JUAN MELÉNDEZ VALDÉS.
(1774-1817)
LA PALOMA.
Suelta mi palomita pequeñuela,
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuánto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.
Tú allá me la entretienes con cautela;
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si ésta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh, crudo!, y tú verás cuál vuela.
Si señas quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa
la vista, y el arrullo soberano,
lumbroso el cuello, y el piquito breve...
mas suéltala y verasla bulliciosa
cuál viene y pica de mi palma el grano.
EL PROPÓSITO INÚTIL.
Tiempo, adorada, fue cuando abrasado
al fuego de tus lumbres celestiales,
osé mi honesta fe, mis dulces males
cantar sin miedo en verso regalado...
¡Qué de veces en lágrimas bañado
me halló el alba besando tus umbrales,
o la lóbrega noche, siempre iguales
mi ciego anhelo y tu desdén helado!
Pasó aquel tiempo, mas la viva llama
de mi fiel pecho inextinguible dura,
y hablar no puedo aunque morir me veo.
Huyo, y muy más mi corazón se inflama;
juro olvidarte, y crece mi ternura,
y siempre a la razón vence el deseo.
EL DESPECHO.
Los ojos tristes, de llorar cansados,
alzando al cielo, su inclemencia imploro;
mas vuelven luego al encendido lloro,
que el grave peso no los sufre alzados.
Mil dolorosos ayes desdeñados
son ¡ay! tras esto de la luz que adoro;
y ni me alivia el día, ni mejoro
con la callada noche mis cuidados.
Huyo a la soledad, y va conmigo
oculto el mal, y nada me recrea;
en la ciudad en lágrimas me anego;
aborrezco mi ser, y aunque maldigo
la vida, temo que la muerte aún sea
remedio débil para tanto fuego.
LA FUGA INÚTIL
Tímido corzo, de cruel acero
el regalado pecho traspasado,
ya el seno de la hierba emponzoñado,
por demás huye del veloz montero.
En vano busca el agua y el ligero
cuerpo revuelve hacia el doliente lado;
cayó y se agita, y lanza congojado
la vida en un bramido lastimero.
Así la flecha al corazón clavada,
huyo en vano la muerte, revolviendo
el ánima a mil partes dolorida;
crece el veneno, y de la sangre helada
se va el herido corazón cubriendo,
y el fin se llega de mi triste vida.
EN UNAS BODAS
"He aquí el lecho nupcial. ¿Tiemblas, amada?
¿Y para ti le ornó, de gozo llena,
tu tierna madre? El corazón serena,
y de santo pudor sube a él velada.
También yo como tú temí engañada
doblar el cuello a la feliz cadena;
cedí, y dichosa fui. Tu esposo pena:
llega, y colma su suerte afortunada.
Veo asomar el Himeneo santo,
que fausta ya Fecundidad te mira,
y en maternal amor arder tu pecho.
Llega..." La virgen entre risa y llanto
ansía y teme; la madre se retira;
y corre Honestidad el nupcial lecho.
La Palestra de Euterpe.