Agora con la aurora se levanta
mi luz, agora coge en rico ñudo
el hermoso cabello, agora el crudo
pecho ciñe con oro, y la garganta.
Agora vuelta al cielo pura y santa
las manos y ojos bellos alza, y pudo
dolerse agora de mi mal agudo;
agora incomparable tañe y canta.
Ansí digo, y del dulce error llevado,
presente ante mis ojos la imagino,
y lleno de humildad y amor la adoro.
Mas luego vuelve en sí el engañado
ánimo, y conociendo el desatino,
la rienda suelta largamente al lloro.
¡Oh cortesía! ¡Oh dulce acogimiento!
¡Oh celestial saber! ¡Oh gracia pura!
¡Oh del valor dotado y de dulzura
pecho real, honesto pensamiento!
¡Oh luces, del amor querido asiento!
¡Oh boca, donde vive la hermosura!
Oh habla süavísima! ¡Oh figura
angelical! ¡Oh mano! ¡Oh sabio acento!
Quien tiene en sólo vos atesorado
su gozo y vida alegre y su consuelo,
su bienaventurada y rica suerte,
cuando de vos se viere desterrado,
¡ay!, ¿qué le quedará sino recelo,
y noche, y amargor, y llanto, y muerte?
Después que no descubren su lucero
mis ojos lagrimosos noche y día,
llevado del error, sin vela y guía,
navego por un mar amargo y fiero.
El deseo, la ausencia, el carnicero
recelo, y de la ciega fantasía
las olas más furiosas, a porfía
me llegan al peligro postrimero.
Aquí una voz me dice cobre aliento,
señora, con la fe que me habéis dado,
y en mil y mil maneras repetido.
Mas, ¿cuánto desto allá llevado ha el viento?,
respondo. Y a las olas entregado,
el puerto desespero, el hondo pido.