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EL CONSEJERO Y LA EXCELENCIA EN LA VIDA CRISTIANA

 

 (2 Crónicas 7: 14; Colosenses 3:23-24)

 

Cada vez que uno se propone a vivir la vida de una manera tranquila, agradable, feliz, en armonía con las enseñanzas de Cristo, las noticias del día o la realidad circundante nos lleva a reflexionar si lo que estamos queriendo hacer es posible realizarlo. Basta ver las estadísticas o las noticias de que la realidad es caótica. Como que no hay posibilidades de practicar un nivel de vida de calidad y de excelencia. Si partimos de la premisa de que como consejeros somos personas de principios y con valores, la pregunta es ¿En dónde esto se pone en práctica? La realidad actual nos lleva a la siguiente conclusión: Todo está regido por la práctica de antivalores y de la relatividad de  los principios y de las cosas, que llevan a la sociedad actual a su ruina y a un alejamiento de Dios. En otras palabras, estamos ante una generación en crisis.

 

Aquí vale la pena escuchar la voz de Dios: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. (2 Crónicas 7:14).

 

Hoy el mundo se mueve en medio de una dualidad de situaciones:

 

· vida                                                           · muerte

· paz                                                            · violencia

· salud                                                         · enfermedad

· alegría                                                       · tristeza

· materialismo                                            · espiritualidad

· riqueza                                                      · pobreza

· excelencia                                                · mediocridad

 

Todos, sin duda alguna, queremos vivir una vida de calidad, con alegría y de manera excelente; sin muerte, sin violencia, sin enfermedades, no la mediocridad, etc. Pero la realidad nos dice otra cosa. De ahí que para lograr este propósito, muchos se aventuran a experimentar nuevas fórmulas de vida -producto de filosofías, doctrinas o costumbres- que son meramente humanas. Y en esa búsqueda encontramos un libre mercado de recetas por doquier, todas ellas con diversas propuestas, pero sin lograr llenar el vacío existencial y espiritual.

 

La Biblia (Salmos 93:5; Isaías 35:8), especialmente el apóstol Pablo, nos enseña un camino mejor: vivir en santidad (Efesios 4:24; 1 Tesalonicenses 4:4; Hebreos 12:14). Pero, ¿qué significa vivir en santidad en los tiempos de hoy?

 

Al respecto tenemos que precisar que cuando hablamos de santidad no estamos hablando de encerrarse en algún lugar apartado del mundo, huyendo de las tentaciones; tampoco nos referimos a un mero concepto o deseo personal por hacer algo bueno. Santidad es la capacidad de resistencia ante el mal, confiando en Dios, para vivir una vida agradable ante Él y ante el prójimo. ¡Eso es todo! Ahora bien, ¿Cómo lograrlo? El mismo apóstol Pablo nos exhorta a hacer todo de corazón, como para el Señor. Si esto es así, implica entonces un alto nivel de calidad, eficiencia y excelencia en todo lo que realicemos. Todos los niveles de nuestra vida tienen que estar impregnados por este aspecto. Por ejemplo: nuestra manera de pensar, nuestra forma de mirar, nuestros métodos de estudiar, nuestro trabajo, la manera cómo amamos y servimos a los demás. Poner en práctica este principio bíblico nos lleva a tener un buen testimonio ante los demás y ser agentes de cambio en donde nos encontremos.

 

Lograr una vida de calidad y de excelencia no es fácil alcanzarla si es que no tenemos a Cristo en nuestro corazón. Para ello es necesario nacer de nuevo y luego empezar una vida de perfección. Jesús llamó la atención sobre este asunto de lo nuevo: “Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente” (Mateo 9:17).

 

Analicemos solo dos experiencias sobre este asunto:

 

a)  Nuevo nacimiento.- Esta experiencia implica dejar atrás nuestra actual vida mediocre por una nueva vida en Cristo. Es cambiar nuestra manera de pensar y renovarla por ideales y valores cristianos. Es dejar los vicios y todo aquello que atenta contra nuestro ser. Es amar de verdad. No seguir mintiendo más. Esto es posible si ponemos nuestra confianza en Jesucristo y dejamos que Él actúe en nuestras vidas, para que sea nuestro Señor y Salvador. En la Biblia encontramos el caso de Nicodemo que recibió de Jesús la invitación para nacer de nuevo: ”De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” En otras palabras Jesús le estaba diciendo a Nicodemo: ¡Deja de ser un creyente mediocre más! (Cf. Juan 3:1-11).

 

b)    Vivir en perfección.- Es el segundo paso que todo creyente en Jesucristo debe empezar a vivir. Es cumplir los mandamientos de Dios y ponerlos en práctica en nuestra vida personal y en nuestro entorno social. Como consecuencia nuestra vida será un verdadero testimonio de calidad y excelente en el Señor. No para que agrademos a los demás, sino para agradar a nuestro Dios. En otras palabras, es vivir una vida en santidad. Y lo mejor de todo es que tendremos las bendiciones que el Señor nos ha prometido: “la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy.” (Deuteronomio 11:27). Ya no habrá más temores ni angustias sobre el porvenir. ¡Seremos más que vencedores! (Romanos 8:37). Ese es nuestro desafío: vivir en santidad. Sólo el poder del Espíritu de Dios podrá realizar tal obra en nuestras vidas. No por nuestras propias fuerza y voluntad.

 

Este es el principio de la calidad de vida y de la excelencia, no hay otro. ¿Queremos también vivir esa vida de calidad y de excelencia? Pues hay un solo camino: acepta en nuestro corazón al Señor Jesús y veremos la diferencia. Dejemos ya, todo lo que hasta ahora hemos venido viviendo y nos ha llevado a una vida de frustración, sufrimiento, de angustia y temores, es decir, una vida mediocre. ¡Atrevámonos a cambiar y a ser feliz, ahora!

 

Dado este paso, entonces la Consejería será una gran oportunidad que Dios nos brinda para ayudar a otros. El ser Consejero (a) implica una relación entre por lo menos dos personas. Una de ellas (el consejero) busca ayudar a la otra (el aconsejado) a resolver y anticiparse a los problemas de su diario vivir. En el trabajo de consejería, el consejero cristiano busca aplicar la sabiduría de Dios a los problemas de la vida. El consejero cristiano en su tarea cotidiana se ocupará en ayudar a su prójimo en todo momento a:

Finalmente, el Consejero con su buen testimonio de vida ocupa un lugar muy importante en la vida de la sociedad. Desempeña un rol importante en las diversas relaciones con las personas. Por ejemplo, los padres acudirán a él cuando los hijos causan problemas. El Consejero tiene la gran responsabilidad de aconsejar bien, con la verdad en las manos; de lo contrario las consecuencias serán funestas. El aconsejar no es fácil, es agotador, consume mucho tiempo, y a veces no se logra los objetivos propuestos. Pero vale la pena cumplir este ministerio tan necesario para el bien de los demás. Todo esta labor debemos hacerla en el nombre de Aquel que "no vino para ser servido, sino para servir" (Mateo 20:28).

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

      


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