de Dios. Jesús dijo: "Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios" (Lucas 9:62). El arado es el símbolo de un caminar recto, de servicio al Señor, mirando al frente, de seguir a Cristo, sin distraernos en cosas vanas de la vida, en los obstáculos en medio del camino. Todo deportista se prepara, invirtiendo mucho tiempo en su preparación, con el fin de ganar una medalla del primer puesto. Sin duda, que en el proceso puede fracasar muchas veces antes de lograrlo, pero su esperanza es que su perseverancia será premiada algún día. Al lograrlo, la alegría y la felicidad es su mejor recompensa. Así también, nosotros debemos mantenernos, firmes y perseverantes, si queremos cruzar el horizonte y alcanzar nuestros propósitos. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13).    

 

Que el Señor nos permita alcanzar nuestras metas, cruzar el horizonte, y nunca desmayar. Amén.  

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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