San Pablo nos da un seguro y simple
test para una relación de amor: “El amor no busca su interés”. Si desea
aplicarlo vea en qué medida puede usted dar la espalda a su amor propio de
salirse con la suya, a favor de la persona amada.
Cuando llegué a los Estados unidos por
primera vez, escuché una canción que nunca he olvidado:
¡Oh, que bella
mañana! ¡Oh, qué bello día!
Tengo la
sensación de que todo me sale como deseo.
Según los compositores Rodgers y
Hammerstein, ésa es una canción de amor. Pablo estaría en completo desacuerdo.
El verdadero amor cantaría: “¡Qué bella mañana! ¡Qué bello día! Todo sale como
tú lo deseas”. Ese es el desafío del
amor.
Cada uno se puede examinar cada mañana.
¿Qué pasa en el desayuno? ¿Trata usted de salirse siempre con la suya?.
Supongamos que se levanta pensando en unas medialunas: durante la meditación no
puede pensar más que en lo crocantes que estarán. Llega a la mesa del desayuno
relamiéndose por anticipado. “¿Dónde están las medialunas? Me muero de hambre”.
Y su cónyuge le dice: “¿Adivina lo que preparé? Hice huevos revueltos
especialmente para ti”.
Si no hay término medio entre lo que le
gusta y lo que detesta, pone cara larga y se siente como un mártir. “¿Por qué
no compraste las medialunas de siempre?. Ese es el tipo de comentario que
realmente puede herir.
“Es que hoy
quise sorprenderte con algo nuevo”, contesta su cónyuge.
Ese es el momento para empezar a
cambiar. El gran amante levanta la mirada con coraje, se frota las manos con
placer y dice: “¡Sírvemelos!” Hace el esfuerzo de comerlos alegremente, sin
dejar nada. “¡Están riquísimos!”, puede decir. “Si lo hubiera sabido ni hubiera
mencionado las medialunas”.
Lo mismo sucede en el trabajo. La
mayoría de nosotros tiene sus pequeñas manías en la forma de encarar una tarea
o la forma en la que la realiza también. A Josefina, por ejemplo, le gusta
ubicar las carpetas de archivo de costado. Así es como lo ha hecho siempre, de
modo que encuentra su sistema muy práctico. Si desea aumentar la fricción puede
insistir en su manera de ordenarlas.
Pero si desea amar, escuche a sus
compañeros de trabajo con paciencia; respete sus costumbres. Cuando tenga que
corregir a alguien, siempre puede hacerlo con amabilidad y respeto.
Esto no es nada fácil; hasta puede
resultar agotador. Pero al igual que un
atleta se entrena, usted se está entrenando para el amor. El amor, del mismo
modo que cualquier destreza, se aprende a través de incesantes prácticas. Como
dice San francisco de Sales, se aprende a hablar, hablando, se aprende a
correr, corriendo. Y aprendemos a amar, amando; no existe otra manera.
Después
de entrenarse todo el día uno queda agotado, al igual que nuestra pareja.
Cuando llega a su hogar, al atardecer, todo lo que desea es que lo dejen
solo. “Después de todo”, piensa usted,
“¿no me lo merezco?”. Desafortunadamente esto es igual que una corredora de
maratón que llega