Rojo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo;
¿hallaste tal belleza en todo el suelo
que iguale a mi serena Luz dichosa?
Aura süave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo:
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trenza más hermosa?
Luna, honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres, y fijadas;
¿consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, aura, luna, llamas de oro:
¿oísteis vos mis penas nunca usadas?;
¿visteis Luz más ingrata a mis querellas?
Mi bien, que tardo fue a llegar, en vuelo
pasó, cual rota niebla por el viento;
y fue siempre terrible mi tormento
después que me cercó el temor y el hielo.
Alzaba mi esperanza al alto cielo,
pero en el comenzado movimiento
cayó muerta, y sin fuerza y sin aliento
llorando estoy desierto en este suelo,
do, sólo satisfecho de mi llanto,
huyo todas las muestras de alegría,
ausente, aborrecido y olvidado.
Membranzas tristes viven en mi canto,
y puesto en la presente pena mía,
descanso cuando estoy más lastimado.
De los rayos del Sol por quien me guío
llega la luz al alma, que la enciende,
y las delgadas venas brava ofende
y del presto calor destierra el frío.
Miro la pura imagen del bien mío
con aquella verdad que el alma entiende,
y cuanto más la miro en mí se emprende
la cierta luz que al corazón envío.
Presente queda y vive en mi memoria,
entrando por mis ojos de sus ojos,
en los cuales Amor tiene más gloria.
Por ellos bebe el bien y los enojos,
que Amor dio a su belleza la victoria,
como a causa mayor de sus despojos.
Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por este campo estéril y escondido;
todo calla, y no cesa mi gemido,
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino, y crece mi cuidado,
que nunca mi dolor pone en olvido;
el curso al fin acaba, aunque extendido,
pero no acaba el daño dilatado.
¿Qué vale, contra un mal siempre presente,
apartarse y huir, si en la memoria
se estampa, y muestra frescas las señales?
Vuela Amor en mi alcance, y no consiente
en mi afrenta que olvida aquella historia
que descubrió la senda de mis males.
Sólo de unos honestos, dulces ojos
tengo lleno mi alto pensamiento;
sólo de una belleza cuido y siento
que da justa ocasión a mis enojos;
sólo me prende un lazo, que en manojos
de oro esparce el amor al manso viento;
sólo de una grandeza mi tormento
procede, que enriquece mis despojos.
No escucho otra voz, ni amo, y no me acuerdo
de otra gracia jamás, ni espero y veo
otro valor igual en mortal velo;
si no fuese saber que ausente pierdo
la gloria que se debe a mi deseo,
¡nunca más bien de amor me diese el cielo!
¡Oh, cara perdición! ¡Oh, dulce engaño!
Suave mal, sabroso descontento;
amado error del tierno pensamiento,
luz que nunca descubre el desengaño;
puerta por la cual entra el bien y el daño,
descanso y grave pena del tormento,
vida del mal, vigor del sufrimiento,
de confusión revuelta cerco extraño;
vario mar de tormenta y de bonanza,
segura playa y peligroso puerto,
sereno, instable, oscuro y claro cielo;
¿por qué, como me diste confianza
de osar perderme, ya que estoy desierto
de bien, no pones a mi afán consuelo?
Alma bella que en este oscuro velo
cubriste un tiempo tu vigor luciente
y en hondo y ciego olvido gravemente
fuiste escondida sin alzar el vuelo;
ya despreciando este lugar, do el cielo
te encerró y apuró con fuerza ardiente,
y roto el mortal nudo, vas presente
a eterna paz dejando en guerra el suelo;
vuelve tu luz a mí, del centro tira
el ancho cerco de inmortal belleza,
como vapor terrestre desatado
este espíritu opreso que suspira
en vano por huir de esta estrecheza
que impide estar contigo descansado.