Tras la hecatombe final, la realidad entera se había transmutado. Las descargas ingentes de energía de las bombas devastadoras, habían transformado el mundo en un caos global en revulsión permanente: lo material fijo había dado paso a un devenir enfermizo y delirante. Por entre el desierto murmurador, bajo un cielo colmado de estructuras geométricas colosales y brillantes, que producían susurrantes sonidos cristalinos al rozarse, un grupo de insólitos seres se arrastraba penosamente a través de la atmósfera gelatinosa y del terreno dúctil forrado de piel humana. Eran cinco seres que poseían anatomías demenciales e inauditas: el que encabezaba la marcha era un sujeto asombroso sin piernas y con la cabeza alargada como una vaina. Se impulsaba utilizando sus largos brazos cual si fuese un monstruoso insecto; a continuación le seguía otro menor que daba pequeños saltos para desplazarse, ya que su cuerpo era como un cilindro de tubos huecos; detrás de ellos andaba un ser horizontal como si fuese un cangrejo vacío, colmado de piedras preciosas en toda su superficie, que brillaban en un asombroso dialecto de resplandores bajo la luz del triple sol. Luego le antecedía una criatura tan delgada como una espina que avanzaba despacio arrastrándose con la lengua, su cuerpo era una astilla de ámbar que protegía una materia gris de color pardo. La sustancia cristalina de su estructura se derretía bajo el calor helado y el ser constantemente tenía que llorar de nuevo a fin de que esa inédita sustancia transparente cuajara para seguir protegiendo el delicado cerebro gelatinoso que componía la totalidad de su ser.
Finalmente, tras ellos, venía Dante.
Pronto arribaron a la ciudad de Tanguy: era un grupo de ruinas en estructura laberíntica, que se enroscaba hasta el cielo como si fuese un gusano ciego acéfalo, sofocado al intentar capturar a Dios. Los peregrinos se internaron en la ciudadela abandonada, paulatinamente fueron ascendiendo por una monumental escalera de caracol en donde pequeñas babosas de rostro humano que se comunicaban con sonrisas, habían construido pequeñas aldeas con desechos orgánicos. Los cinco extraños contemplaron en su lento andar ascendente los muros colmados de extraordinarios graffiti púrpura, elaborados por hongos inteligentes pero solitarios que se hablaban a sí mismos en caligrafías luminosas sin sentido. Luego de mucho andar arribaron por fin a la cima, y pudieron contemplar en la lejanía los grotescos rostros de los ángeles derrumbados que elaboraban horizontes torcidos con cada una de sus convulsiones estrambóticas. Allí en la cima de la Torre ciudadela de Tanguy, los cinco extraños se sentaron formando un círculo y comenzaron a relatar la historia del Ser, entre ellos, en un coloquio de susurros sibilantes y gesticulaciones bestiales, bajo el cielo colmado de titánicas geometrías flotantes, lerdas y melódicas. Dante escuchó la perspectiva del mundo de cada uno de esos seres, que en sí contenían Todo lo que había ya en la Tierra destruida.
Escuchó él, que en su interior resguardaba su tesoro de Nada, aquellos exóticos relatos de países increíbles sumergidos en ácido que volvían a la vida cada cierto número de eones, al emerger durante algunas horas solamente, para permitir a sus habitantes desollados contemplar y disfrutar de la voz de cristal de los vigilantes geométricos del cielo rozándose en su concierto eterno. También Dante supo acerca de misteriosas abadías de monjas mutiladas que se cubrían con pieles de tapir y se desplazaban en carritos de supermercado arrastrados por hombres sin cabeza que eran controlados por las estimulaciones provocadas de grotescos insectos fosforescentes, que se aglomeraban en frascos adosados a sus cuellos cercenados. Finalmente supo Dante de la existencia de la ciudad de Mictlan, en donde sus únicos habitantes con vida eran una pareja de gemelos indígenas desnudos que se leían la fortuna a través de la ingestión de parásitos expurgados de sus propios cuerpos, mientras miraban le rezaban sordamente a un agujero del techo de su choza. Cuando todos hubieron relatado sus experiencias, se quedaron mirando a Dante fijamente como esperando algo. Dante sonrió.
Entonces los cuatro asombrosos seres se incorporaron y comenzaron a danzar alrededor de él, sujetados de sus extremidades deformes, como en una loca danza ritual. Excitado por el frenesí de los giros de los grotescos seres, Dante sacó de sus harapos la varilla que utilizaba como arma y comenzó a atacar sin tregua a los danzantes. Uno a uno fueron cayendo abatidos bajo la violencia salvaje de los impactos, hasta que sólo quedó en pie Dante, sobre un charco de inmundicias y de gemas. En ese momento Dante comenzó a recitar su poema, a la vez que acumulaba los restos de aquellos seres en la forma de un capullo largo y grumoso. Poco a poco y en voz muy queda, como si recitara arcanas fórmulas creadoras de infinitos, Dante rememoró en sus versos como había partido hacía las regiones del Cielo para combatir a Dios mismo, auxiliado por el Demonio Virgilius y como había logrado derrotar a los ángeles del Señor perforando sus cabezas de cíclope con su varilla mortal. A continuación rememoró como asesinó a Dios asfixiándolo con la cabeza decapitada de Virgilius, que había acompañado a Dante en su lucha para sacrificarse ex profeso de tal suerte. Luego la caída, la última guerra, el limbo fundido con el averno y el cielo, y la aparición de las cantarinas estructuras geométricas en el firmamento gelatinoso. Dante al final había completado su narración al expresar de qué modo había ido encontrando a sus cuatro compañeros a lo largo de su peregrinación hacía la torre ciudadela de Tanguy, de acuerdo a los vaticinios de los gemelos primordiales de la Ciudad de los Muertos. Cuando Dante terminó su poema, los despojos de los cuatro extraños formaban un huevo membranoso e iridiscente bajo la luz de los tres soles (que eran solamente el recuerdo olvidado e indeciso de uno sólo, que hacía mucho tiempo se había colapsado). Dante se sentó y espero durante años, meditando y repitiendo el tiempo, hasta que un día el huevo se estremeció, las cubiertas dérmicas verdosas se rasgaron, y una silueta delgada comenzó a incorporarse de entre los residuos nauseabundos. Una mujer azul y calva con un solo ojo, con una enorme boca llena hileras de colmillos de cristal, lo miró fijamente, entre las burbujas adormecidas del ambiente denso. Dante le tendió la mano:
—Beatriz— musitó estremecido.
Ella se acercó a Dante ansiosa. La mujer boca comenzó a devorarle el rostro. Cuando no quedó nada del poeta, Beatriz miró hacia el cielo y comenzó a chillar tan fuerte que todo el Universo comenzó a contraerse, las figuras del ser crearon espirales de vida y devenir cada vez más increíbles, hasta que la ciudadela de Tanguy se hundió por completo bajo tierra.
Hoy cuelga desde el firmamento oscuro,
como una espina torturante olvidada, y
puedo ver allí, el azul rostro feroz de
Beatriz que me llama rugiendo, sonriente.
Yo danzo con mis cuatro compañeros en
círculo, presto a ofrendarme por el
próximo peregrino enamorado que espera en
el centro. No me aflijo. Sé que llegará
pronto mi turno de nuevo. El Infierno son
los otros que nunca fui, y el Cielo el
triste recuerdo de lo que nunca debió ser.
No me aflijo. Ella sabe esperar. Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.
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