"¿A quién me quejaré del cruel engaño,
árboles mudos, en mi triste duelo,
sordo mar, tierra extraña, nuevo cielo,
fingido amor, costoso desengaño?
Huyó el pérfido autor de tanto daño
y quedé sola en peregrino suelo,
do no espero a mis lágrimas consuelo
que no permite alivio mal tamaño;
dioses, si entre vosotros hizo alguno
de un desamor ingrato amarga prueba,
vengadme os ruego del traidor Teseo";
tal se queja Ariadna en importuno
lamento al cielo, y entre tanto lleva
el mar su llanto, el viento su deseo.
Pues ya del desengaño la luz pura
descubre el vano error de mi cuidado,
y del camino que escogí engañado
me reduce a otra senda mal segura.
¿Cómo no rompo el lazo que en tan dura
prisión me tiene gravemente atado?
¿Por qué tardo? ¿Qué espero, sepultado
del ciego olvido en la región oscura?
¡Afrentoso temor, tarda pereza
que estorbáis la victoria al desengaño!
Tíndase a su valor vuestra porfía;
no se diga, culpando mi flaqueza:
"Al que atrevido se arrojó en su daño,
para seguir al bien faltó osadía"
En segura pobreza vive Eumelo
con dulce libertad, y le mantienen
las simples aves, que engañadas vienen
a sus lazos y liga sin recelo.
Por mejor suerte no importuna al cielo,
ni se muestra envidioso a la que tienen
los que con ansia de subir sostienen
en flacas alas el incierto vuelo.
Muerte tras luengos años no le espanta,
ni la recibe con indigna queja,
mas con sosiego grato y faz amiga.
Al fin, muriendo con pobreza tanta,
ricos juzga a sus hijos, pues les deja
la libertad, las aves y la liga.