Desde luego, no voy a revelar mi nombre real (pueden llamarme Fernando), porque demasiada gente tiene
acceso a Internet (incluyendo a mi suegra y a mi jefe), pero voy a dar alguna información
para que se puedan ver las páginas en contexto.
Soy el autor del sitio y de todo lo que hay en él que no tenga
específica mención de que no lo soy.
Soy un hombre, blanco (esto no es importante, pero lo cito por si algo
que diga puede atribuirse a prejuicios), tengo entre 50 y 60 años,
heterosexual (absolutamente, no me excitan los hombres ni tengo fantasías
ni dudas al respecto), pero no creo ser machista (por ejemplo, no me humilla
vestirme como mujer (ni me excita)).
Tengo un título universitario. Mi lengua nativa es el castellano, pero soy bilingüe
(creo) y soy autor
también de la versión del sitio en inglés. Además hablo portugués, y me
las arreglo en italiano y francés.
En cuanto a BDSM, lo mío es sufrir y hacer sufrir por azotes o ligaduras
prolongadas (desde luego, siempre que el juego sea seguro
sensato y consensual). Me gusta tanto el rol de activo como el de
pasivo. El pasivo debe estar
completamente indefenso y ser castigado con mucha severidad,
así que estoy en bondage y spanking o flogging (esto tómenlo tan
genéricamente como se pueda). El límite es no sacar sangre o dejar marcas
permanentes.
He estado interesado en BDSM desde que tengo memoria,
probablemente desde los
4 o 5 años. Y mis padres no me pegaban. Mi padre nos contó una vez que su
propio padre usaba el cinto en él de tal manera, que desde niño decidió
que nunca les pegaría a sus hijos. Tampoco había castigos físicos en las
escuelas de mi país cuando yo era chico, así que nunca fui testigo de una
paliza en mi infancia. (Psicólogos, tomar nota: un chico abusado
que decide, en los 30s, cortar el ciclo de violencia, y uno al que nunca le
pegaron ni vio hacerlo, interesado en BDSM. O somos ambos excepcionales, o vuestras
teorías son incorrectas).