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Ancash  Perú

 

Visite Pallasca, cuando quiera. Pero le recomendamos, cariñosamente, hacerlo en los días de fiesta: Mayo (Fiesta de las cruces y del       "Toro de Trapo") y Junio (Fiesta Patronal de San Juan Bautista); son días       primaverales. Pero si lo que busca es la emoción inigualable que provocan       las lluvias más o menos torrenciales, con rayos, truenos y granizo, entonces prepare       sus chivas y, desde Fiori (en Lima), haga el viaje entre diciembre y marzo. No le       irá bien, le irá de maravillas. Porque Pallasca, es decir, Pallasquita       Linda (como la llamaba don "Moshe" Huerta, es parte insustituible, casi principal, del       Paraíso.  

 "...un pueblito de la sierra ancashina bello, saludable y acogedor: por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón."


 

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Por : PORFIRIO TORRES PEREDA

Eleodoro Valdez, el guerreo del 41 cuando el conflicto con el Ecuador, sigue aún bien macho como suele decir en ciertas ocasiones cuando está ebrio. Tiene dos hijos varones llamados Salustiano y Santos, el primero llamado generalmente “Shalo Moco”, porque cuando se embriaga pocas veces de limpia la nariz, también es chiroco y domina la caja y la flauta igual a su padre. Los tres trabajan eventualmente en las minas de Calamalca extrayendo el precioso metal tan codiciado por todos, que ellos le llaman “el amarillito”.

Cuando les va bien en su eventual faena, salen al pueblo a vender el oro y una vez el dinero en sus manos se reparten en partes iguales y para festejar el buen negocio, se dirigen a una tiendecita que queda en las inmediaciones del pueblo y piden un cuarto de alcohol con su limoncito y comienzan a libar, tomando asiento simultáneamente en una banca que les brinda el dueño de la tienda y cada uno saca de su bolsillo una pequeña calabacita y comienzan a chacchar dulcemente. Entre conversación y conversación que versa sobre la extracción del oro, piden un cuarto más y prosiguen la plática en torno a uno y otro tema. El dueño de la tienda, el más barbudo entre los que habitan en Pallasca, con los codos apoyados sobre su rústico mostrador y con las manos en el mentón, los observa sonriente dándoles algunos consejos para que no malgasten su dinero. Así permanecen por largas horas en la tienda consumiendo cuarto y más cuarto de su trago favorito.

De rato en rato se paran tambaleantes por efecto del alcohol y por fin deciden retirarse a su morada.

Los tres usan poncho, Santos y “Shalo Moco”, con un poncho chico cada uno y una alforjita también chica cobre el hombre que contiene su coca. Eleodoro, con poncho grande y  también su alforja que la lleva bajo el poncho; el lado que queda a la espalda siempre contiene algo abultado que resalta como una joroba.

Los tres usan pantalón hasta media canilla, caminan inseparablemente por cualquiera de las calles, conversando sin ilación alguna, como delirando por el estado de embriaguez en que se encuentran.

Al despedirse del dueño de la tienda, lo hacen con tanta amabilidad y respeto y hasta se arrodillan pidiendo perdón por las largas horas que han estado bebiendo, y ya en la calle abrazados, comienzan  a cantar la siguiente estrofa:

Cochaconchucos grande

Cochaconchucos lindo

Con su casita de arcos

Y su Manuel Torres.

Terminada la canción, Eleodoro se para erguidamente sacando pecho y dice con voz arrogante: “¿sí o no?”, Shalo contesta, “yo no lo he visto”, y dirigiéndose a su hermano Santos dice: “¿y tú?”,. “Yo tampoco lo he visto”.Es entonces que Eleodoro se amarga y en forma iracunda replica: “Si no lo han visto, es porque en ese tiempo ustedes han estado mocosos, pero yo les he contado, ¿quiere decir entonces que mis palabras no valen?” Se echa saliva a las manos, cierra los puños y con altanería lanza duros puñetes a Shalo, éste cierra los ojos y repele en la misma forma, pero algunas veces los golpes caen sobre su hermano Santos, quien también reacciona y hace lo mismo que Shalo. Los tres, con los ojos cerrados, lanzan puñetes al aire entrecruzándose los brazos y de repente surge nuevamente la voz autoritaria de Eleodoro y dice: “Alto, carajo”. Los tres se miran fijamente a los ojos por unos instantes y Santos y Shalo le dicen a Eleodoro, “mejor vamos cantando, viejito, solamente tú saben como son los cantos de Cochaconchucos” y nuevamente entonan otra estrofa que dice:

Cochaconchucos grande

Cochaconchucos lindo

Con sus gaseosas

Y su Manuel Torres.

Terminada esta estrofa, Eleodoro deja correr por sus mejillas gruesas lágrimas, posiblemente recordando algo que le conmueve y los dos hijos cariñosamente le dicen: “no llores cochito”, y con una esquina del poncho limpian las lágrimas que derrama su padre como también la comisura de su boca que derrama el jugo de la coca. O sea que Eleodoro entre mocos y babas, aconseja a sus hijos y sugiere retirarse a su morada. Miran por alrededor a un perito que siempre los acompaña y llamándole “Licurgo ven, Licurgo ven”, se pierden por el polvoriento camino por entre hileras de alcanfores hasta llegar a su casa que yace en el tranquilo paraje de Salayok a uno y medio kilómetros de la ciudad.

PORFIRIO TORRES PEREDA 

(Extraído de Pallasca Rincón de Ensueño, Río Santa Editores, Chimbote, 1996)

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Las hermosas vistas fotográficas que aquí se muestran se las debemos al lente de Ireno Aguilar.  El bello paisaje musical que sirve de fondo-"Tren andino"-,  pertenece al talento y la sensibilidad de Carlos Carty Maraví.  A ellos nuestra gratitud.

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