"Dime, Padre común, pues eres justo,
¿Por qué ha de permitir tu providencia
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que robusto
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo, que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo."
Esto decía yo, cuando riendo
celestial ninfa apareció, y me dijo:
"¡Ciego! ¿Es la tierra el centro de las almas?"
Ni soles, oh, tahúr, lunas ni auroras
te han visto soñolientas las pestañas;
tu estado expira, al sucesor engañas,
pues tu fe y su esperanza le empeoras.
Tu abuelo en esas tenebrosas horas
que velas tú, jugando sus hazañas,
armado, por difíciles montañas
pasaba sus escuadras vencedoras.
Sabe que la nobleza es sucesiva
más por nuestra opinión que por su efecto,
y sin virtudes nunca meritoria;
¿qué acuerdo tomas, pues, ¡oh, indigno nieto!,
sabiendo que es ajena aquella gloria
que del valor ajeno se deriva?
Si un afecto, Señor, puedo ofrecerte
al culto de tus ídolos atento,
con lágrimas de amor te lo presento;
tú en víctima perfecta lo convierte;
que en este sueño tan intenso y fuerte,
de tus misericordias instrumento,
no imagen imitada es lo que siento,
sino un breve misterio de la muerte,
en quien con ojos superiores miro
mi fábrica interior oscurecida;
báñela aquella luz, Señor, aquella
que inspira perfecciones a la vida,
pues permites que goce sin perdella,
experiencias del último suspiro.