Quiero alabar la Idea y la Palabra:
por ésta corre sangre, en la otra icor;
lluvia gentil regante del amor,
semilla en campo de una que otra labra.

No hay puerta que por una la otra no abra,
y quien posee y sabe su valor
intuye que es insulto destructor
o la magia de un simple abracadabra.

La música duerme hoy, pues se confunde
gritar y hablar, sonido con el ruido;
el concepto "pensar" ya no se infunde.

Pero en su corazón aún hay latido,
aunque intenten ahogarla no se hunde:
será El que Rige el Alba renacido.

CELOS.

Para mostrar mi corazón amante,
flor de catorce líneas de palabras
abierta en el idioma en que te labras,
hoy te voy a tomar, hijo de Dante.

Esquiva Erato -lloro yo,- ¿por qué,
por más que te requiera y que te alabe,
nunca mi descendencia en ti así fue?

¡No! ¡No me basta tu trinar de ave!
¡A él le quisiste más! ¡Ahora lo sé!
Y, en cuanto a mí... ¿soy voz..? Ya ni se sabe.

Me preguntas que cómo hago poesía.
Hago poesía sin saber hacerla,
como acaso la ostra haga a la perla,
que tal vez si supiera no la haría.

Como a la noche oscura sigue el día,
me sigue Euterpe porque torne a verla;
y, como imita sin saber la merla,
repito su dictado en mi porfía.

Y así la rama enseña en primavera
la flor que nadie sabe dónde toma,
allí escondida, tras su larga espera,

se muestra la poesía en el idioma,
pues su lenguaje la posee entera
desde la Biblia hasta la humilde coma.

Muchos piensan: poesía es el vocablo
ordenado sin orden, primoroso,
puesto en tal forma que me suene hermoso,
y hago poesía así cada vez que hablo.

Tal vez aconsejados por el diablo,
desprecian lo difícil por tedioso,
la disciplina arrojan en un foso
y de cada palabra hacen venablo.

Mas, ¿qué es poesía, sino ver la vida
como música toda en sintonía,
para hallarla en palabra convertida?

¡Sí! Es un rítmico son de sinfonía
también, de voz que pugna en ser oída,
para del mundo entero hacer poesía.

MANIFIESTO FINAL.

El amor me cantó dulce balada
más bien en primavera que en estío;
me aligeré al calor y abrigué al frío
y doblé la cerviz ante la espada.

Nunca estuve donde otro no haya sido,
porque ya virgen sólo queda el Cielo
de todo el que mortal haya nacido.

Y en mi noche sin fin, soñando velo
cómo me gustaría haber vivido
en aquel viejo mundo de mi anhelo.

La Palestra de Euterpe.
por

José Benito Freijanes Martínez