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  Una Voz Que Pide Ayuda

Primera Parte


 

Todos los días, al romper el alba, nace del eterno e inmenso mar una diminuta y hermosa isla.  Surge como sirenita encantada mostrando toda su sinigual belleza.  Sus cálidas playas, sus verdosos valles y sus montañas de suaves pendientes se inundan con los débiles rayos del sol primaveral.

 

En el Yunque, montaña santuario de incomparable belleza, en un centenario árbol tropical, la cotorrita criolla tiene su nido.  Desde que unas buenas, sensibles, piadosas manos la ocultaron aquí salvándola de la extinción, vive feliz.  Feliz porque aún podía sentir esos tibios rayos de sol que le traía la mañana.  Feliz porque aún vivía y sentía su Isla:  la prolongación de su propio ser.

 

La cotorrita, creyendo haber oido unos quejidos, sale cautelosa.  Mira a todos lados temerosa y luego entra nuevamente a su nido retrocediendo con cuidado.  Su desconfianza surge de la infame persecución a que fue sometida.

 

"¡Ayúdenme, ayúdenme!"  Una apagada, telepática y quejosa voz, se dejaba oir en toda la montaña paraíso.

 

-¡Escucha, amigo coquí! -le gritó la cotorrita a su vecino de abajo -.  Alguien está pidiendo ayuda.      

 

-Sí, pero apenas la escucho.  Parece que viene de la Isla Nena donde convergen los  dos mares - le contesta el pequeño, diminuto y liliputiense coquí.  Una graciosa ranita que al nacer, no pasa por la etapa de renacuajo sino que sale completamente formada.

 

Ambas criaturitas surgieron desde que la Isla Grande es isla.  Nacieron de Ella.  Isla y cotorrita, cotorrita y ranita: un mismo ser.

 

-¿Quién será? -pregunta la curiosa cotorrita.  Ninguno de los habitantes de esta Isla Grande es capaz de quejarse así.  Ni siquiera la gran boa.

 

-Es posible que sea imaginación nuestra.  Contesta la delicada ranita con  mucho escepticismo.

 

-¡No, no y no!  Yo la escucho, la escucho claramente- contestó enojadísima la cotorrita.

 

-Está bien, pero no te enojes - expresa el coquí temeroso pues sabía lo temperamental que era su amiguita-.  ¿Por qué no vamos a la Isla Nena y lo averiguamos nosotras mismas.

 

-¡Buena idea! -exclamó la decidida avecita-.  Deja que oculte mis huevos para que el zorzal no se los coma.

 

Poco después, el coquí se subió sobre el dorso de la cotorrita y emprendieron vuelo hacia la Isla Nena.

 

Continúa...

 

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