Roberto de la Torre

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La vieja del costal

 

Roberto de la Torre

 Retumbó en mis oídos la carrasposa voz de aquella boca de dientes ralos que simulaba un viejo peine.

—Me llamo Petra García de Gómez. ¿Y tú?

Frente a mí, estaba una vieja encorvada con grandes moños de colores en sus trenzas y una máscara grotesca dibujada en su rostro. La presencia de aquella extraña mujer me dejó mudo.

 —Si no quieres hablar no lo hagas, pero siéntate para que me escuches.

Permanecí parado, sin embargo, la vieja empezó a gruñir palabras que más bien parecían lenguajes de ultratumba.

 —No me tengas miedo, güerito -dijo tratando de ser amable-. La gente de este pinche pueblo tierroso dice que estoy loca, pero no les creas, lo que tengo es una pena clavada en el corazón, que no me deja vivir.

Atraída por las historias de bonanza que se tejían alrededor del algodón que llenaba los campos de mi pueblo, había abandonado Gómez Palacio y tratando de ocultar a un hijo sin padre que amenazaba con llegar, agregó a su nombre el de su pueblo y se presentaba como Petra García de Gómez.

—A todos les dije que mi esposo se había quedado en Durango y así no pasé vergüenzas.

Al llegar a la frontera se había inscrito en un campamento de pizcadores en la brecha 116, famosa por sus grandes cosechas y los grupos de hombres y mujeres que venían del sur del país.

—No había quien me ganara pizcando -decía Petra orgullosa.

La alegría que le llenó el corazón en los primeros días, muy pronto fue brutalmente transformada. Por el esfuerzo de arrastrar la pesada saca del algodón, una mañana perdió a su hija mientras pizcaba.

—A mi hija se la llevó una mujer vestida de negro -repetía con vehemencia la vieja Petra.

Por la muerte de su hija, perdió la razón y cargando un costal de ixtle, recorría brechas y canales buscando a su pequeña. Así, poco a poco la fue invadiendo la locura y empezaron a llamarla “Petra la del costal”.

 —Me pueden llamar como les dé su gana. No me molesta.

La llegada de un grupo de niños a los columpios hizo que la mujer se olvidara de su historia. Un brillo extraño apareció en sus ojos y empezó a hablar como poseída.

—Cuando los columpios se mueven solos -dijo poniendo el índice frente a su rostro-, es porque vienen a jugar los niños que se han ido al cielo. ¡Algunas veces platico con ellos! ¡Algún día vendrá mi hija!

Una noche mientras la luna se elevaba sobre el tinaco del agua, encontraron a Petra sentada en la banca de siempre, con una sonrisa que le llenaba el rostro y la vista fija en los columpios, como mirando a la eternidad... estaba muerta.

Cuando llegaron las autoridades a levantar el cuerpo de la vieja, el jefe de la policía vació en el suelo el contenido del famoso costal. Todos voltearon, esperando ver los cuerpos mutilados de los niños que decían robaba la vagabunda. Sorprendidos atestiguaron la aparición de muñecas viejas, una tras otra, que seguramente guardaba la mujer para el día que encontrara a su hija.

—Para mí -dijo un policía municipal con cierto desconsuelo-, la vieja bruja enterraba a los niños en el monte del Realito.

Los rumores, como el cauce de un río embravecido, inundaron el pueblo.

 —En el costal -decía Doña Chole-, la vieja traía los huesitos con todo y su calaverita, de los niños que mataba. Dicen que una familia del Empalme reconoció los restos de su hija.

La fosa común fue el destino final de los sueños y las esperanzas de aquella mujer. Nadie la lloró y nadie echó de menos su presencia en las calles.

Al poco tiempo, surgieron historias que hablaban de la aparición de Petra en el parque. Sentada en su banca, mirando los columpios, en las noches en que la luna llenaba el cielo.

 —En las noches de gran luna -decían-, regresa la loca con su costal. ¡Ya son muchos los niños que ha matado! ¡Dios se apiade de nuestros hijos!

Durante mucho tiempo se habló de Petra y de niños desaparecidos, pero en el pueblo jamás faltó uno... al contrario cada día fuimos más.

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Este registro se añadió el 28 de octubre 2009

 

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Roberto de la Torre Hurtado nació en Valle Hermoso, Tamaulipas, en 1954. Es narrador, contador público y ha ejercido la docencia. Ha publicado en periódicos y revistas estatales, nacionales e internacionales.Participó en el taller de Orlando Ortiz y sus textos han sido antologados en el libro Canto Rodado que editó el Ayuntamiento de Reynosa (1996-1998).En 1997 obtuvo el premio regional de cuento de la Casa de la Cultura y el Ayuntamiento de Reynosa. Actualmente es promotor cultural en Reynosa, donde coordina el grupo literario Canto Rodado y en McAllen, Texas, integra Voces del Río.