Por
: PORFIRIO TORRES PEREDA
Eleodoro
Valdez, el guerreo del 41 cuando el conflicto con el Ecuador, sigue
aún bien macho como suele decir en ciertas ocasiones cuando está
ebrio. Tiene dos hijos varones llamados Salustiano y Santos, el
primero llamado generalmente “Shalo Moco”, porque cuando se
embriaga pocas veces de limpia la nariz, también es chiroco y
domina la caja y la flauta igual a su padre. Los tres trabajan
eventualmente en las minas de Calamalca extrayendo el precioso metal
tan codiciado por todos, que ellos le llaman “el amarillito”.
Cuando
les va bien en su eventual faena, salen al pueblo a vender el oro y
una vez el dinero en sus manos se reparten en partes iguales y para
festejar el buen negocio, se dirigen a una tiendecita que queda en
las inmediaciones del pueblo y piden un cuarto de alcohol con su
limoncito y comienzan a libar, tomando asiento simultáneamente en
una banca que les brinda el dueño de la tienda y cada uno saca de
su bolsillo una pequeña calabacita y comienzan a chacchar
dulcemente. Entre conversación y conversación que versa sobre la
extracción del oro, piden un cuarto más y prosiguen la plática en
torno a uno y otro tema. El dueño de la tienda, el más barbudo
entre los que habitan en Pallasca, con los codos apoyados sobre su rústico
mostrador y con las manos en el mentón, los observa sonriente dándoles
algunos consejos para que no malgasten su dinero. Así permanecen
por largas horas en la tienda consumiendo cuarto y más cuarto de su
trago favorito.
De
rato en rato se paran tambaleantes por efecto del alcohol y por fin
deciden retirarse a su morada.
Los
tres usan poncho, Santos y “Shalo Moco”, con un poncho chico
cada uno y una alforjita también chica cobre el hombre que contiene
su coca. Eleodoro, con poncho grande y
también su alforja que la lleva bajo el poncho; el lado que
queda a la espalda siempre contiene algo abultado que resalta como
una joroba.
Los
tres usan pantalón hasta media canilla, caminan inseparablemente
por cualquiera de las calles, conversando sin ilación alguna, como
delirando por el estado de embriaguez en que se encuentran.
Al
despedirse del dueño de la tienda, lo hacen con tanta amabilidad y
respeto y hasta se arrodillan pidiendo perdón por las largas horas
que han estado bebiendo, y ya en la calle abrazados, comienzan a cantar la siguiente estrofa:
Cochaconchucos
grande
Cochaconchucos
lindo
Con
su casita de arcos
Y
su Manuel Torres.
Terminada
la canción, Eleodoro se para erguidamente sacando pecho y dice con
voz arrogante: “¿sí o no?”, Shalo contesta, “yo no lo he
visto”, y dirigiéndose a su hermano Santos dice: “¿y tú?”,.
“Yo tampoco lo he visto”.Es entonces que Eleodoro se amarga y en
forma iracunda replica: “Si no lo han visto, es porque en ese
tiempo ustedes han estado mocosos, pero yo les he contado, ¿quiere
decir entonces que mis palabras no valen?” Se echa saliva a las
manos, cierra los puños y con altanería lanza duros puñetes a
Shalo, éste cierra los ojos y repele en la misma forma, pero
algunas veces los golpes caen sobre su hermano Santos, quien también
reacciona y hace lo mismo que Shalo. Los tres, con los ojos
cerrados, lanzan puñetes al aire entrecruzándose los brazos y de
repente surge nuevamente la voz autoritaria de Eleodoro y dice:
“Alto, carajo”. Los tres se miran fijamente a los ojos por unos
instantes y Santos y Shalo le dicen a Eleodoro, “mejor vamos
cantando, viejito, solamente tú saben como son los cantos de
Cochaconchucos” y nuevamente entonan otra estrofa que dice:
Cochaconchucos
grande
Cochaconchucos
lindo
Con
sus gaseosas
Y
su Manuel Torres.
Terminada
esta estrofa, Eleodoro deja correr por sus mejillas gruesas lágrimas,
posiblemente recordando algo que le conmueve y los dos hijos cariñosamente
le dicen: “no llores cochito”, y con una esquina del poncho
limpian las lágrimas que derrama su padre como también la comisura
de su boca que derrama el jugo de la coca. O sea que Eleodoro entre
mocos y babas, aconseja a sus hijos y sugiere retirarse a su morada.
Miran por alrededor a un perito que siempre los acompaña y llamándole
“Licurgo ven, Licurgo ven”, se pierden por el polvoriento camino
por entre hileras de alcanfores hasta llegar a su casa que yace en
el tranquilo paraje de Salayok a uno y medio kilómetros de la
ciudad.
PORFIRIO
TORRES PEREDA
(Extraído
de Pallasca Rincón de Ensueño, Río Santa Editores,
Chimbote, 1996)
![](http://www.geocities.com/eros2koko/Gifs/antorcha.gif)
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