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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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FRANCISCO DE ALDANA.
(1532-1578)

RECONOCIMIENTO DE LA
VANIDAD DELMUNDO.

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto, de uno en otro desatino,
pensar todo apretar, nada cogiendo,
tras tanto acá y allá yendo y viniendo,
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh, Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la vitoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.




-¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
en la lucha de amor juntos, trabados,
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando,
y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y sospirar de cuando en cuando?
-Amor, mi Filis bella, que allá dentro
nuestras almas juntó, quiere en su fragua
los cuerpos ajuntar también, tan fuerte
que no pudiendo, como esponha el agua,
pasar del alma al dulce amado centro,
llora el velo mortal su avara suerte.




POR UN BOFETÓN DADO A UNA DAMA

¡Oh, mano convertida en duro hielo,
turbadora mortal de mi alegría!
¿Pudiste, mano, oscurecer mi día,
turbar mi paz, robar su luz al cielo?
El rubio dios que nos alumbra el suelo
corre con más placer que antes solía,
cubierta viendo a quien su luz vencía
de un mal causado, indigno y turbio velo.
¡Goza, envidiosa luz, goza de aquesto!
¡Goza de aqueste daño, oh, luz avara!
¡Oh, luz, ante mi luz breve y escasa!;
que aún pienso ver, y créeme, luz, muy presto,
cual antes a mi luz serena y clara,
y entonces me dirás, luz, lo que pasa.




Mil veces digo, entre los brazos puesto
de Galatea, que es más que el sol hermosa;
luego ella, en dulce vista desdeñosa,
me dice: "Tirsis mío, no digas eso".
Yo lo quiero jurar, y ella de presto,
toda encendida de un color de rosa,
con un beso me impide y, presurosa,
busca tapar mi boca con un gesto.
Hágole blanda fuerza por soltarme,
y ella me aprieta más y dice luego:
"No lo jures, mi bien, que yo te creo".
Con esto, de tal fuerza a encadenarme
viene que Amor, presente al dulce juego,
hace suplir con obras mi deseo.




¡Ay, que considerar el bajo punto
del estado mortal, al alma hiere!
Mas del tal peso alienta y la requiere
alta contemplación de su trasunto.
Pero con esto el gran rector conjunto
aquel tributo contrapuesto infiere,
do, no con celo, tanto el bien se quiere
cuanto a la humana parte elo mal va junto.
No sé si, al sostener la fatigosa
vida, fuera mejor falto jüicio,
con que el dolor se engaña y no se siente,
o si sentir en todo toda cosa,
con tal daño del alma y perjüicio,
es más alivio a la pasión doliente.




El ímpetu crüel de mi destino,
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!
¡Oh, si tras tanto mal grave y contino,
roto su velo mísero y doliente,
el alma, con un vuelo diligente,
volviese a la región de donde vino!
Iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte;
¡oh, qué montón de cosas le diría!
¡Cuáles y cuántas, sin temer castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!




Al principio

La Palestra de Euterpe.