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Ancash  Perú

 

Visite Pallasca, cuando quiera. Pero le recomendamos, cariñosamente, hacerlo en los días de fiesta: Mayo (Fiesta de las cruces y del       "Toro de Trapo") y Junio (Fiesta Patronal de San Juan Bautista); son días       primaverales. Pero si lo que busca es la emoción inigualable que provocan       las lluvias más o menos torrenciales, con rayos, truenos y granizo, entonces prepare       sus chivas y, desde Fiori (en Lima), haga el viaje entre diciembre y marzo. No le       irá bien, le irá de maravillas. Porque Pallasca, es decir, Pallasquita       Linda (como la llamaba don "Moshe" Huerta, es parte insustituible, casi principal, del       Paraíso.  

Víctor Alvarado Rodríguez

Manuel Jesús Alvarez

Alonso Paredes

Don Pancho Nina

Mario Vidal Emé

Don Manuelito Alvarado

Miguel Elías Villavicencio 

Pedro Gutierrez 

Víctor Arnoldo Ramos

Justiniano Murphy Bocanegra

 

 


 

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PERSONAJES 

FORJADORES DE PALLASCA

Muchos personajes que han dejado la huella permanente de su paso por la vida, ora por sus obras, ora por su pintoresco protagonismo en el folclore y la alegría del pueblo, es decir: que han contribuido material y espiritualmente a la formación del ser pallasquino aparecerán en este portal, como un homenaje a su memoria.  

 

 

Víctor Alvarado Rodríguez

 

Don Víctor Alvarado fue algo así como un patriarca pallasquino, no obstante haber nacido en otras tierras. Todos lo recordamos con cariño. Como la mayoría de “Shilicos”, llegó por razones estrictamente comerciales. Recordemos que casi todos los cajamarquinos de aquella bella ciudad de los carnavales, el “cilulo” y la “matarina” tienen –o tenían,- la cualidad de ser trotamundos vendedores  innatos de peinetas, anilinas y sombreros. Don Víctor, no fue la excepción. Pero, finalmente, adoptó la decisión de afincarse en la tierra del Chonta y el Toro de Trapo y lo hizo no solo por que le gustó el lugar y sus gentes, sino porque sintió cariño e identificación. Y quiso dar mucho de sí. Esto ocurrió por el año 1928. Fue, don Víctor, un hombre honorable, amistoso, el respeto era su norma de conducta así como la honradez y el trabajo. Fue uno de los hombres que contagió entusiasmo y voluntad cuando del desarrollo del pueblo se trataba. Se convirtió, además, en una suerte de guardián de la fe, habiendo prácticamente hasta el final desempeñado el honorario cargo de Mayordomo de San Juan Bautista (que no es lo mismo que “prioste”), es decir, el encargado de custodiar las llaves del templo y preocuparse, voluntaria y amorosamente, por el mantenimiento de la Casa del Señor y la intangibilidad del patrimonio histórico, artístico y espiritual de Pallasca. Sabemos que, ello no obstante, no faltó algún cura que logró sustraer, amparado por las sombras y la infamia, más de una reliquia pictórica almacenada en la sacristía (¡santas herejías bajo una sotana!). Don Víctor fue, por tres veces, alcalde de la ciudad y gracias a él se logró algunas obras de significativa importancia; desempeñó, por cierto, otros cargos  con la misma eficiencia. Lo recordamos, sereno, a veces sonriente y bromista, detrás del mostrador de su tienda de la Plaza de Armas, conversando sobre las necesidades del pueblo o dando algún consejo o “enderezando entuertos o desfaciendo agravios”. Doña Elinora Araujo, su esposa, siempre a su lado; y el minúsculo perrito, “clavelito”, retozando junto a la puerta, hacía las veces de "huallqui". Don Víctor nunca olvidó a su pueblo natal, Celendín, y si se daba la oportunidad bailaba al compás del “cilulo”. Dejó varios hijos, algunos de los cuales dejaron este mundo antes que él. Fue un gran hombre.

 

Alonso Paredes

 

Alonso Paredes fue uno de los profesores, o maestros -como se les llamaba entonces- que más huella dejó en varias generaciones. Nació en Conchucos pero su amor por Pallasca fue intenso y es que, probablemente, allí encontró las más valiosas oportunidades para desarrollar lo que más le gustaba: enseñar y escarbar minuciosamente en el pasado rico de nuestro pueblo; fue, empíricamente, un historiador, un arqueólogo y un folclorista nato.  Y no solo por el simple prurito de de investigar y darse el íntimo regocijo de saber, sino especialmente por querer transmitir sus conocimientos, lo que es más valioso y digno en un hombre. Fue el pionero en las investigaciones referidas a nuestro pasado histórico. Dictó clases en la otrora Escuela Prevocacional 293 y sus discípulos lo recuerdan con mucho cariño. Era -como afirma uno de sus más aprovechados alumnos, Félix Álvarez Brun, un hombre "de estatura mediana, buena contextura, cabeza grande, cara redonda, tez blanca plena de rubicundez..." A los alumnos, poco antes de que empezaran las clases, "ritualmente nos hacía formar para entonar canciones escolares: "Himno Al Sol", "Indio", "Vicuñita", o también para escuchar "Vírgenes del Sol, "El Cóndor Pasa", etc." Nuestro laureado historiador pallasquino continúa: "Al maestro Alonso le reconozco su pasión por el pueblo indígena y su decidido apoyo a todo lo que contribuyera a la reivindicación social del mismo. En algunas oportunidades le vi erguirse frenético y desafiante, ante la injusticia y prepotencia de las malas autoridades del lugar. Su voz y su gesto rompían la monotonía y la pasividad del pueblo." Un conchucano que hizo de Pallasca su "patria chica". A él nuestra gratitud y memoria.

 

Manuel Jesús Alvarez

Alto, delgado, de tez blanca un tanto ensombrecida por el clima serrano. Junto a la perfilada nariz tenía una verruga, heráldica tal vez porque constituía signo familiar; (casi todos sus hijos la llevaban.)

Era una suerte de patriarca en Pallasca: los vecinos le apreciaban y respetaban mucho; acudían a él en busca del consejo oportuno y eficaz, además de  la solución -gracias a su innata diplomacia y capacidad negociadora- de cualquier asunto personal o familiar. A todos les atendía con la misma amabilidad, cortesía, bondad, honradez y desprendimiento. No obstante no haber cursado estudios superiores, se desempeñaba como un verdadero profesional: sabía de contabilidad y llevaba los libros de varias casas comerciales, de Pallasca y Cabana; sabía de leyes y asesoraba a jueces y litigantes, sin percibir remuneración alguna. Era un lector compulsivo; admiraba a Francisco García Calderón, Manuel González Prada y Ricardo Palma. Entre otras cosas, tenía predilección por la astronomía. Era de espíritu liberal y, en cierto modo, anticlerical. Periodista autodidacto, escribió y dirigió algunos periódicos locales  a comienzos del siglo XX ("La Verdad", "El Heraldo"...) y colaboró en las revistas  "Llamaradas" y "FRAY KBZON", que dirigía Francisco Loayza, en Lima. Félix Álvarez Brun, su hijo, lo recuerda así: “Fue consejero permanente y longánimo en su suelo nativo; amante de las letras y hábil orador, poseía sólido juicio e innata sabiduría. Era como uno de esos representativos patriarcales de los pueblos pequeños a la manera de los viejos y buenos hidalgos castellanos o, acaso, por su cultura e ilustración, como uno de aquellos eruditos académicos de Argamasilla, de que habla Cervantes y elogia Azorín.(ANCASH, una historia regional peruana, 1970)

 

Don Pancho Nina

Don Francisco Ninaquispe Campos, es decir, don "Pancho Nina" fue, probablemente, el pallasquino que más conocimientos, más cultura poseía. Era un lector empedernido e indiscutible. Periódicos, libros, revistas...en fin, todo cuanto escrito pudiera llegar a sus manos era ávidamente devorado por aquella ansiedad de saber más. Pero no para alojar en su subconsciente informaciones y conocimientos que pudieran convertirse en una suerte de "ahorro inmóvil", sino para trasmitírselos a los demás. Su tienda -una modesta y poco iluminada bodega situada casi en la esquina sur- este de la Plaza de Armas, reunía con cierta frecuencia a un grupo de vecinos que se acercaban para conversar sobre diversos temas (políticos, culturales, de interés poblacional, etc.,etc.) Don Pancho fue, hasta donde sabemos, el primer y acaso el único suscriptor en el pueblo del diario El Comercio y el corresponsal y distribuidor del periódico provincial, editado en Cabana, "El Radar". Estar con él era, entonces, tener la oportunidad de ponerse al día respecto de los acontecimientos nacionales y mundiales: la segunda guerra mundial con su tragedia (Hiroshima y Nagazaki), la guerra de Corea, Vietnam; el Sputnik, la perra Laika circundando el espacio terráqueo, Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova; la Revolución cubana, etc,., etc. 

Una característica que, por ningún motivo y a ningún costo quería cambiar don Pancho, era lo que hoy se conoce como "look": en su caso, el vestir permanentemente, cualquiera sea la ocasión (incluso en ceremonias, como la asunción del cargo de Alcalde Distrital que llegó a ocupar), una indumentaria incomparable: pantalón confeccionado con tela de "jean" azul y saco "beige" de drill (corríjannos, si en esto del saco nos equivocamos) y el sombrero de paja que solo descubría su cabeza a la hora dormir. 

En su bodega vendía casi de todo. En aquella época no se usaba las bolsas de plástico que hoy abundan; por ello, el arroz o el azúcar se expendían envueltos en papel de periódico. Y, por falta de luz, para tener certeza del peso exacto, don Pancho -como casi todos los comerciantes- empleaba un pedacito de papel blanco que, a manera de espejo iluminaba las líneas y números respectivos de la balanza.

Otra cosa.  Algo que casi nadie sabe es lo siguiente. Don Pancho Nina profesaba, con sinceridad y convicción, las ideas progresistas de entonces: era admirador de José Carlos Mariátegui y por ello muchos hablaban de él como "comunista". Tenía sus ideas y eso no es nada malo, es, por el contrario, algo digno. Lo que no se sabía, repetimos, era lo que pasamos a referir: durante un corto tiempo frecuentó, por razones de trabajo, la casa de la calle Washington en que vivió -y hoy es un museo- José Carlos Mariátegui. Allí tuvo  oportunidad obviamente de hojear algunos libros y quién sabe si fue  allí donde  nacieron sus ideas revolucionarias. De lo que sí podemos dar fe es que, cuando iba a cumplirse un aniversario del autor de los 7 Ensayos , Sandro, su hijo, tuvo el deseo de invitar a don Pancho para que viniera con tal motivo. Las circunstancias fueron aparentemente adversas, y no llegó a concretarse ese deseo. 

Lo recordamos con cariño y admiración.

 

Mario Vidal Emé

Don Mario fue uno de los pallasquinos más queridos. Maestro por excelencia (que es como le conocimos), cada oportunidad que tenía de conversar con los jóvenes era aprovechada para eso: enseñar. Era probablemente el único en Pallasca que podía hablar con autoridad intelectual sobre Teología; por ello es que asumió en los colegios secundarios (el otrora San Juan Bautista y el INA 47) la conducción del curso de Religión. Uno de los temas que le apasionaba (acerca del cual se encontraba en condiciones de dar una sesuda conferencia o "dictar cátedra") era el referido a la existencia de Dios (su explicación por el orden, la armonía del universo, etc.). Y, claro, en lo que también nadie le ganaba era el Inglés, cuya enseñanza se convertía en una experiencia lúdica para él y para los estudiantes: la aderezaba con anécdotas pintorescas y agradables referencias personales y familiares; la amenidad de sus clases era, así, un poderoso antídoto contra el aburrimiento. En una ocasión, a la "Vieja" Maya Robles le dijo que ambos eran familiares y ella, naturalmente, se echó a reír cubriéndose la boca con las manos: "Usted es bien chistoso, dígaste?". La explicación vino enseguida. Contó, don Mario, que estando internado por una dolencia en el Hospital del Empleado le tocó alternar con un paciente cuya recuperación era lerda en comparación con la suya (ambos habían sido intervenidos quirúrgicamente). "Es que yo soy de los robles", dijo don Mario, dando de ese modo razones a la celeridad de su proceso curativo. El compañero de habitación, que estaba a punto de deprimirse, mostró un brillo en los ojos y una sonrisa en los labios: "Ah, sí? Yo también me apellido Robles!". Don Mario, que obviamente hablaba de otra cosa, se reservó piadosamente la verdad respecto de su apellido y, gracias a ello, ganó, por partida triple, un amigo, un "pariente" y la satisfacción de ver que alguien, como él, desde ese momento apuraba la recuperación de su salud. Así era don Mario: ingenioso incluso para sanar a sus semejantes.

Sus años mozos también dejaron huella. Era uno de aquellos atractivos jinetes ("gringo", pues) por quienes las damiselas suspiraban, cuando sobre las ancas de los esbeltos "caballos de paso pallasquinos", iban de pueblo en pueblo en busca de aventuras.

Pero algo más: a la manera de Mariátegui, don Mario también tuvo una filiación y una fe. No fue comunista; sin embargo -por ser seguidor de las ideas de Haya de la Torre- sufrió persecución y durante algún tiempo tuvo que vivir a salto de mata, cuando se dio la infausta "ley marcial". De esta azarosa experiencia brotó un librito que don Mario tituló "LA GRAN SEMANA DE 1932" (o las memorias de Tomasito Iglesias.

Con su cuñado Angel Acorda y sus respectivas esposas (Anita y Paquita), fueron los más conspicuos vecinos del barrio de Santa Lucía. Su vida, fecunda, dio hijos buenos. Alcanzó una admirable longevidad, al igual que su deseo de amar. Está presente en nuestra memoria y sus enseñanzas nos enriquecen. Buena, "Teacher"!

 

Don Manuelito Alvarado

La estampa folclórica, con ribetes de teatralidad, que ha sido siempre uno de los mayores atractivos de la Festividad de San Juan Bautista, es la representación del suplicio y muerte del Inca Atahualpa. Participaban en el desarrollo del mismo los principales personajes de aquella etapa de la conquista. El Inca aludido, las Pallas y Quiyayas, los soldados del Imperio y el “Quishpe”, esto por parte de los hijos del Sol; como “realistas”, es decir, españoles, estaban Francisco Pizarro, Hernando de Soto, gran número de soldados a caballo y, naturalmente, el cura Valverde. 

Quien, durante muchos años, fue el encargado de  encarnar a este “ensotanado” personaje que con la Biblia en la mano fue, en buena cuenta, el que dio la orden de apresar, torturar, matar a Atahualpa e iniciar una masacre infame contra los naturales del Perú (etapa negra de la Iglesia: la espada y la cruz hermanadas en un mismo fin!), fue, en Pallasca, don Manuel Alvarado (don Manuelito Alvarado, para decirlo con más propiedad y afecto.) 

Era un hombre de mediana estatura, rostro más o menos redondo y de  hablar ligero pero cauteloso. La particularidad excepcional que mostraba y que pocos quizás hayan advertido, fue que –siendo de origen humilde- vestía siempre pulcro y, más valioso que esto: tenía una vehemente preocupación por la lectura y por escarbar y conocer el pasado del pueblo. No poseía una biblioteca, apenas, tal vez, algunos libros y folletos además de una insobornable y ejemplar voluntad de aprendizaje y enseñanza, sin ser maestro: conversaba con jóvenes y adultos y les hablaba de lo rico de nuestra historia. Fue –salvo error u omisión- el primero en enterarse de la descendencia de Apollacsa Vilca Yupanqui Tuquihuarac (aquel “indio noble que prestó importantes servicios durante el paso de los primeros conquistadores”, según Álvarez Brun). ¿Cómo pudo haberlo sabido? Pues don Alonso Paredes lo contó alguna vez por escrito. Joven aún, don Manuel, “amante de la observación” logró salvar del fuego un fajo de papeles que contenía “los títulos de nobleza incaica de don Eusebio de la Cruz, infatigable defensor de su comunidad”, documento este -conjuntamente con otros-   sobre el que “descansa  la historia altiva  del pueblo de Pallasca” (enfatizaba don Alonso). Es decir, a don Manuelito Alvarado le debemos el orgullo de haber recuperado parte valiosa de nuestro pasado y poder, a partir de ello, proyectarnos positivamente hacia el futuro. 

Quién puede dudarlo, él es, con todo derecho y justicia, un personaje importante de Pallasca.

 

Miguel Elías Villavicencio

Nacido en Tauca, el maestro Miguel Elías Villavicencio Torres era alto, delgado, de cara enjuta, como personaje escapado de un cuadro del El Greco. Siempre vestía correctamente y era elegante en sus movimientos. Un pequeño bigote le concedía singular atractivo y simpatía. Poesía perspicacia natural, talento práctico. Transparentaba en sus gestos cordialidad y afecto al mismo tiempo. No obstante la edad que entonces tenía –pasaba si no me equivoco los cincuenta, estamos hablando de los años 30- comunicaba juventud por su vivacidad y vitalidad singulares. A los alumnos les ahorraba muchas horas de estudio y de lecturas porque trasmitía saber con habilidad, por su experiencia, por su responsabilidad magisterial y por su hondo conocimiento de los problemas y sentimientos de las personas. Era muy hábil para darse cuenta de la exacta dimensión de las cosas, así como de las virtudes y defectos de los hombres. Como maestro reunía pues, condiciones innatas, a las que se añadían las que le venían por ancestro –su padre fue maestro también. Mostraba firmeza para la tarea docente, para la enseñanza, es decir, para formar hombres integrales. Como se recuerda en “Misceláneas Tauquinas, revista editada por quien fuera su hijo Alipio, el maestro Miguel tenía siempre presente como principio que “el alumno, mejor que lo que oye, aprende lo que ve; mejor que lo que ve, aprende lo que hace”. Era un maestro ejemplar. (Esta brevísima semblanza está basada en lo escrito por Félix Álvarez Brun en “Sierra de mi Perú”)

 

Don Pedro Gutiérrez, "El Conshyamino"

 

Un huayno cantado y grabado allá por los años 60 -que con un sentimiento de profunda nostalgia lo tenemos en la memoria-, tenía el siguiente par de versos:

"Toque, toque, don Pedrito,

su acordeón o concertina..."

Su título, si la memoria no nos falla, era "24 de junio". Se trataba, en realidad, de un bello dibujo musical de la Fiesta Patronal de San Juan Bautista, que nombraba a la Plaza de Armas, a la Calle Grande, al mañanero caldo de Gallina de "esos que saben criar", etc. Y allí -cómo no- también estaba don Pedro Gutiérrez, "El Conshyamino", aquel paisano nuestro, invidente, que, acompañado por su "Repolla" (que es como afectuosamente se la conocía a su esposa) solía ubicarse, protegido por su poncho y sombrero, en una de las bancas de la Plaza (casi siempre en la que da hacia la iglesia) y, rodeado por los chiquillos del pueblo, entonaba huaynos y guarachas: "En el cielo las estrellas", "Mi cafetal"...y "La piedra de mal rodar", su canción emblemática. No faltaba -como en todas partes- algún mozalbete zamarro que -candorosamente perverso- le jugara una broma pesada, como presionar una tecla de su instrumento, alterando, así, la ejecución del tema musical; don Pedro se enfadaba por un instante, soltaba sin mucha convicción un carajo, pero inmediatamente sonreía y continuaba con la música. Nosotros nos alegrábamos con su alegría y nos conmovíamos con su emoción. La destreza  que demostraba al hacer brotar las notas de su muy humilde instrumento, era la misma cuando confeccionaba las proverbiales "andaritas" (especie de flautas de pan hechas con cañas de carrizo), perfectamente afinadas como para pergeñar, en las noches de luna llena, las melodías inolvidables del "Zorro negro" o para que Julio y "Shantel" -dos de sus principales usuarios- pudieran familiarizarse con la nobleza del arte órfico (su padre -nunca olvidado, especialmente por su cálido y generoso corazón-, don Santiago Zanelly, era, probablemente, el más entusiasta "cliente" de don Pedro).

Durante las primeras décadas del Siglo XX, sabemos que la animación musical de las fiestas familiares del pueblo, más que la "Victrola", corría a cargo de "El Conshyamino". La aparición del retumbante "Pick up" prácticamente desplazó a ambos. La "Victrola" se convirtió en pieza ornamental o de museo y don Pedrito, tal vez invadido por una honda tristeza pero jamás deprimido, trasladó su centro protagónico a la Plaza, mas nunca se alejó de los corazones.

Más que un personaje, llegó a ser un símbolo. Los pallasquinos lo guardamos en nuestra memoria y sabemos que él y don Víctor Alvarado, don Pancho Nina, don Lorenzo Paredes...forman parte de la identidad espiritual de nuestro pueblo. Hablar de Pallasca es no olvidarse de ellos, tanto como de El Chonta, de Tambamba, de Santa Lucía; de la "293" y sus entrañables “maestros”; del Toro de trapo, de las luminarias y del grog...

 

Víctor Arnoldo Ramos

Normalista de profesión, Víctor Arnoldo Ramos dejó huella perpetua entre sus discípulos del Centro Escolar de varones de Pallasca, all la tercera década del siglo XX. Como muchos de nuestros docentes, no fue pallasquino, pero encontró allí el terreno propicio para sembrar en sus alumnos las semillas que dieron buenos frutos. Era alegre, bonachón, entusiasta y emprendedor. De nariz aguileña, labios gruesos y mentón pronunciado, mostraba un semblante jocundo por su risa ancha, abierta y contagiosa. Reflejaba natural y espontánea sinceridad. Le gustaba tocar guitarra y mandolina. Con un conjunto escolar formado por él, animaba las veladas literario-musicales de la ciudad. Era hábil para descubrir las cualidades de los alumnos, vale decir, sus aptitudes y capacidad para los estudios. Sabía aconsejar y enseñaba con dominio pedagógico y sabiduría. Los padres de familia, la población entera, le querían mucho. Era buen profesor y excelente Director del Centro Escolar. Sus últimos días los pasó en El Rímac que fue, probablemente, su lugar de nacimiento. (Esta brevísima semblanza está basada en lo escrito por Félix Alvarez Brun en “Sierra de mi Perú”)

 

 

Justiniano Murphy Bocanegra

Los médicos son profesionales que han sido formados en ciencia y, sobre todo, en humanidad. No siempre, sin embargo, todos asumen esa hermosa responsabilidad moral. Las excepciones son gratamente honrosas y enorgullecen a quienes hicieron el tan mencionado juramento hipocrático. Claro está que no es únicamente el haber expresado públicamente y como el cumplimiento de una formalidad académica, tal juramento; lo que prima, en realidad, es aquello que es innato a ciertas personas, algo que no se aprende, algo que madura a partir de la infancia y con el apoyo de los buenos ejemplos. Una de esas personas, honorables, por cierto y que a nosotros los pallasquinos nos enorgullecen fue un médico cirujano que hizo de su vida una vida de entrega desinteresada, que atendió, a veces sin pedir nada a cambio, para salvar o aliviar los males de sus semejantes y, mucho más, si esos semejantes eran hombres, mujeres y niños de escasos recursos y si provenían de Pallasca, a su bondad le agregaba la alegría, el regocijo de reencontrarse con sus orígenes. Prácticamente el ejercicio de su profesión lo realizó, hasta el final, en Huacho. Pero no lo olvidamos cuando, conmovido y decidido a entregar su cariño y conocimientos, acudió presto a brindar su invalorable cuota profesional durante la epidemia de difteria que sufrió el pueblo de Pallasca, especialmente la niñez; fue por los años 60. Los paisanos se alborozaron y emocionaron incluso hasta las lágrimas al ver que su médico más querido estaba entre ellos. Este hombre de bien y que está perpetuamente alojado en el corazón de todos, fue el doctor JUSTINIANO MURPHY BOCANEGRA. Lo guardamos en nuestra memoria. Gloria a él

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Las hermosas vistas fotográficas que aquí se muestran se las debemos al lente de Ireno Aguilar.  El bello paisaje musical que sirve de fondo-"Princesa del sol"-,  pertenece al talento y la sensibilidad de Carlos Carty Maraví.  A ellos nuestra gratitud.

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