Dicen
que según los cálculos de los más antiguos astrónomos africanos, el sol
desacelera su paso cuando está sobre Mogador permaneciendo unos instantes más
que en cualquier otro lugar del planeta. Por eso aquí el tiempo se mide de una
manera demorada, y las cosas parecen diferentes, puestas con cierta dolorosa
intensidad en el mundo.
Que el tiempo en Mogador, por correr distinto bajo el sol que a
la sombra, y aún con mayor diferencia de día o de noche, nos permite encontrar
ancianos muy infantiles y bebés muy sabios; amantes minuciosos que logran
acariciar profunda y efectivamente a cuerpos enteros en un parpadeo y besos que
duran toda la vida de los enamorados.
Que aquí hasta dentro de los relojes la arena cae de otra manera.
A veces muy rápida y otras obviamente contenida. Se cree que los relojes de
arena llevan un viento interno que ordena el movimiento de sus pequeñas dunas.
Y que los amantes sabiamente demorados adquieren y desarrollan por dentro un
viento similar que guía todos los desplazamientos de su cuerpo. Pero que muy
especialmente da ritmo a su precipitación sobre el cuerpo amado.
Que el tiempo en Mogador es otra entrada al cuerpo: un sexo abierto y profundo, una noche larga y buena, un apetecible misterio. Una aparición.
Fragmentos de 9 veces el asombro.