VIVIENDO EN EL ESPÍRITU
(Romanos 8:1-11)
Esta carta del apóstol Pablo a los Romanos es una reafirmación de la justicia de Dios. Ya no hay condenación para los que estamos en Cristo Jesús. Y esto, porque ahora mora en nosotros el Espíritu de Dios, y ya no vivimos según la carne. Es el Espíritu quien nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Esta nueva realidad del creyente se debe a que Jesucristo con su muerte nos ha liberado de toda atadura. Si para la ley le era imposible hacerlo, para Dios no es imposible. De ahí que, nosotros los cristianos no vivimos según la carne, sino, conforme al Espíritu. Muchos viven según la carne, cometiendo todo tipo de pecado, sin poder vivir con su conciencia tranquila. Viven sin esperanza, sin alegría, sin imaginación, y renegados. Viven encerrados en sí mismos, no comparten con nadie, sólo buscan sus intereses personales; se pelean por los primeros puestos; antes que servir, quieren ser servidos. Son como los huesos secos que describe el profeta Ezequiel en el capítulo 37 de su libro. En ellos se evidencia los frutos de la carne, descritos en el libro de Gálatas, cap. 5:19-21. Estos son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. El vivir en la carne produce muerte.
El vivir en el espíritu, produce amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22-23); Todos necesitamos experimentar una profunda y perpetua renovación, que sólo la produce el Espíritu de Dios, y en virtud a ello, podremos comprender nuestra misión terrenal, en medio de una realidad corrupta. El Espíritu enciende la imaginación del creyente y de la Iglesia, para que ambos puedan realizar la Gran Comisión (Mateo 28:19-20), con las maneras más eficaces de sus testimonio personales y comunitarios. Hoy más que nunca, en tiempos donde vivimos un proceso de despersonalización del ser humano, en el que existe un sentido de vaciedad, y donde cada quién se pregunta: “¿Quién soy yo?” y ”¿Cuál es el sentido de mi vida?” En esta situación, es necesario y urgente que algo suceda e invierta el proceso y le dé al ser humano, un sentido de valor, de seguridad, de personalidad, y de vida plena.
Sólo con el poder del Espíritu, uno puede cambiar esta situación caótica de la persona y de su entorno social. Sólo Él puede producir ese verdadero cambio existencial y espiritual. Permite que la persona viva plenamente, encuentre su verdadero valor personal en el encuentro con el otro. El mejor ejemplo lo tenemos en Jesucristo, él manifestó que el Espíritu del Señor estaba sobre él y que lo había enviado a dar buenas nuevas a los pobres; a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4: 18-19). Ese mismo Espíritu, que mora en el Señor Jesús, es el que nos permite tener convicción para realizar la misión, tener las fuerzas para vencer al enemigo, resistencia ante los embates del diablo, la confianza necesaria para esperar el mañana. Si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, nuestra vida será una vida en plenitud. Vivir plenamente en el Espíritu, es vivir una vida en comunidad, donde el amor y la paz son una realidad.
Juan Wesley manifestaba que el vivir en el Espíritu es vivir una vida en santidad, tanto personal como social. Hoy necesitamos dar testimonio de esta nueva realidad social y espiritual, a un mundo que vive según sus propios principios y valores, y no de acuerdo a la palabra de Dios. De ahí que, es necesario vivir nuestra fe en medio de tiempos turbulentos.
Que la alegría de vivir la vida en plenitud, sea la mejor señal de una vida consagrada en el Espíritu, y que está dispuesta a servir al prójimo. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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