Manuel Díez Román

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Vectores de integridad

 

 

Manuel Díez Román

 

      La joven dirigió una cansina mirada a la entrada, atraída por el chisporroteo del campo de fuerza que hacía las veces de puerta del local. Los sensores psi habían impedido el paso a un posible cliente. En ningún otro sitio como en Thelmar-U encajaba la frase de que los clientes estaban en la onda. Saqia se preguntó el motivo de los rechazos, pues ella jamás los había experimentado. Tal vez consistiera en una resonancia del córtex prefrontal. O acaso un muestreo de las ondas cerebrales. Con las primeras descargas del conector empático, sus anteriores pensamientos y preocupaciones se desvanecieron, dando paso a un esquema mental completamente ajeno al anterior.

       Hoy estaba anunciada la actuación de los Psycokillers Fun y se notaba menos espacio libre en el local. Aparte de los habituales, las Ninfas del Eter y los Necrománticos, entre las nubes de vapor y los neones destellantes pululaban también Hermanos de la Noche. La velada no sería completa si no se adivinasen, en los rincones oscuros, las intrigantes siluetas de los Sourcers, esculpidos en silicio y carbono.

       Saqia volvió pronto de su viaje por las fronteras del éter. Disfrutaba más realizándolo en compañía, pero Guin todavía no había llegado. Cabeceó de forma mecánica cuando liberó el interface, intentando, imaginariamente, eliminar las secuencias residuales. Como solía ser habitual al salir del intenso trance, sus pensamientos volaron sin descanso a la odiada realidad, la no-vida. La poderosa Cal NanoTech. Sus interminables investigaciones en busca de la Fuente de la Eterna Juventud. El constante miedo al fracaso y sus aterradoras consecuencias. Sus ocultas ansias de triunfo. La futilidad de todas estas reflexiones en un mundo decadente y sin futuro.

       Que durante el día trabajase para la Cal Nanotech era un accidente, un mal necesario. Consideraba que la verdadera existencia transcurría de noche. En locales como éste. Con personas como las presentes. En particular, con los Hermanos de la Noche, sus hermanos en espíritu y en el éter. La actividad matinal servía para mantener la vida nocturna, con una conducta dual que ignoraba la mayoría, pero que muchos compartían.

       Pasaron ante Siaq dos Ninfas, con sus peinados piramidales y sus largas faldas abiertas, mostrando con orgullo sus tatuajes púbicos. Detrás suyo vio a Guin, apartándose el único mechón de pelo verde, caido sobre su ojo izquierdo como el parche de un psicopirata de la holo. Su aspecto andrógino combinaba de forma explosiva con un carácter agresivo. Posiblemente eso le confería su magnético atractivo.

       El recién llegado apreció cierta melancolía en la muchacha, por el esquema distorsionado de la emisión de ondas beta captadas por su hardware cerebral. La masajeó rítmicamente, revertiendo su estado inicial a ondas alfa. La antes apática Siaq comenzó a ronronear de placer, combándose sobre el sillón corporal.

      Con un esfuerzo de voluntad solicitó a su pareja que se detuviera. Guin se apartó de ella, como si la acabara de conocer. Varios grupos se habían formado en torno a la plataforma circular de actuaciones, que subía y bajaba entre atronadores silbidos de sirenas antinucleares.

       −Una noche más, vivos de nuevo.

       −Quién sabe si será la última. Disfrutémosla.

       Tras el tradicional saludo de los Hermanos, Guin la tomó de la mano y la llevó a las escaleras deslizantes, donde las agresiones visuales y sonoras eran menores, y la intimidad un poco mayor.

       −Hoy estás muy tensa. ¿Los explotadores sin-nombre?

       Ella asintió. Resopló con fuerza, su manera de intentar liberar la tensión interna. Nervios y problemas, no. De noche sólo placer y abandono.

       −Ahora no existen. En nuestro plano son jirones de no-realidad, sombras del no-nada. Comparte tu carga y vivirás en paz.

       De fondo, un griterío ensordecedor saludó la salida a escena del grupo esperado. Durante ese instante Siaq reflejó entendimiento.

       −Tengo dudas sobre lo que me pediste. Estoy un tanto confusa. No sé...

       Con un rápido movimiento de la mano, Guin apartó el mechón rebelde de su rostro maquillado, adoptando su papel de gurú de los Hermanos de la Noche.

       −Rompe las cadenas que te aprisionan. Piensa que seguramente has sido sometida a un condicionamiento hormonal y eso te hace sentir culpable. Libérate y serás feliz.

       Le inyectó una cápsula de beta endorfina y ella se estremeció levemente. Parecía animada y un cálido rubor coloreó sus pálidas mejillas. Sonrió como una borracha.

       −Podemos reírnos en la cara de los explotadores. Si me facilitas un modelo del supresor, introduciremos unas ligeras modificaciones que se volverán en contra de los explotadores.

       Siaq le miró como si nada tuviera importancia y estuvieran criticando el último tapiz neurocríptico de un Hermano.

       −¿Cómo conseguirás la nanotecnología necesaria para introducir cualquier cambio en el gen? ¿No eras artista conceptual?

       −Deberías recordar que los Hermanos poseemos contactos y miembros de todo tipo −arguyó, ofendido−. ¿Estás con nosotros?

       Un Sourcer pasó a su lado, dejando una estela de estática tras él. La pareja se metió en un nicho sensorial para no sufrir ninguna interrupción.

       −Sabes que sí. Pero explícame el plan.

       −Dijiste que habíais hallado un gen que codifica la proteína inhibidora de la síntesis del ADN. Y que una vez controlado, inactivará su funcionamiento, con lo que se detendría el envejecimiento de las células humanas.

       −Muy simplificado, pero así es.

       −Ello conseguirá para las élites el paso a la inmortalidad. Perpetuaría a los sin-nombre. Polución y dolor.

       −Tristeza y muerte −coreó Siaq−. Sería un primer paso en ese sentido, no la solución para la vida eterna. El primer peldaño de la escalera.

       −Y los siguientes serían más fáciles de subir. ¡No! Cambiaremos el código para que en un determinado momento sea regresivo. Se volverá contra ellos y venceremos para la vida.

       Siaq crujió sus dedos, un muestrario de anillos kra. Aún titubeaba, pero la idea le pareció fascinante. Podía ser el camino hacia un mundo nuevo, una oportunidad para la esperanza. Sus pupilas se ensancharon por el reflujo de la catecolamina en sus venas, reaccionando ante su creciente excitación.

       −Será peligroso. Engañar a la Cal Nanotech...

       Guin le acarició el cuello con dulzura.

       −Eres la supervisora del proyecto. Burlarás sus controles.

       Las caricias de ambos subieron su temperatura corporal, por lo que la ambiental del nicho se adecuó a la de sus moradores.

       −Intentaré sacar un disco.

       Él deslizó las manos en sus muslos, húmedos y acogedores. Se apretó contra ella, que abría surcos sanguinolentos en su espalda.

       −Sexo y placer.

      −Mientras exista vida.

       Hicieron el amor con ardiente fiereza, como si gustaran ese frenético goce por primera y última vez. Para los Hermanos de la Noche sólo existía el presente, y su filosofía era el máximo aprovechamiento del instante. Sus mentes se unieron en el éter, viajando a una dimensión superior y llena de promesas. Un espacio de futuro y posibilidades. Su paraíso particular.

 

      Otra noche. El mundo seguía, aguantando agresiones y tambaleándose. Resistía un día más. Siaq sintió un extraño cosquilleo al atravesar la malla de energía del Thelmar U, como si algo (¿alguien?) hubiera querido mirar entre los pliegues cerebrales, descubriendo el terrible secreto que guardaba. Se preguntó si estaría perdiendo la cordura. Debería impedir que las angustias de la no-vida le afectasen en demasía.

       Estaba tan excitada que no pudo utilizar el inductor de sueños, refunfuñando por su incapacidad transitoria. Sin previo aviso sonó una alarma aullante, centelleando al unísono varias luces de emergencia. Una pared cobró vida. Con el logotipo de la Com/S Net en la esquina superior, apareció la vista aérea de un enorme complejo industrial, cubierto por una neblina calinosa. Una tétrica voz anunció que los residentes de los distritos 2, 3 y 5 tenían prohibida la salida al exterior, a causa de una fuga de cloruro de polivinilo.

       Un murmullo de rabia y desencanto brotó entre los espectadores.

Además, hacía varias horas que los explotadores habían acallado las investigaciones del Comité Público de Salud sobre la presencia de un exceso de selenio en el agua. Chantaje o soborno, tanto daba. Ahora sus Relaciones Públicas achacarían la fuga actual a un atentado de los ecolos. Un mundo de mentiras, con fecha de caducidad.

       Una vorágine de pánico y cólera se adueñó de los presentes. Sus temores tomaban forma. Aquí y ahora. Ellos estaban vivos y disfrutarían mientras el mundo siguiera de pie.

 

      La gran sala central se inundó con el reciente éxito de los Psycokillers Fun. Jóvenes y maduros, todos coreaban el estribillo:

       Si respiras, vigila.

       Si resistes, dispara.

       Se había roto la ominosa amenaza, el encantamiento de la muerte. En ese instante la vida fluía por todos los presentes. Bailando. Riendo. Bebiendo. Viajando en el éter. Haciendo el amor. Una Ninfa quiso llevarse a Siaq a un nicho sensorial. Ésta titubeó. Esperaba a Guin. El maldito siempre llegaba tarde. No era correcto que un Hermano desaprovechara de tal manera las horas de la noche, la vida. La Ninfa volvió a tironearla de la mano y esta vez no se resistió.

       Con manos expertas Siaq estableció las conexiones neurales y subcutaneas, mientras sentía crecer el deseo en su interior. La Ninfa, qué importa el nombre, recorría su piel con su lengua eléctrica, provocando descargas que viajaban en microsegundos a su sistema límbico. Conectadas, fusionaron sus mentes, alzándose como un cometa rebosante de energía. Abandonaron un oscuro túnel reticular para ser dueñas del espacio, reinas del éter. El placer las invadía, en un prolongado y placentero orgasmo. Minutos u horas después,agotadas y satisfechas, regresaron.

       La Ninfa se perdió en la oscuridad, mientras Guin, semblante adusto, le hacía una perentoria seña tras localizarla. Así aprenderá a no desperdiciar de nuevo el sagrado Tiempo, pensó Siaq, invadida por una indolente felicidad. La voz de él sonó ligeramente distorsionada, parecía algo tenso. Había una grieta en el habitual aplomo del gurú.

       −Una noche más, vivos de nuevo.

       −Quién sabe si será la última.

      Disfrutémosla.

 

       Él miró a su alrededor, buscando algo que a ella le intrigó y que, aparentemente, no halló. Se subieron a un colchón flotante, a salvo de los reflectores destellantes.

       −¿Has oído la reciente catástrofe?

       ¿Reciente? ¿Catástrofe? Una más de las que casi a diario se sucedían. Otra puñalada en el cuerpo de Gea. Ella asintió, distraída por el temblor hipnótico de un Sourcer, inmerso en un viaje a través de una desconocida multidimensión.

       −¿Comprendes ahora la importancia de nuestro gesto?

       ¿Gesto? Siaq giró la cabeza para mirarle, con la duda reflejada en la cara. Un acto simbólico carecía de valor. Un impulso eléctrico varió su intensidad, y la señal distorsionada se expandió por sus sinapsis como una marea de comprensión. Sabía, tenía la información, pero era incapaz de descifrar el código.

       Guin inició el ritual de las caricias, su forma de convencerla. Ella estaba ausente, sintiendo como en el interior de su mente algo se deslizaba, un invisible explorador al acecho.

      −...siempre será importante. El impulsor de los cambios...

       Hablaba. Parecía un programa lingüístico. Muchas palabras, pero precisaban una coherencia estructural para tener sentido y, en ocasiones, ni ese orden interno aseguraba la existencia de un significado.

       Él la agitó por los hombros, preocupado por su falta de interés.

       −¿... bien?

 Algo se quebró y regresó al aquí-ahora.

       Varios Hermanos, organizados en una triada, les vieron, saludándoles con el movimiento de dedos tradicional, al que la pareja respondió. El mostró un inhalador de PEA sintético. Siaq denegó con la cabeza. Su cuerpo rechazaba nuevos encuentros sexuales aquella noche. Guin, contrariado, lo guardó. Sopló y el mechón azul se retiró levemente de su ojo derecho.

 −¿Lo conseguiste?

       A modo de respuesta, ella sacó un disco y se lo entregó. Guin lo escondió en un dermobolsillo. Ahora parecía otra vez el hombre confiado y seguro de sí mismo, el gran gurú.

       De un salto bajó al suelo, resonando con agudos y entrecortados sonidos debido al aleteo de su capa sónica. Parecía feliz, con aquel poderoso y terrible regalo en su poder.

      Ella le siguió, con una perversa tranquilidad que no lograba comprender.

      Aquella era una noche llena de misterios para la mujer.

 v−Nuestros amigos sabrán qué hacer con este material. Dentro de tres días te devolveré el disco. Cuando hayan introducido los sutiles cambios, la victoria cantará con nosotros.

       −Confío que tus técnicos sean lo suficientemente hábiles para enmascarar la nueva información.

       −No te inquietes, Hermana. Amor y Paz.

       Siaq le vio partir, raudo, con una relajante laxitud. En ese momento le importaba bien poco el futuro de los explotadores, el fin de la no-realidad.

      Una sensación de bienestar la invadía, con el mismo efecto que un cóctel de neuroestimulantes.

       Alguien conectó las psiomaq. De repente aparecieron, flotando a media altura, varias superficies minimales. Con formas en espiral, los helicoides de colores brillantes giraban en un movimiento continuo. Siaq quedó fascinada por ellas, intentado descubrir sus imposibles intersecciones.

       Guin ya era un brumoso recuerdo insustancial. Ni siquiera existiría en la no-realidad. Sus retinas reflejaban el colorido caleidoscópico.

 

      Guin no apareció en el plazo fijado para la devolución del disco. Nadie fue capaz de dar con su paradero. Su pista se perdió a partir del momento que entró en las dependencias principales de la MaxBio. Tal vez tuviera que ver con el misterioso disco que les entregó. Su contenido no debió ser del agrado de sus patrones.

       Tras los primeros esquemas genéticos, de nula utilidad, se iniciaba la secuencia que contaminaría su base de datos de forma selectiva.

      Cuando detectasen la primera anomalía, el mal ya sería irremediable.

      Tardarían en analizarla, sector por sector, y eliminar los residuos. Había incluido, además, subrutinas residentes, que se activarían de forma aleatoria, aumentando sus problemas.

      Su capacidad operativa disminuiría de forma apreciable durante un periodo estándar.

       La MaxBio, y cualquier otra competidora, debía entender que no toleraría el espionaje industrial. Aquel fue un claro mensaje de advertencia, un toque de atención contra posibles disidencias al esquema básico.

       Siaq no apareció en el plazo fijado para la devolución del disco. Ahora trabajaba como simple ayudante de laboratorio. Su vida nocturna ni siquiera era un recuerdo, oculta en lo más profundo de su subconsciente.

       En Cal Nanotech no nos conformamos con un simple condicionamiento hormonal. El hardware cerebral, proporcionado a nuestros asociados estratégicos, incluye un implante que los conecta permanentemente a uno de mis subprogramas de seguridad.

      ¿Violo la intimidad personal? No exactamente. La vigilancia es selectiva, activándose cuando detecto una disfunción en los parámetros habituales del sujeto. Dedicar una parte infinitesimal de mi tiempo a ello ha demostrado su efectividad. Una corporación depende de múltiples factores, y se impone reducir las variables a la mínima expresión.

       Mediante algunos terminales he extendido el rumor de que ciertas tendencias anticorporativas de Siaq motivaron su actual degradación, tanto mental como laboral. Calculo un aumento significativo de la productividad en breve y, cómo no, de fidelidad de nuestros asociados, ante tal derivación.

 

 

(C)1999 Manuel Diez Román

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Escritor español


El autor vive en Barcelona, España. Editor asociado de la revista Ad Astra, durante muchos años.

Ha publicado trabajos relacionados con el cyberpunk en diversas revistas españolas y argentinas; y en A Quien Corresponda.

Autor de Corazones de obsidiana.


Autor de Barcelona Blues


En el 2001 fue miembro del jurado del III Concurso Internacional de Cuento A Quien Corresponda


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