Una
y otra vez hemos dicho en estas páginas que no hay una “manera
correcta” de hacer mayoría de las cosas, pero en lo referente a una
buena azotaina con la caña, hay, por lo menos, una manera
“aprobada”. Desde luego, no es obligatorio usarla, pero es la forma
elegante y “profesional” de usar la caña, desarrollada a lo largo
de los años por los Directores y Directoras de escuela, los tutores y
las gobernantas de Inglaterra.
Efecto
de los golpes
La
caña deja marcas inconfundible, que dependen de la fuerza de los
golpes.
En
el momento del impacto, la caña deja una marca lívida, más notable en
pieles oscuras, que en unos instantes se convierte en una marca rosada.
Si el golpe es más fuerte, los bordes serán más oscuros, y finalmente
se convertirán en dos líneas paralelas, comparables a los rieles
paralelos de un tren. Los “rieles” pueden ser desde un rosado fuerte
a verdugones violeta levantados, que luego serán negros, y que se
convertirán en un arco iris de colores antes de desaparecer. Si el
golpe fue salvaje, la piel se estirará tanto que se romperá en los
bordes, dejando heridas sangrantes. Las marcas rojizas desaparecerán en
unas horas, las violeta entre una y tres semanas, y las heridas pueden
dejar cicatrices de por vida.
El
dolor del impacto se siente también en dos etapas diferentes: primero,
ardor y un dolor sordo cuando la caña impacta contra la piel, y después de
unos segundos, un dolor más agudo, una sensación de ardor que quema,
que surge desde muy profundo, se dispersa por toda el área de las
nalgas y aumenta con el tiempo. Esta sensación ha sido comparada con el
dolor de una quemadura con aceite hirviendo (no lo sé, nunca me quemé
con aceite), o la marca de una varilla de hierro al rojo (ídem, pero lo
que sí sé es que la caña duele realmente).
Un
buen usuario de la caña aguarda unos segundos entre golpes, calculando
que el próximo caiga en el momento en que el dolor del anterior alcanza
su pico.
Y
seis no es el doble de tres, sino que se siente como mucho más. Por eso
es que los castigos escolares, dependiendo de la edad del alumno y de la
gravedad de la falta, aumentaban lentamente, de tres a cuatro, a cinco y
a seis, y en circunstancias extraordinarias podían llegar a ocho
o hasta a
doce. He leído acerca de “dos veces nueve”, es decir, dos azotainas
de nueve golpes cada una, separadas por un tiempo de descanso en el rincón,
pero no sé si es fantasía o si se usaron realmente.
Una
buen técnica establece que el ritmo de los azotes debe ir de rápido a
lento. Por ejemplo, una docena bien dada debería ser dada así: los
primeros cuatro, en un minuto, uno cada 15 segundos, los siguientes
seis, cada 20 segundos, es decir tres por minuto, y los dos últimos
cada 30 segundos, haciendo que la azotaina dure 4 minutos interminables
para el castigado.
Los
castigos judiciales pueden ser más severos, hasta miles dados en series
de 50 cada quincena, a lo largo de varios años. A veces se dan con cañas
y a veces con látigos.
Si
se levantan verdugones, el castigado no podrá sentarse, al menos con
comodidad, por varios días. Un castigo judicial, dado con una caña
larga y gruesa, por un hombre fuerte, el recipiente puede tener que
estar en cama por una semana.
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