EL JUEVES DE LA SEMANA PASADA, DURANTE EL ACTO DE INAUGURACIÓN DEL NÚCLEO ENDÓGENO HABITACIONAL PATRIA BOLIVARIANA, EN MARACAIBO, el presidente Chávez, al aludir a un supuesto intento del gobernador Manuel Rosales de “obstaculizar alguna decisión del poder nacional”, concluyó: “No puede haber una republiquita en el Zulia. El estado Zulia es parte integral de la República Bolivariana de Venezuela, aquí no puede haber un gobierno autónomo ni un gobierno alzado contra la República”.
Con esta afirmación, el jefe del Estado afrentó a una parte del país, lo que no es, desde luego, una rareza.
Qué es una raya más para un tigre.
Pero, al mostrar poco respeto a la sensibilidad regional y, lo que es peor, nulo conocimiento de la historia nacional, ofendió la majestad de su cargo.
Una somera revisión de la bibliografía disponible le hubiera permitido al Presidente constatar que si el Zulia pertenece a la totalidad nacional es por una decisión propia, tomada a contravía de sus muy justificadas reservas frente al secular centralismo, expresado este jueves, y en sus palabras, en toda su soberbia y desconsideración.
EL ZULIA NO ES UNA REPUBLIQUITA.
NUNCA LO HA SIDO NI HA QUERIDO SERLO. Efectivamente, en algún momento de su devenir se planteó constituir una república, una unidad espacial –como, de hecho, lo es–, política y cultural, sustentada en su atávica vocación de prosperidad, modernidad e intercambio comercial y simbólico con el mundo. Pero jamás una republiquita como ha terminado siendo esta Venezuela empobrecida, regida por un gobierno militar y autoritario, incomunicada internamente, polarizada y enfrentada con países tradicionalmente amigos.
El Zulia integra el país porque nosotros, los zulianos, así lo hemos querido. Y con ese ánimo constituimos un frente de venezolanidad en la frontera con Colombia y ante el Caribe.
El aporte que la región ha hecho –y hace– a la economía nacional y a su cultura demuestra que si de nosotros dependiera, el país cuyos colores honramos no cabecearía abrumado por la ineficiencia, el atraso y las amenazas a las libertades. Si por el Zulia fuera, no habría republiquita que lamentar.
PARA LA MENTALIDAD GLOBALIZANTE AL USO, LAS IDENTIDADES REGIONALES APARECEN COMO NOCIONES OBSOLETAS.
Yo suscribo lo dicho recientemente por el escritor norteamericano Philip Roth: “Soy uno de los escritores para quienes el lugar, y su impacto sobre las personas, significa mucho”.
De manera que admito y valoro hondamente los rasgos que me sujetan a un bolsón territorial y cultural que en la medida en que estudio e intento desentrañar más me fascina y orgullo me produce. Hablo, pues, desde una manera singular de ser venezolana, cual es la de haber nacido al gentilicio en un rincón del formidable anfiteatro que alberga la cuenca del lago de Maracaibo.
Este sentimiento de zulianidad se afirma en la existencia de muchos elementos objetivos de diferenciación que a lo largo de los siglos han marcado a ese lugar. Los historiadores regionales han documentado con largueza el proceso de constitución de un enclave con dinámica propia, a partir de la base geográfica y productiva, durante el período comprendido entre los siglos XVI y primera mitad del siglo XX. Ya en el XIX la región estaba vinculada en forma determinante con mercados extranjeros, y era líder del occidente venezolano y parte de la frontera colombiana andina.
Estamos hablando, pues, de una zona aislada del resto del país y autoabastecedora en lo económico, donde ha coagulado un modo de ser específico dentro del conjunto nacional.
Además, y al decir de Rutilio Ortega, “Maracaibo no fue ciudad primada en la estructura social española, ni asiento de virreinatos ni de grandes feudos nobiliarios, circunstancias que en otras sociedades americanas coadyuvaron al surgimiento de una estructura de estamentos sociales separados. La sociedad marabina no dependió del trabajo esclavo (...) lo que generó una estratificación social más fluida, sin el lastre social del estigma de la esclavitud. Se formó una sociedad civil dedicada al trabajo, sin las constantes luchas militares que agobiaron a otras regiones del país. El conglomerado marabino canalizó sus esfuerzos hacia el trabajo y el quehacer civil, cerrándose el camino de la aventura militar y el éxodo de habitantes hacia las correrías, asonadas y montoneras”. El historiador Carlos Medina Chirinos llega a afirmar que el zuliano no fue nunca militar ni carne de cañón y un periodista de la región aseguró, a comienzos del siglo XX, que al maracaibero le importa un pito las revoluciones.
EL PRESIDENTE REVELA SU FALTA DE SINTONÍA CON EL ZULIA CUANDO DECRETA QUE ALLÍ NO PUEDE HABER UN GOBIERNO AUTÓNOMO, lo que ha sido un anhelo desde la Colonia.
De hecho, aunque Venezuela se independiza de España en 1811, no será hasta 1821 cuando el ayuntamiento de Maracaibo declara a esta provincia “libre e independiente del gobierno español, constituyéndose en República Democrática” ; y se suma a la Gran Colombia en igualdad de condiciones con Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. Pero, a la vez, esa fecha amarra la decisión del Zulia de formar parte de Venezuela, a pesar de todas las agresiones que recibiría después, provenientes del centro.
Durante el siglo XIX se pronunciarían varias iniciativas separatistas, basadas no sólo en las confrontaciones con el gobierno central sino en la irreplicable convicción de poseer condiciones económicas y geográficas que posibilitan su existencia como Estado soberano. Y en el siglo XX, aunque no se ocurrieron intentos serios de secesionismo, prevaleció una aspiración autonomista acendrada en la diferencia entre lo que el Zulia tributa a la nación y lo que ésta le devuelve.
DESDE LUEGO, CHáVEZ NO ESTÁ SOLO EN ESTA INCOMPRENSIÓN DEL ZULIA (y en hacer un pésimo cálculo con respecto a su indeclinable determinación autonomista). Muchos lo han precedido, con Guzmán Blanco a la cabeza.
El historiador Germán Cardozo dice que esa vocación autonómica ha sido interpretada erróneamente por el Gobierno caraqueño como separatista, y asegura que los recientes estudios revelan una disposición a convivir como Estado autónomo en el marco de una confederación. Aún en momentos difíciles “como en los años de 1874 a 1877, cuando Guzmán Blanco, en un acto totalmente contrario a la autonomía del Estado Federal del Zulia, cerró la aduana de Maracaibo y la trasladó a Puerto Cabello. Gesto que repitió al reasumir el Gobierno del país quitándole al Zulia su condición de estado, anexarlo al estado Falcón desde 1881 hasta 1890, y trasladar su capital, Maracaibo, a la apartada y desértica población de Capatárida”.
En la década de los sesenta se verificó en el Zulia el inicio de un movimiento para recuperar los valores regionales y la lucha por el reconocimiento a su autonomía. Muchos voceros locales coinciden en postular que si el Zulia es una nación en la realidad, debe ser tratado y gobernado como tal. “Fracasará estruendosamente quien intente gobernar al Zulia con mentalidad de aldea”, dice Rutilio Ortega. “Para el zuliano de hoy, el logro de su autonomía es un objetivo que no tiene marcha atrás.
De no caminar el Estado venezolano hacia esa meta, los zulianos intentarán otros caminos, planteándose ya en algunos líderes la vía hacia la secesión, camino extremo, pero que puede convertirse en el recurso de un pueblo exasperado y cada vez con mayor conciencia de lo que es y ha sido”.
No hay, pues, más republiquita que la fraguada por los ignorantones.
El Nacional, febrero de 2006