En el siglo XVII con el auge de la explotación de los yacimientos de oro del Chocó, el río Atrato se convirtió en la puerta de entrada, desde el mar Caribe, a una tierra misteriosa donde el metal se podía encontrar aún en las playas pedregosas de las orillas cuando bajaba el nivel de los ríos.

A finales del siglo XVI oleadas de barcos ingleses, franceses y del Reino de los Países Bajos merodeaban el golfo de Urabá contrabandeando o asaltando los galeones españoles que salían cargados de oro y materias primas. Ante tal situación la corona española prohibió la navegación por el Atrato en 1698.

Esta medida produjo el efecto contrario, ya que el contrabando se incrementó. El virrey Antonio Caballero y Góngora anotaba que "de este modo se creyó no sólo cortar el contrabando, sino que con este motivo se intimidasen los enemigos de la Corona en las provincias del Chocó". Hacia 1730 Holanda poseía una flota de barcos dedicados al comercio clandestino, llamados barcos de permisión, en los territorios españoles de América.

Se cree que en esta década los holandeses sacaron del Chocó mucho más oro que el que salía legalmente en manos de los españoles. Evidencia de ello es el testimonio

escrito por el virrey Caballero y Góngora en 1789 en el cual anota : "Cortada la comunicación de los españoles con los indios se entregaron totalmente en manos de los extranjeros, que libre y francamente gozaban de todos los frutos de aquellas costas. Con este abandono (del Atrato) los males se incrementaron, y se sabía que el año de 1730 estuvieron ancladas en la bahía La Candelaria, seis meses y medio, cuatro embarcaciones holandesas haciendo el comercio clandestino con el Chocó y Antioquia, y sacaron la prodigiosa cantidad de doce arrobas y media de oro". Incluso el gobernador del Chocó Francisco Ibero fue apresado por las autoridades españolas por negociar con los holandeses que subieron hasta Quibdó.