Roberto de la Torre

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Las Calabazas

 

Roberto de la Torre

 

 Dentro del autobús todos dormían, sólo Pablo veía por la ventana como caía la lluvia sobre los mezquites, que veloces corrían en sentido contrario.

Pablo Sánchez y sus compañeros habían sido detenidos por el Servicio de Inmigración en Houston, y eran conducidos rumbo a la frontera, donde serían entregados a las autoridades mexicanas en el Puente Internacional de Reynosa.

Bajo un fuerte aguacero habían salido de Houston poco después de la media noche. Según el itinerario del viaje, almorzarían en Falfurrias al amanecer.

–Será lo último que coman en éste país –les había dicho en forma despectiva uno de los custodios.

Mientras el autobús blanco con franjas verdes devoraba kilómetros de asfalto, Sánchez recordaba su llegada a la frontera dos años atrás.

Como le habían recomendado, al llegar a Reynosa se dirigió a los taxis frente al Puente Internacional y al primer chofer que tuvo enfrente le dijo la contraseña:

–¿Me puede llevar a Las Calabazas?

Tres días después estaba en Houston y gracias a unos amigos de la Magnolia, al quinto día tenía trabajo. Durante dos años trabajó sin descanso para enviar dinero a su familia que había dejado en Michoacán. Pero la semana pasada, mientras estaba en el comedor de la fábrica, había sido detenido en una redada de inmigración.

La llegada del autobús a Falfurrias puso fin a los recuerdos y junto con sus compañeros se dispuso a dar la última comida en ese país, como lo había dicho el custodio.

Durante el almuerzo, casi no habló. Se sentía derrotado. Regresar a México significaba volver a la miseria y a la falta de empleo.

–Se terminó la fiesta, señores. Todos al autobús. Nos vamos.

Al escuchar la voz del custodio, Pablo se puso de pie y fue el primero en subir al autobús.

–¿Tienes prisa de volver a México? –dijo el chofer en tono de burla.

–Sí, –dijo Pablo molesto–, pronto será Navidad y la quiero pasar con mi familia.

El autobús regresó a la carretera y la lluvia de invierno siguió, y siguieron los recuerdos de Pablo Sánchez.

–No te olvides de nosotros –le había dicho su esposa–, no vayas a hacer lo que Herminio, que ya no volvió.

Separarse de su familia había sido muy difícil, pero la situación de miseria en la que estaban creciendo sus hijos, lo había obligado a buscar un mejor sistema de vida en tierras extrañas.

–Papito, ¿Nos vas a llevar contigo?

El recuerdo de su hijo menor le golpeaba el cerebro y le estrujaba el corazón.

Los árboles de naranjas y toronjas a los lados de la carretera, le indicaban a Pablo que estaban llegando al Valle de Texas.

–Preparen sus maletas –dijo un custodio por el sonido–, en media hora estarán en México.

El ambiente en el autobús, era contradictorio: unos estaban felices de volver a México; otros, como Sánchez, se sentían fracasados y la tristeza les mordía el alma.

–¡Chofer! –gritó un indocumentado– ponles música a estos compas para que se alegren, porque ya se sentían gringos.

Las burlas de sus compañeros aumentaron la amargura de Pablo Sánchez. La desesperación le impedía tomar la decisión correcta: regresar a su pueblo con su familia y pasar la navidad sin trabajo y sin dinero o cruzar de nuevo el río y volver a Houston.

El ruido de los frenos del autobús al detenerse frente al Puente Internacional y la voz del custodio, indicaban que el viaje había terminado.

–Al salir del autobús, crucen el puente y olvídense de regresar. Si los volvemos a detener pasarán muchos años en prisión.

Uno a uno empezaron a cruzar el puente, en una fila de miseria y de fracaso. Las pequeñas maletas que habían cruzado el río llenas de ilusiones, estaban de regreso vacías, como sus dueños.

Después de los trámites burocráticos con las autoridades  mexicanas, Pablo Sánchez cruzó la calle y se dirigió a los taxis. Había tomado una decisión: la eterna decisión de la pobreza.

–¿Me puede llevar a Las Calabazas?

 

 

 

 

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Roberto de la Torre Hurtado nació en Valle Hermoso, Tamaulipas, en 1954. Es narrador, contador público y ha ejercido la docencia. Ha publicado en periódicos y revistas estatales, nacionales e internacionales.Participó en el taller de Orlando Ortiz y sus textos han sido antologados en el libro Canto Rodado que editó el Ayuntamiento de Reynosa (1996-1998).En 1997 obtuvo el premio regional de cuento de la Casa de la Cultura y el Ayuntamiento de Reynosa. Actualmente es promotor cultural en Reynosa, donde coordina el grupo literario Canto Rodado y en McAllen, Texas, integra Voces del Río.