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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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SALVADOR DE MADARIAGA
(1886-1979)


ÁNADE.

Ánade níveo que arañando el yelo
Terso con uña y ala, del constante
Instante vas cortando el anhelante,
Movido pecho con tu sesgo vuelo,
Iniciando otro instante y otro anhelo
Más, a cada aleteo que adelante.
Ingrávido abre y cierra a cada instante
Su secreto de nieve, y aire y cielo,
Zahorí que moviéndote devoras
El mismo enigma que al volar resuelves,
Cándido amante que las blancas horas
En sábanas de nívea pluma envuelves,
Lecho de amor que muerte les depara...
¿Y si el amor a ti te asaetara?



Ardiente corazón, alma serena,
fuego es la luz que en tus pupilas vibra;
pero en la luz el vuego se equilibra
y de radiante paz tu pecho llena.
De la amargura de tu larga pena,
por alquimia sutil tu alma se libra,
destilando en su más secreta fibra
la dulzura de amor que en tu voz suena.
Las lágrimas que viertes hacia dentro
riegan este rosal -rosas y espinas-
que florece en tu boca sonriente.
Todo lo que penetra hasta tu centro
lo elevas, transfiguras e iluminas,
alma serena, corazón ardiente.



Oh triste humanidad, monstruos, enanos,
Tullidos, jorobetas y jibosos,
Cojos y mancos, ciegos legañosos,
Medio-hombres que arrastráis cintura y manos
Junto a los pies de los demás humanos,
Bracisecos, llagados y leprosos
Carcomidos, oh, cuerpos lastimosos,
Almas torcidas, monstruos, mis hermanos.
Que entre las sombras de la muchedumbre
Devoráis la amargura y pesadumbre
De vuestro vergonzoso cautiverio,
Bajo el sol imperial, para que alumbre
Mi pena y mi vergüenza aquí, en la cumbre,
Conmigo reinaréis sobre este Imperio.




Al principio

La Palestra de Euterpe.