La situación del Zulia dentro del contexto de la unión venezolana ha sido compleja y paradójica. Maracaibo pospuso por una década su incorporación a la independencia nacional y cuando lo hizo en 1821, se adhirió a la Gran Colombia en igualdad de condiciones que Ecuador y el resto de Venezuela. Catorce años después, un coronel altagraciano, Francisco Faría, aprovechó la “Revolución de las Reformas” y la deposición del presidente Vargas para proclamar a Maracaibo como parte de la República Colombiana, e incluso controló militarmente la capital por varios días.
Era entonces el Zulia una provincia remota, desarticulada del resto del territorio venezolano, con mucha mayor imbricación funcional y productiva con Colombia, al punto que algunos personeros del vecino país promovían abiertamente la creación de un nuevo país independiente con capital Maracaibo.
Así se llegó al turbulento experimento secesionista de 1869, encabezado por el general Venancio Pulgar. No sólo declaró la separación, sino que incluso invadió a Coro para “garantizar la independencia del Zulia”. Claro, en aquella época la República vivía desde Caracas un proceso de virtual disolución por la quiebra financiera, la anarquía y la guerra civil.
La leyenda regionalista de Venancio Pulgar merece una revisión profunda y desapasionada. Nada le hizo tanto daño al Zulia como los arrebatos secesionistas de este primitivo personaje, capaz de quemar la Villa del Rosario por los cuatro costados. Igual negociaba el Zulia en Caracas con el jefe de turno, se aliaba con Guzmán Blanco y terminaba deshaciendo sus anteriores proclamas.
El chauvinismo de Pulgar cimentó una desconfianza del poder central y del resto de la república hacia el Zulia como región. Y fue el origen de la desmembración temporal del estado, cuando el jefe de Venancio, Antonio Guzmán nos unificó con Falcón y estatuyó a Capatárida como capital administrativa de la artificial unidad.
Entonces la región se sumergió por décadas en el comercio cafetalero con Táchira, parte de Colombia y las rutas marítimas europeas y norteamericanas. Así se configuró un emporio productivo que sostuvo las finanzas nacionales hasta bien entrado el siglo XX. Y, sin mayor política ni declaraciones patrioteras, la región pasó a ser el primer estado de la unión, primero en su economía, con el primer banco, el primer alumbrado, ferrocarriles, sistemas de asistencia social y un admirable progreso en Maracaibo.
Con la explotación petrolera se configuró un nuevo Zulia, el de la heterogeneidad poblacional. La demografía se pinceló con el aporte andino, oriental, isleño, caribeño, llanero e incluso colombiano. Y se cimentó la integración territorial por las carreteras nacionales, un proceso que tuvo su momento cumbre en 1962, con la inauguración del Puente sobre el Lago.
Ya en la época petrolera, los mayores logros del Zulia fueron otra vez en el campo productivo y poco dependiente de la política. Las grandes obras civiles y viales, el hospital antituberculoso, el mismo Puente sobre el Lago, se lograron con la gestión institucional del empresariado local, una opinión pública favorable y los políticos de cada época actuando efectivamente a favor del estado.
A partir de los años ochenta se puso de manifiesto un rezago del Zulia frente a Guayana en relación con las inversiones del poder central. Los orientales poco publicitan su regionalismo, pero con habilidad y constancia, lograron el Plan IV de SIDOR, que la CVG urbanizara y mantuviera avenidas y ahora en tiempos cercanos han recibido dos puentes más sobre el Río Orinoco.
Donde raspa el examen el regionalismo zuliano y el gobierno regional es en la incapacidad de materializar grandes obras para el estado. Muy por el contrario, a cada rato se impone un complejo de envidia para sabotear desde aquí mismo los grandes proyectos regionales. Veinte años atrás, un marabino en Cordiplán impidió la materialización del programa siderúrgico en La Cañada. Y la expansión carbonífera que ahora reclaman los alcaldes guajiros para obtener más recursos ha sido criticada por pequeños grupos que siguiendo un raro guión cuestionan por contaminante a la minería.
Sostengo reposadamente que en la coyuntura actual, la prioridad es un proyecto de desarrollo consensuado y de gran apoyo popular, más allá de las pasiones e intereses de la campaña electoral. El punto de partida serían las obras impostergables, el nuevo Puente, el nuevo ferrocarril, el puerto de aguas profundas, dos autopistas más en Maracaibo y la reversión del tradicional abandono de la Costa Oriental del Lago. Así se generarían los empleos, contratos y recursos fundamentales para hablar de otras cosas.
Pero ese proyecto regional debe tocar temas más profundos y trascendentes. Uno es el de la inseguridad ciudadana. El Zulia se rindió al robo de carros veinte años antes que el resto de Venezuela. Hoy es poco creíble insuflarle miras de grandeza a quien paga vacuna o rescate, le matan el padre o le secuestran al hijo. Y como la delincuencia, las mafias y la apatía son problemas tanto culturales como judiciales o penitenciarios, su combate desde todos los frentes es una urgencia vital.
La campaña electoral legislativa debe posicionar estas prioridades. No tiene sentido llevar más autómatas al Parlamento para configurar quorums y votaciones parceladas. Que el nuevo Bloque Parlamentario Zuliano vaya a Caracas básicamente a traer inversiones estratégicas, no sólo simple gasto corriente, a promover la reforma del Código Penal, se abstraiga de la improductiva confrontación entre gobierno y oposición y de paso interactúe con la ciudadanía que elije, no con los meros partidos que postulan.
De uno a otro siglo siempre nos fue mal con la política pero muy bien con el trabajo y la productividad. Por eso es fundamental redimensionar la política, que no siga siendo politiquería y simple promesa electoral sino materialización de realizaciones concretas. Cuesta creerlo, pero la verdadera política comienza al día siguiente de cada elección.
Los zulianos podemos mirar el futuro con optimismo, pero primero debemos revisar nuestras prioridades. Apostar a afianzar el liderazgo productivo del Zulia en el contexto nacional. No es sólo pedir, sino saber qué haremos al recibir y cuánto aspiramos de grande y trascendente. El problema no es tanto la inoperancia ancestral del modelo sino nuestro esquema de prioridades. De nosotros depende.
Panorama, 29 de Octubre de 2005