Imagen espantosa de la muerte,
sueño crüel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo solo de mi adversa suerte.
Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho
haz que temblando con sudor despierte.
El uno vea el popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto.
El otro sus riquezas, descubiertas
con llave falsa o con violento insulto,
y déjale al amor sus glorias ciertas.
No fueron tus divinos ojos, Ana,
los que al yugo amoroso me han rendido;
ni los rosados labios, dulce nido
del ciego niño, donde néctar mana;
ni las mejillas de color de grana;
ni el cabello, que al oro es preferido;
ni las manos, que a tantos han vencido;
ni la voz, que está en duda si es humana.
Tu alma que en tus obras se trasluce,
es la que sujetar pudo la mía,
porque fuese inmortal su cautiverio.
Así todo lo dicho se reduce
a solo su poder, porque tenía
por ella cada cual su ministerio.