Una página por
José Benito Freijanes Martínez
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Permite, lector, que te introduzca en un mundo tan apasionante como el de la canción: la poesía es el género literario que más se parece a la música (ya que de ella deriva). El verso ha de cumplir unas normas de ritmo y de rima de las que no podría carecer, so pena de perder su encanto. A veces no se encuentra a la primera: habrá que leerlo más de una vez para descubrir su melodía. Pero, una vez hallada ésta, caeremos prisioneros de su magnetismo, al igual que el amante del objeto de su deseo. He aquí la dificultad de crear y de disfrutar de la poesía. Como todo lo bueno de esta vida, no es fácil llegar a comprenderla pero, una vez alcanzado este entendimiento, se nos desvelan en ella misterios que nos hacen quererla para siempre.
Dentro de la poesía existen formas. Y, dentro de estas formas, las hay que presentan mayor o menor dificultad. Una de las más difíciles es el soneto. A lo largo de sus seis siglos de existencia, los grandes poetas se han sentido siempre orgullosos de sus sonetos mejor logrados. Esa mágica combinación de catorce versos ha conquistado a todos hasta el punto de que Boileau llegó a escribir que "un soneto perfecto vale él solo lo que un poema largo".
El soneto nació en Italia; y más probablemente en Sicilia, entre 1230 y 1240, quizás inventado por un tal Giacomo di Latino, aunque algunos atribuyen tal mérito al Dante o al Petrarca. Pero cada idioma lo ha ido adaptando según sus propias necesidades. El soneto inglés más típico, por ejemplo, no consiste en dos cuartetos y dos tercetos, sino en tres cuartetos y un pareado. Esto no quiere decir que hubiera sido el más aceptado en esta lengua, ya que la difusion de este modelo, sin llegar a ser nula, no tuvo mucho éxito, aparte de su utilización por Shakespeare. En general, los poetas anglosajones prefirieron imitar la forma difundida en la Romania, adaptándola a su sistema métrico particular. La fórmula definitiva del soneto español (dos cuartetos o serventesios encadenados, y dos tercetos encadenados) correspondió hallarla al toledano Garcilaso de la Vega (1501-1543), que fue quien lo elevó a su más excelsa cota.
En 1998 se cumplen seiscientos años del nacimiento de don Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana. Realmente, es a él a quien se le debe la introducción de esta forma poética en la península Ibérica (y, por tanto, en la lengua española). Todavía faltaba casi un siglo hasta que Juan Boscán lo recuperase, gracias a la intervención de su amigo Navaggiero, un italiano que se dio cuenta de la extraordinaria afinidad entre su idioma materno y el castellano. Consideró esta lengua óptima para escribir sonetos, y así se lo hizo saber a Boscán, quien naturaliza definitivamente el soneto en nuestra lengua.
Sería injusto olvidarnos aquí del papel que otros dos grandes poetas medievales representaron en relación con el nacimiento de nuestro soneto. Uno es Francisco Imperial, pionero en el endecasílabo castellano, y el otro es Garcilaso de la Vega, de quien ya hemos hablado anteriormente.
La primera obra de esta antología, "Cuando yo veo a la gentil criatura", es también la que abre la colección escrita por don Íñigo. Lo he adaptado, al igual que algunos otros, al castellano moderno, pues este florilegio no busca la mirada del erudito, sino la de todo aquél que, en su deseo por adentrarse en la cultura de una lengua que es tan esencialmente universal, desee conocer algunos de los monumentos que se han esculpido en ella. Aquí tendrá el simple aficionado, la oportunidad de acudir a citas para diversas ocasiones: ese poema de amor que se copia en la carta a la novia, o el otro que podemos dedicar al cumpleaños de la madre. Por añadidura, existe también la posibilidad de que, a través de una de estas pequeñas obras de arte, lleguemos al descubrimiento de aquel maravilloso autor que desconocíamos. Sin contar con que el placer de recitar puede resultar tan gratificante como cantar en una reunión de amigos o bajo la ducha.
Actualmente existen en castellano miles de sonetos, tal vez millones, de todas las métricas y tipos de rima. Pero no son tantos los que verdaderamente vale la pena conocer. Ni tan pocos como éstos que he reunido aquí para tus ojos. En realidad, componer un soneto no es demasiado difícil; la auténtica dificultad está en su calidad. Un soneto técnicamente perfecto puede resultar hilarante, lo mismo que uno imperfecto puede ser una perla.
Por eso, he creído oportuno seguir unos criterios para seleccionarlos. Y éstos han sido los siguientes:
Por fin, querido lector, quiero hacerte una advertencia: el soneto es una forma poética que, a pesar de su antigüedad, sigue perfectamente viva y pujante. Observarás que he osado permitirme la libertad de antologar algunos sonetos de autores contemporáneos. Supongo que esto entraña cierto riesgo con la propiedad intelectual (si alguien ve el caso con mala intención patente, pues estas páginas no me reportan beneficio económico alguno, sino más bien muchas horas de trabajo investigando en bibliotecas y hemerotecas, abusando de mis buenos amigos y aún encima pagando yo las conexiones), pero espero que estos autores sean indulgentes conmigo. A mi entender, ellos siempre serán los primeros beneficiados, pues es nuestro deber como filólogos el recordar al mundo que también hay que vivir en nuestra época, que todavía se puede adquirir obra fresca y nueva; que nuestro patrimonio literario, afortunadamente, no se acaba con los viejos clásicos.
Espero y pretendo que estas páginas sean una invitación para animar a que todos recuerden que los bardos todavía no han muerto, y también para ayudar a divulgar como se merecen a éstos que trabajan, muchas veces casi ignorados por el gran público a pesar de ser ya poetas consagrados, cuya obra no deja de ser por eso tan maravillosa que una vez no he podido resistir la tentación de antologar aquí una muestra, aunque sea pequeña. Sin tales muestras de su arte, personalmente consideraría mis páginas gravemente mutiladas. Pero también, precisamente por eso, esta antología no pretende ser exhaustiva, sino sólo animar a que los internautas-lectores se atrevan a indagar más sobre los autores citados.
Y para eso están los libros. Conozco por experiencia propia lo difícil que es llegar a ser un poeta reconocido. De ahí que no haya hecho distinción alguna a la hora de citar a Góngora, Quevedo o Cervantes junto a cualquiera de estos aedas de nuestros días. Al fin y al cabo, ¿quién podría decir que no le gusta ver su nombre escrito al lado de los de estos grandes genios?
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